Estoy en Addis Ababa. Es sábado, hace calor. Motivos suficientes quizás para abrirle las puertas a la ensoñación y la melancolía. Durante mi estancia en esta bella “Flor Nueva” – Traducción literal del Amárico de Addis Ababa- contemplo desde mi ventana el ir y venir de los transeúntes – marea humana de ébano, vehículos desvencijados y animales de todas las especies-, y no puedo dejar de pensar en cuán a menudo de un tiempo a esta parte acuden insistentemente a mi recuerdo las citadas líneas del libro de Javier Reverte.
¡Cuantas veces en el último año he compartido este sentimiento apátrida con todos aquellos que he tenido oportunidad, hasta la saciedad en algunos casos, lo admito, usándolo como una especie de tabla de salvación, y esperando encontrar en la mirada del interlocutor esa chispa, esa mirada cómplice o el reflejo de una media sonrisa que me diga, sé de que hablas…..!, ¡yo también me siento como ET!.
Por supuesto, lo he compartido con los más cercanos, los que afortunada e incondicionalmente siempre estan ahí, la familia y los amigos, pero también con muchas otras personas que el destino ha puesto en mi camino. Dejándolo caer, así como quien no quiere la cosa en medio de cualquier conversación en la que el tema encontraba cabida, reconduciendo el diálogo en otro casos de forma intencionada, tratando de hacer a mi manera un pseudo estudio antropológico, y muchas veces, quizás más de las necesarias, pero siendo sincera las que más he disfrutado, por mera maldad infantil o inocente divertimento frente a la típica frase de “ Como en España no se vive en ningún sitio”, que sorprendentemente aún sigue siendo el latiguillo favorito y expresado con una total convicción por mucha gente en nuestro país.
De forma intuitiva y casi telepática, todos nos sentimos como ET. Unos ETs, a veces desorientados, que en muchos momentos a solas se preguntan ¿mi casa?, con interrogaciones, que no con una exclamación de deseo por alcanzar. Y señalan a no se sabe dónde
Con extraños en muchos otros casos, durante esos encuentros esporádicos y espontáneos que la vida cotidiana te regala en cualquier parte, a veces tan triviales y a priori tan poco atractivos como la consulta de un médico y la cola del cine, pero en los que la falta de conocimiento personal e inexistencia de involucramiento emocional, y sobre todo el saber que no los volverás a ver más, te hacen arriesgarte y ser desesperadamente sincera. ¡Benditos momentos éstos últimos!. No sé qué sería de la vida sin éstas últimas situaciones, momentos que a veces se convierten en pequeñas joyas que quedan en el recuerdo para siempre. Si viajáis mucho, estoy segura que habréis disfrutado de estos momentos millones de veces.
Y finalmente tengo que admitir, que siempre, siempre, siempre, de forma inequívoca ha sido en los ojos, en las voces telefónicas o en los e-mail electrónicos, de mis amigos y amigas del alma, aquellos con los he compartido momentos preciosos e inolvidables de alegría sin fin y de tristeza profunda, aquellos que durante mucho tiempo han perdido y en muchos casos continúan dejándose la salud, acumulando cicatrices en ese alma perdida, trabajando de forma extremadamente profesional y personalmente comprometida día a día en emergencias y en proyectos de desarrollo en todo el mundo, en fin, en mis colegas cooperantes, en donde esa chispa y esa sonrisa cómplice ha sido inmediata, sin ni siquiera parecer evidente sobre qué estábamos hablando. De forma intuitiva y casi telepática, todos nos sentimos como ET. Unos ETs, a veces desorientados, que en muchos momentos a solas se preguntan ¿mi casa?, con interrogaciones, que no con una exclamación de deseo por alcanzar. Y señalan a no se sabe dónde.
Si bien el extracto del libro de Reverte refleja el sentir literal de alguien que dejó su país para asentarse en otro en aras de encontrar una vida mejor, y sin querer de ninguna manera comparar dos situaciones tan diferentes tanto por sus causas como por sus consecuencias, tremendamente mayores a todos los niveles en el caso del autor de tan profunda e íntima reflexión, la analogía es muy similar con el sentimiento que cualquier cooperante siente, y mucho más si él o ella han retornado de forma definitiva a su país, dejando atrás cientos de viajes y un cúmulo de experiencias vitales compartidas con otros seres humanos en diferentes continentes.
