En esta entrevista, el Subdirector General de Recursos Naturales de la FAO, Alexander Mueller -que se encuentra en Estocolmo esta semana para la Semana Mundial del Agua- habla sobre estas cuestiones y otros temas relacionados.

 

Todo el mundo entiende que el agua es crucial para producir alimentos, pero a menudo de manera abstracta. ¿Puede dar más detalles sobre cómo ayuda el agua a alimentar al planeta?

En primer lugar, es importante distinguir entre agricultura de secano -aquélla que depende de la lluvia de forma natural- y la agricultura de regadío. Regar cambia todo: concentra insumos y fuerza cambios en la agronomía y la comercialización.

Mientras que muchas personas en el Cuerno de África son pastores y no agricultores, la situación actual allí deja claro de manera terrible los riesgos y la vulnerabilidad asociados los sistemas de producción de alimentos de secano, especialmente ahora que los efectos del cambio climático se están dejando notar. No es que la agricultura de secano sea un problema per se, pero es más vulnerable, y tiende a ser menos productiva.

En lo que respecta al regadío, no se puede subestimar su contribución a la alimentación mundial. Durante los últimos 50 años, la población de la Tierra se ha duplicado y el sistema alimentario mundial ha respondido notablemente bien al aumento de la demanda alimentaria. Esto se ha conseguido con un modesto incremento del conjunto de las tierras de cultivo, que no supera el 12 por ciento. Este logro se debió principalmente a la intensificación de la producción agrícola, es decir, al  aumento del rendimiento e intensidad de los cultivos, que a su vez no habría sido posible sin el regadío.

Las tierras de regadío han aumentado proporcionalmente mucho más rápido que las de secano. De hecho, mientras que la superficie cultivada en el mundo sólo ha crecido un 12 por ciento durante los últimos cincuenta años, la superficie de regadío se ha duplicado en el mismo período, representando la mayor parte del aumento neto en tierras cultivadas. Mientras tanto, la producción agrícola se ha multiplicado entre 2,5 y 3 veces, gracias al aumento significativo en el rendimiento de los principales cultivos.

¿Se ha alcanzado el límite de la capacidad mundial para regar tierras agrícolas?

En algunos lugares sí, en otros no. A nivel mundial, unos 300 millones de hectáreas de tierras agrícolas son de regadío, lo que representa el 70% del consumo total de agua dulce. Esto ocurre en tan sólo el 20% de las tierras cultivadas en el mundo, pero al mismo tiempo, estas tierras de regadío generan el 40% de la producción agrícola y el 60% de la producción de cereales.

¿Por qué no se riegan más tierras agrícolas? En algunos lugares puede ser que no sea necesario. En otros casos, los recursos hídricos pueden no estar disponibles. En otros sitios, la financiación para el regadío y la vinculación al mercado son el problema, y aquí me refiero en particular a África. No se ha hecho realidad el compromiso general de modernizar la agricultura de regadío y comercializarla en los cambiantes mercados locales y mundiales. Incluso cuando los recursos de la tierra y el agua han estado disponibles.

¿Pero en otras regiones del mundo no se están quedando sin agua?

Cada vez hay más regiones que se enfrentan a la escasez de agua y al riesgo de un deterioro progresivo de su capacidad productiva, con una combinación de presión demográfica y prácticas agrícolas insostenibles. Los límites físicos a la disponibilidad de tierras y agua dentro de estos sistemas pueden agravarse más en algunos lugares debido a factores externos, como el cambio climático, la competencia con otros sectores y los cambios socioeconómicos

Hacia el año 2050, se espera que el aumento de la población y los ingresos obliguen a aumentar un 70% la producción alimentaria mundial, y hasta un 100% más en los países en desarrollo. Sin embargo, algunas regiones se están acercando al techo de intensificación de la producción alimentaria, lo cual está ya creando tensión por el acceso a los recursos naturales, en particular el agua. Asia oriental y Oriente Medio están aproximándose a sus límites y no serán capaces de ampliar su agricultura mucho más. En cambio, Latinoamérica y África subsahariana cuentan aún con un potencial considerable.

Entonces, ¿qué se puede hacer?

A pesar de las dificultades, hay posibilidades de aumentar aún más la productividad, tanto en la agricultura de secano como en la de regadío, pero tendremos que cambiar la forma de cultivar y de utilizar el agua.

El regadío, donde sea posible, seguirá creciendo como respuesta a la demanda de una producción mayor y más diversificada. Mientras que en algunas regiones no hay margen para incrementar más el abastecimiento de agua para la agricultura, en otras todavía habrá oportunidades. La mayoría de los embalses a gran escala probablemente se han construido ya, pero es probable que se sigan desarrollando sistemas de almacenamiento de agua más difusos y distribuidos. El uso combinado de aguas subterráneas y superficiales se hará también más generalizado y, cerca de las ciudades, es probable que la agricultura se beneficie de forma más sistemática de las aguas residuales tratadas.

Asimismo, mucho tiene que cambiar en lo que se refiere a la forma en la que regamos. Los sistemas antiguos y rígidos de distribución de agua en grandes áreas de regadío tendrán que ser sustituidos por sistemas mucho más flexibles, permitiendo una mayor fiabilidad en el abastecimiento de agua y por tanto una diversificación progresiva hacia cultivos de mayor valor. En estos sistemas modernizados, el riego localizado jugará un papel importante para aumentar la productividad y reducir los usos no beneficiosos del agua, incrementando así la eficiencia en el uso y la productividad del agua en las explotaciones agrícolas.

También tendremos que centrarnos en conseguir “más cultivos por gota” adoptando técnicas agrícolas que capten más agua de lluvia, conserven la humedad del suelo, reduzcan el derroche en el riego y, en algunos casos, haciendo cambios en la dieta alimentaria y la elección de cultivos para centrarse en aquellos que impliquen un menor consumo de agua.

Finalmente, aún queda mucho por hacer para reducir el despilfarro entre la salida de la explotación agrícola y el consumidor. Se estima que solamente alrededor del 50% de los alimentos que se producen se consume: el resto se pierde en el almacenamiento, la distribución y a nivel de los consumidores finales.

No se trata sólo de un derroche de alimentos, también de agua si la producción se riega. Producir una caloría de alimento requiere un litro de agua. Con una media mundial de 2 800 calorías por persona al día, hacen falta 2 800 litros de agua para satisfacer las necesidades alimentarias diarias de cada individuo en el planeta. O, dicho de otra manera, para producir una hamburguesa se necesitan 2 400 litros de agua. ¿Un vaso de leche? 200 litros. ¿Un huevo? 135 litros. Una rebanada de pan requiere 40 litros. Por lo tanto, reducir el despilfarro de alimentos es clave para mejorar la eficiencia del uso agrícola del agua.

 

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