La imagen que presidía la página web de la empresa era dramática: un oso polar sobre un trozo de hielo rodeado de agua como todo ecosistema y, al fondo, un enorme transatlántico surcando el Ártico. Posiblemente, los responsables de marketing de la naviera Crystal Cruises, aparte de su dudoso gusto (la fotografía tenía un retoque de Photoshop evidente), no sabían que estaban utilizando de reclamo publicitario a una raza en peligro de extinción cuya población, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), se ha reducido en un 30% en los últimos 45 años y corre el riesgo de desaparecer el siglo que viene.

El asunto es más perverso aún si se tiene en cuenta que la precaria supervivencia actual del oso polar, que existe desde hace unos 130.000 años, tiene su origen en la caza furtiva, pero ante todo en el cambio climático, que provoca el deshielo del Ártico y, por tanto, reduce a marchas forzadas el hábitat de este animal. Hasta mediados del siglo pasado, y durante 800.000 años, el hielo permaneció intacto en esta región; solo en las últimas tres décadas se han derretido 1,12 millones de kilómetros cuadrados, una tendencia que avanza de forma exponencial.

Crystal Serenity ha sido, este verano, el primer crucero de grandes dimensiones en atravesar el Paso del Noroeste en el Ártico canadiense, que comunica los océanos Pacífico y Atlántico: de Alaska a Nueva York en 32 días, más de mil millas náuticas. Esta «proeza» se la debe al derretimiento de esa zona, que ha abierto una vía acuática por la que ya se puede transitar sin necesidad de hacerlo con un rompehielos. 1.200 personas han pagado, como poco, 22.000 dólares (unos 20.000 euros) para vivir la experiencia desde la comodidad de un crucero de lujo. El cambio climático es una tragedia para todos, aunque un sector del mundo empresarial (y de la población, si tenemos en cuenta la rapidez con que se agotaron todos los pasajes) ve algunas de sus consecuencias como motivo de fortunio. Un regalo caído del cielo. La nueva vía abierta en el Ártico por el deshielo es, para algunos, una nueva vía para amasar pasta.

Debates morales aparte, es un hecho que este crucero, que culminó con éxito su travesía el pasado 16 de septiembre, reviste riesgos considerables. Aun cuando el barco emplee combustible ligero (emite menos azufre) y fuera escoltado por un rompehielos, tuviera dos helicópteros a bordo y contara con avanzados radares y sónares para detectar con antelación obstáculos inesperados, es descabellado pretender que no supone ningún peligro para la zona. «Se nos olvida que la plataforma petrolífera de BP que produjo el vertido más importante de la historia en la costa del Golfo de México era la más avanzada del mundo en sistemas de seguridad», advierte la portavoz de la campaña Salvemos el Ártico de Greenpeace, Pilar Marcos. La comparación cobra más relevancia si tenemos en cuenta que aquel desastre medioambiental tuvo lugar en las tranquilas y predecibles aguas del Caribe.

«El mar del Ártico es el más desprotegido del mundo, con menos seguridad jurídica», señala Marcos. A raíz del deshielo, países comoEstados Unidos y Rusia dirimen en las cortes internacionales la ampliación de sus derechos sobre esas aguas para acceder a los suculentos recursos naturales de sus profundidades, «pero si ocurriera un desastre medioambiental, no habría responsables definidos para asumirlo», añade la experta de Greenpeace. En un comunicado oficial, el capitán del Crystal Serenity declaró tras la travesía: «Desde el día uno de la planificación del viaje pusimos como prioridad garantizar la seguridad de nuestros pasajeros, la tripulación y el barco». La empresa hizo pocas referencias a la protección del entorno. Posiblemente porque suponía abrir un debate nada conveniente.

La presidenta de Crystal Cruises, Edie Rodríguez, sí se explayó en otro comunicado sobre las bondades de su crucero para las comunidades costeras del norte de Canadá. «Hemos organizado visitas a estos lugares para ayudar a entender la cultura local. Nos hemos tomado muy en serio la importancia de entender las implicaciones naturales, culturales e históricas de este viaje». Se refiere a que los pasajeros asistieron a espectáculos de danza tradicional de los jóvenes habitantes de Ulukhaktok, a que la empresa donó recursos a escuelas de otras aldeas y a que contrataron a personas locales para las visitas guiadas, al tiempo que les permitieron «vender su artesanía y recibir donaciones por parte de los visitantes».