En estos días, y a causa de dos desafortunados casos, se vuelve a cuestionar por enésima vez la labor desarrollada por las ONGs en general, a poner en tela de juicio el trabajo de muchos Organismos Internacionales, y por supuesto de rebote la honestidad de sus trabajadores, cooperantes, técnicos, profesionales y voluntarios
En estos días, y a causa de dos desafortunados casos, se vuelve a cuestionar por enésima vez la labor desarrollada por las ONGs en general, a poner en tela de juicio el trabajo de muchos Organismos Internacionales, y por supuesto de rebote la honestidad de sus trabajadores, cooperantes, técnicos, profesionales y voluntarios. Sin ser el tema de este artículo, y consciente de que aún está abierta la investigación, con lo que no se deberían dictar sentencias paralelas, bien es cierto que dos granos no hacen granero. Que en éste mundo de la cooperación conviven grandezas y bajezas como en cualquier otro tipo de instituciones, pero que lo que si es una realidad es que las organizaciones sin fines de lucro, las ONGs y los Organismos Internacionales se estan profesionalizando cada vez más, establecen procedimientos, normas y procesos de transparencia, control y eficiencia y se dotan de profesionales comprometidos. Los Cooperantes son técnicos, licenciados, doctores en muchos casos, investigadores, etc…cada vez más con un grado de formación y preparación superior junto con unas cualidades humanas y éticas en el desarrollo de su trabajo dignas de admiración.
Pero tras este pequeño apunte, vuelvo al tema que me ocupa. Y es que la mayoría de las veces las ONGs y sus cooperantes solo salen en los medios de comunicación y despiertan el interés general por casos como los mencionados. Y pocas veces se habla realmente de cómo es la vida de un cooperante.
De una parte, poco se sabe de los problemas y de las pocas facilidades que reciben desde cualquier ámbito, ya sea desde las propias ONGs, desde el Estado, las empresas privadas o la sociedad en general, cuando su labor en el terreno termina por múltiples causas, principalmente familiares, ley de vida, hijos que crecen, padre mayores que se vuelven dependientes, envejecimiento propio, etc… y se encuentran que tienen que volver definitivamente a vivir y trabajar en España después de haber dedicado años y años a su labor humanitaria y de desarrollo.
La aprobación del Estatuto del Cooperante hace unos pocos años significó un paso hacia adelante en el reconocimiento de la labor y los derechos de los cooperantes tanto en el terreno como en los apoyos a su regreso. Sin embargo, y bajo mi punto de vista, hay colectivos de cooperantes que no han quedado recogidos en el estatuto, entre ellos, los Voluntarios de Naciones Unidas, a los que no se les reconoce los años laborales de su labor humanitaria. Hasta el momento además, tampoco conozco a ningún ex – cooperante que me pueda contar de forma precisa un solo tipo de ayuda, más allá de la cobertura del paro, o la concesión del la ayuda de repatriados, que le haya ofrecido el Estado para su reincorporación psicológica, social y laboral tras su vuelta a España.
Y de otra Parte, tampoco se ofrecen suficientes espacios mediáticos en los que los cooperantes puedan transmitir a la población en general en que consiste su trabajo en el terreno, que tipo de formación profesional poseen y sobre todo que clase de habilidades y valores se desarrollan a lo largo de su labor en distintos países. Valores y habilidades basadas principalmente en el respeto y la integración cultural, en técnicas de resolución de conflictos y dialogo con múltiples agentes sociales, la empatía con el otro, la flexibilidad, la adaptabilidad, bueno y muchas cosas más que en nuestra sociedad Española, hoy ya global, serían tan inspiradoras.
Si Alicia volviera
Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana
(Extracto de libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés, Eduardo Galeano. Siglo Veintiuno Editores, México, 1998)
Vuelvo a mirar por la ventana de mi hotel en Addis, y las palabras de Reverte me vuelven a recordar como han sido este año entero que llevo de cooperante retornada en España.
Recuerdo con cariño especial las escalas que hacía en España cada año o cada dos años por un periodo de 15 o 20 días, en los que disfrutaba del recuentro con los familiares y amigos, y aprovechaba para absorber toda la oferta cultural, y de ocio que me ofrecía Madrid. ¡Un oasis en medio del desierto!, sin horarios, si prisas, sin obligaciones,……. Pero ¡ay! Que diferente es cuando regresas después de 10 años, no de visita sino para quedarte……. . Me siento la Alicia que describe mi admirado Galdeano.
Primero de todo te encuentras con un país, con una ciudad que ya no reconoces.
Por sus cambios estructurales (nuevos edificios, obras, túneles, carreteras de circunvalación, y que sin embargo hacen que cada ciudadano invierta una media de 2 a 3 horas diarias en trasladarse de su casa al trabajo, que locura ¿no?. Y que además, te hace difícil recargarte con las emociones que siempre nos despierta a todos el volver a pasear por sitios conocidos que forman parte de tu niñez y tus vivencias.
