Mediante su Stanford Prison Experiment [Experimento Carcelario de Stanford] de 1971, conocido como SPE en los libros de sociología, consiguió demostrar cómo el anonimato, la conformidad y el aburrimiento pueden utilizarse para inducir un comportamiento sádico en quienes de otro modo serían unos estudiantes ejemplares.

Más recientemente, Zimbardo, de 74 años, ha estudiado cómo las decisiones políticas y las elecciones individuales llevaron a cometer los abusos en la prisión de Abu Ghraib en Irak. En su libro The Lucifer effect: Understanding how good people turn evil (El efecto Lucifer: entender cómo las personas buenas se vuelven malas), describe el camino que le llevó de Stanford a Abu Ghraib.

Hay ocasiones en las que las circunstancias externas pueden sobrepasarnos y podemos llegar a hacer cosas que jamás pensamos que haríamos. Si no somos conscientes de que esto puede suceder, podemos vernos seducidos por el mal

PREGUNTA. ¿Puede explicar en qué consistió el experimento para quienes no lo estudiaron en primero de Psicología?

RESPUESTA. En el verano de 1971, realizamos un simulacro de prisión en el campus de la Universidad de Stanford. Elegimos a 23 voluntarios al azar y los dividimos en dos grupos. Se trataba de jóvenes estudiantes normales a quienes pedimos que actuasen como lo harían los “prisioneros” y los “guardias” en una prisión. El experimento habría de desarrollarse a lo largo de dos semanas.

Al cabo del primer día no había sucedido nada interesante, pero el segundo día se produjo una rebelión de prisioneros. Los guardias vinieron a preguntarme qué debían hacer. “Es vuestra prisión”, les dije, y les advertí de que no debían emplear violencia física. Los guardias optaron rápidamente por el castigo psicológico, aunque también hubo abusos físicos.

En los días siguientes, los guardias se fueron volviendo cada vez más sádicos. Les negaban la comida, el agua y el descanso a los prisioneros, les rociaban con extintores de incendios, les ensuciaban las mantas, les desnudaban y arrastraban a los rebeldes por el patio. ¿Hasta qué punto de maldad se llegó? Los guardias ordenaron a los prisioneros que simulasen actos de sodomía. ¿El motivo? Que los guardias estaban aburridos. El aburrimiento es una clara causa de maldad. No tengo ni idea de lo lejos que se podría haber llegado.

P. ¿Cuál fue su reacción cuando vio las fotografías de Abu Ghraib por primera vez?

R. Me impactaron, pero no me sorprendieron. Lo que me molestó especialmente fue el hecho de que el Pentágono echase toda la culpa a “unas cuantas manzanas podridas”. Yo sabía por las conclusiones de nuestro experimento que si se ponen manzanas sanas en una mala situación, acabarán “podridas”. Por ello estaba deseando actuar como perito para el sargento Chip Frederick, a quien se condenó a ocho años por su papel en Abu Ghraib. Frederick era el reservista del ejército que pusieron al cargo del turno de noche del Nivel 1A, donde se abusaba de los detenidos. Lo primero que dijo Frederick fue: “Lo que hice estuvo mal y no entiendo por qué lo hice”.

P. ¿Y usted lo entiende?

R. Sí. La situación le corrompió completamente. Cuando se asignó a la unidad de reserva de Frederick a trabajar como guardias en Abu Ghraib, él era igual que uno de nuestros amables jóvenes estudiantes del experimento, pero tres meses más tarde, se había convertido en una réplica exacta de nuestros peores guardias.

P. No deja de usar la expresión “la situación” para referirse a la causa subyacente del mal comportamiento. ¿A qué se refiere?

R. El comportamiento humano se ve más influido por lo externo que por lo interno. La “situación” es el ambiente externo. El ambiente interno lo conforman los genes, la historia moral, la educación religiosa. Hay ocasiones en las que las circunstancias externas pueden sobrepasarnos y podemos llegar a hacer cosas que jamás pensamos que haríamos. Si no somos conscientes de que esto puede suceder, podemos vernos seducidos por el mal. Nos hace falta una inmunización contra nuestro propio potencial para el mal. Tenemos que ser conscientes de él para poder cambiarlo.

Philip G. Zimbardo