Por lo pronto, los griegos han vuelto a demostrar que no tragan con el discurso del miedo, como ya pasara en las anteriores elecciones generales, donde se equiparó a Syriza con el Apocalipsis. También quedan muy en cuestión todos aquellos que, para favorecer la victoria del SÍ en la consulta, auguraban una irremediable salida del euro de los helenos en caso de ganar el NO, como el presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, quien de nuevo parece no estar muy centrado en sus intervenciones.
Porque teniendo en cuenta los miles de millones que Grecia le debe a sus socios comunitarios, quién en su sano juicio dejaría que se precipitara a la bancarrota y la suspensión de pagos. Una quiebra de la que los anteriores ejecutivos griegos son culpables por su desastrosa y embustera gestión. Por ello, deberán hacer frente a sus obligaciones, es justo y necesario, pero habrá que negociar, y la dimisión del ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, es el primer gesto de Atenas para este nuevo episodio.
Tal vez por el resultado del referéndum, los acreedores tendrán que aflojar la soga, lo que quizá suponga un problema para otros gobiernos que aceptaron condiciones muy duras con menor resistencia, de ahí su intransigencia, la que no muestran, en cambio, con cajas de ahorro rescatadas que desahucian mientras sus responsables se dan la gran vida con tarjetas black.
También fuera de la Unión Europea están los ojos puestos en Atenas. Rusia reza por que todo se tuerza, a fin de atraerse el país heleno hacia su órbita, mientras que Estados Unidos presiona a Alemania para evitarlo. Y entre tanto, Europa sin ponerse de acuerdo, dando síntomas de fragilidad.
Con este panorama, ¿alguien se atreve a apostar? Lo único que parece claro es que el camino debe discurrir por la negociación y no la imposición, pues este domingo Grecia nos ha recordado dónde nació la democracia.
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