Por tener que adaptarte a cuestiones que aquí son naturales en la vida cotidiana y a las que prestamos poca o nada de atención , pero que en muchos países en los que he estado son realmente un lujo ( el abrir el grifo sin más para beber agua potable, contar con unos transportes adecuados, gozar de asistencia sanitaria gratuita, e-mail y teléfonos que funcionan, etc..).
Pero realmente lo más costoso y ante lo que mi alma errante esta absolutamente confusa es ante los enormes cambios de comportamientos sociales, e intereses y prioridades que los ciudadanos españoles ha establecido en sus vidas ( tener 2 ò 3 móviles – ¿para qué me pregunto?), las televisiones de plasma que no se muy bien como se ubican en los minúsculos pisos que la gente puede afrontar, el consumismo bestial y ocio reconvertido en visitas dominicales a los múltiples centros comerciales, la ansiedad por el pago de las hipotecas, los nefastos servicios de atención al cliente que una encuentra en los comercios, y la falta de empatía, e interés por los problemas del vecino, del que pasa por tu lado en la calle, etc. etc.. . ¡Vamos el mundo al revés!.
Cuando la abuela llegaba a este punto del cuento, a mí se me venían lágrimas a los ojos. Todavía no se me había metido en ellos ningún cristalito de hielo ni me había raptado la Reina de las Nieves
¿Sabes a qué edad se me meterá a mí en el ojo el cristalito de hielo? Di.
Extractos de la novela “La Reina de las Nieves” de Carmen Martín Gaite
Tengo una sensación de que en mi ciudad Madrid sobra stress y complicaciones, y hay una gran falta de tiempo para identificar y ver las cosas pequeñas que finalmente dan satisfacciones en la vida. Que falta felicidad, sonrisas, en muchos casos la posibilidad de sentirse realizado y satisfecho con el trabajo y la vida cotidiana. Hay miedo incluso a ser rebelde, a salirse del patrón, de la norma. Siento que hay demasiada gente a la que ya se les ha metido el cristalito del cuento en el ojo.
Habría que tratar de sacárnoslo lo antes posible. Mirar con otros ojos a esos países denominados subdesarrollados o en desarrollo, tribus en muchos casos que aún viven a siglos de nuestras facilidades y tecnología, y que en los índices de desarrollo humano están en los últimos lugares. Pero donde sin embargo, aún se conservan y promueven mecanismos de convivencia, solidaridad, y formas naturales y sencillas de disfrutar, que hacen realmente la diferencia cuando hablamos de calidad de vida.
Si bien los cooperantes, almas errantes, tenemos siempre este dilema de dónde está realmente nuestra casa, y sufrimos en menor o mayor grado la incomprensión de la sociedad y las dificultades del retorno, ésta aparente contradicción más allá de ser un sufrimiento, es finalmente un privilegio.
Porque viajar, vivir en otro país por un periodo de tiempo, corto o largo da igual, acercarse a la gente con curiosidad, humildad y honestidad, sin falsos prejuicios, empaparse de sus costumbres y cultura, reír y sufrir, en definitiva vivir como uno más del país que te acoge, te enriquece enormemente como persona.
Si hay algo que sí ha cambiado en España y que es de las cosas que más positivamente valoro a mi regreso, es que la diversidad cultural de la que hoy disfrutamos en nuestras ciudades gracias a la inmigración, es fascinante muy enriquecedora para aquellos que hacemos todo lo posible por que el cristalito no nos entre en el ojo. Es tener en mi ciudad concentrados todos los olores, los sabores, los acentos, las vestimentas, las culturas, que han sido mi vida cotidiana en los últimos diez años.
Yo desde luego voy a aprovechar esta preciosa oportunidad que Madrid me ofrece y os animo a todos a que viajéis y si no es posible a que no cerréis los ojos a esta nueva sociedad española y que os acerquéis sin miedo, sin falsos prejuicios y con una mente curiosa y abierta a toda esta realidad que convive con nosotros.
¡GANAREMOS TODOS!
Cuando llega una orden de cambio, el guerrero se despide de todos los amigos que formó durante el transcurso de su camino. A algunos les enseñó cómo escuchar las campanas de un templo sumergido, a otros les contó historias alrededor de la hoguera. Su corazón se entristece, pero él sabe que su espada está consagrada y debe obedecer las órdenes de Aquel a quien ofreció su lucha. Entonces el guerrero de la luz agradece a los compañeros de jornada, respira hondo y sigue adelante, cargando con recuerdos de una jornada inolvidable.
(Pensamiento del libro Los Guerreros de la Luz” de Pauhlo Coello)