El pasado sábado, casi de puntillas, sin armar ruido escénico se nos fue Javier Tomeo, un oscense internacional y querido amigo.

Sus amados monstruos se despertaron sobresaltados al saber que el autor se largaba sin avisar y escondiendo su sonrisa bajo su corpachón de aragonés satisfecho y barcelonés enamorado de su ciudad. Quedaron  los por él paridos un tanto desconcertados, pero no huérfanos. El  imperecedero universo de las criaturas literarias de Tomeo siempre tendrá habitantes y habituales mientras existan los libros.

Conocí a Javier  en la Hispano Olivetti en 1971, ya había escrito su primera novela, creo recordar que se titulaba “El cazador”, que contiene cierto paralelismo con el protagonista de Kafka en “El castillo”, el Sr. “K”, y en su imposible lucha contra el sistema y la burocracia. En la obra de Tomeo, su personaje ya ha sobrepasado ese límite de tratar de comprender al sistema y decide encerrarse en su habitación para no ver nunca más a nadie.  Así fueron sus actores literarios: no raros, sino distintos; tampoco dementes, sólo angustiados. Universos  muy Kafkianos o muy de Tomeo.

En las dos siguientes décadas fuimos compañeros en la multinacional y hablamos mucho de literatura, pero también del alma humana, que él conocía tan bien. Siempre que vino a Zaragoza buscamos algunos momentos para saludarnos; para Tomeo yo era Brotons, el apellido por el que se me conocía en la Olivetti. Un día, ya después de publicar mi primer libro, un poemario titulado “Ola en tierra adentro”, le comenté que estaba terminando una novela: “Adiós, Habana, adiós” y me dijo: Difícil lo tiene un poeta para escribir una buena novela. Aunque no compartí sus palabras, agradecí el comentario y la sinceridad del amigo y entendí sus razones. La prosa de Javier Tomeo era directa, hiriente, limpia y penetrante en su tajo; nada poética, pero muy visual y literaria.

Descanse en paz este ciudadano del mundo, que estudió criminología en Barcelona e integró todo una generación que convirtió a “la Olivetti” en una de las primeras firmas comerciales del país – ya lo era como productora ¬-. Generación a las que seguimos otros muchos con el mismo entusiasmo que nuestros antecesores, los mismos que hoy recordamos a nuestro entrañable compañero y amigo, exclamar con toda la gravedad y profundidad de su voz cascada pero armoniosa: “Joder, Brotons, es que  eso de las nuevas tecnologías no lo entiendo, yo me quedé en la Lettera 35”. Sin embargo, su literatura fue más lejos, más allá de las fronteras y allende los mares, hasta un lugar donde habitan  monstruos capaces de hacernos sonreír, razonar y soñar.