Conocí a Emilio Gastón recién llegado a Zaragoza hace ya más de treinta años. Me lo presentó una amiga común, Elena Horno, q.p.d., y desde aquel momento sellamos una feliz amistad. Emilio fue un cordial conversador, un político honesto, un jurista íntegro, un aragonesista convencido y seguirá siendo, allí donde esté, un gran poeta. Fue uno de los fundadores del PSA, el Partido Socialista Aragonés, que luego se unió al PSOE, pero él siempre guardó su independencia y, como me contaba, aquellas primeras siglas del socialismo aragonés, por un si acaso. Y tuvimos el honor de disfrutar de su actividad de Justicia de Aragón, el primero tras la larga noche de la dictadura.
Compartimos sentimientos, ideas políticas, y hasta editorial. También compartimos, muchas noches, calles en el Paraíso. Me explicaré. Emilio era un nadador de la vida, pero también de piscina, y en ese club zaragozano con nombre de promesa celestial, conllevamos Emilio, Marí Carmen, su entrañable pareja, y yo, cientos de largos de piscina. Daba gusto verle practicar el estilo mariposa, en el que había destacado en su juventud, junto con su rebeldía y ambas cosas las mantuvo hasta el final, como un tritón de blanca y mesiánica barba.
El pasado martes despedimos a Emilio. Compartí con él la cueva del minero y no pudimos sindicarnos juntos porque los nubepensadores no tienen sindicato. Hoy, sus amigos, seguimos exigiendo aumentos de guitarra y reparto equitativo de canciones. Porque los soñadores del mundo nos sentimos unidos, como él siempre quiso y cantó.
Espéranos, Emilio, en ese club de poetas nunca muertos… que todavía nos quedan muchas conversaciones, muchos poemas… y muchos largos de piscina. Cuéntanos si los clubes celestiales tienen estanques con calles señalizadas y si es obligatorio llevar gorro.
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