Al coordinador de Zonas Marinas Protegidas de la ONG WWF, Óscar Esparza, todo eso le recuerda a «los colonizadores que llegaron a las poblaciones indias en América». Lo explica: «Creemos que podemos imponer nuestro estilo de vida a sociedades que nunca nos lo han pedido, como las comunidades por las que pasa el crucero. No olvidemos que no son tercer mundo, sino sencillamente, gente que ha optado por un estilo de vida concreto que poco tiene que ver con nuestra civilización». Pilar Marcos, de Greenpeace, añade: «No hablan del impacto de un barco de este tamaño, que genera grandes oleajes a su paso que afectan a puertos y zonas costeras de esas pequeñas poblaciones». El Crystal Serenity tiene 249 metros de eslora. Aunque sea recurrente la comparación, es perfecta para dar una idea de sus dimensiones: dos campos de fútbol.

Tampoco se ha tenido en cuenta la repercusión del paso de un transatlántico en la fauna marítima y terrestre. «Aparte de la contaminación del combustible, o las aguas grises, hay otra muy importante: la contaminación acústica», señala Esparza, «no olvidemos que son zonas que siempre han estado aisladas, en silencio. No sabemos cómo puede impactar en una especie un exceso de ruido que no había conocido nunca».

Abrir una vía a la impunidad

Pero la repercusión del Crystal Serenity, más allá de su impacto en el entorno, tiene consecuencias que trascienden al propio crucero. «Abre la puerta a que haya más circulación por esa zona, no solo con pasajeros, también barcos mercantes. En definitiva, que se convierta en un paso de tráfico naval, en lo que hasta ahora era un reducto natural», lamenta Marcos. Eso aumentará indefectiblemente la contaminación y elriesgo de accidentes con los consiguientes vertidos. Crystal Cruises invirtió en todas las medidas de seguridad imaginables para esta experiencia, pero nadie garantiza que otras empresas mantengan sus elevados estándares en el futuro.

Entre 1906 y 2006, un total de 69 barcos, la mayoría rompehielos, cruzaron el Paso del Noroeste. Desde 2006, han sido varios centenares. En los últimos 50 años, la temperatura anual ha subido en Canadá 1,6 grados centígrados, una de las regiones que más se han calentado del mundo. El año pasado, la capa de hielo del Ártico se redujo al nivel más bajo jamás registrado en invierno. Hay científicos que anticipan que, en pocas décadas, podría desaparecer totalmente en verano. «Lo cruel de esta situación es que, ante lo que sucede en el Ártico, en vez de tomar medidas, se le está sacando partido», dice Esparza.

Precisamente, la rentabilidad de esta zona es la que está empantanando su protección. El pasado junio fue un mes para marcar en negro: el convenio Ospar, formado por 15 gobiernos de las costas occidentales y de las cuencas de Europa, junto con la Unión Europea, debía dar luz verde a la creación de una zona restringida que abarcara el 10% de las aguas marinas del Atlántico Noroeste, e impidiera las prospecciones gasísticas y petrolíferas y limitara el tránsito y la pesca. Los países escandinavos se opusieron y, una vez más, se ha retrasado la decisión.

Greenpeace es impulsora de la creación de un santuario en el Ártico, aunque a la vista de este hecho, sigue pareciendo algo muy lejano. «Una vez más, motivos económicos frenaron la protección de ese mar. Hay que añadir la lentitud con la que se decide el papel que debe tener Naciones Unidas en la zona. Parece que habrá otra reunión en 2018. El problema es que vamos a un ritmo mucho más lento que al que avanza el cambio climático», dice Marcos, y remata: «La travesía del Crystal Serenity es una prueba de que, mientras se aplazan las medidas de protección, se cuelan iniciativas empresariales que no hacen sino complicar más cualquier opción para frenar el deshielo».

En el anuncio de su crucero por el Ártico, la empresa naviera hacía referencia a los grandes expedicionarios del pasado. «Siguiendo los pasos de los intrépidos exploradores, Crystal Serenity será el primer barco de lujo que atravesará el Paso del Noroeste». No sabemos qué pensarían de un crucero así el noruego Roald E. G. Amudsen y los miembros de su expedición, la primera que, entre 1903 y 1906, completó la travesía en un único barco, que quedó atrapado dos años en uno de los tramos por el hielo. O el británico John Franklin, que desapareció en 1845 en la costa canadiense cuando lo intentaba.Seguro que nunca imaginaron que el Ártico se derretiría por el efecto del cambio climático. Ni que la contaminación generada por el ser humano estaría detrás del desastre. Pero, mucho menos, que algunos le sacarían provecho.

Luis Meyer