Sin embargo, el día a día, las prisas, las angustias cotidianas y las equivocadas prioridades, nos impiden ser consecuentes con nosotros mismos y oír la voz interior que nos advierte del peligro. Es entonces cuando nuestro organismo se rebela y manda parar y todas las prisas y las angustias por el devenir quedan desnudas ante el conflicto latente en nuestros órganos. Y en este instante descubrimos cuán importante e imprescindible es la salud y nos preguntamos en que momento dejamos de cuidarnos, cuando fue la última vez que atendimos a los avisos interiores.

No se trata de lo inevitable, ni de lo imprevisible. Me rompo una pierna y tienen que escayolarme o tengo una gripe y debo guardar cama; me atropella un coche sin comerlo y por lo que ha bebido otro. No se trata de eso. Hablo de lo sutil, del abandono diario de las obligaciones para con nosotros mismos en perjuicio de nuestra vitalidad, de establecer el oportuno equilibrio para seguir adelante sin que el organismo se resienta. Hablo de querernos mejor y de querer mejor. De un pacto con la vida.

Yo cambiaría la razón – en su acepción de inteligencia – por el dinero y las tres gracias serian: salud, inteligencia y amor; aunque un poco de “platita” nunca viene mal

El paradigma de la salud física puede extenderse al de la salud mental, al espiritual e incluso al del amor. Porque toda la teoría descrita en los párrafos anteriores es aplicable a los sentimientos, aunque las toses y los ayes suenen distintos. El día a día, las angustias provocadas y el olvido de las verdaderas prioridades enferman a eso que llamamos amor. ¿Cuándo dejamos de cuidar al amor? ¿En que escondido recoveco se metió la ternura? ¿En que inoportuno momento antepusimos el reproche a la comprensión? ¿Por qué dejamos de ser algo más que dos y nos convertimos en incompletos? En la respuesta a estas preguntas están las fechas del quebranto de nuestra salud sentimental.

Sumidos en el desorden físico o emocional, amarrados en la camade un hospital, hundidos en el pozo negro de la depresión, encerrados en el desequilibrio mental, o martirizados por la pérdida de la persona amada, descubrimos que ya poco importan aquellas prisas lejanas y quién tenía razón. Ahora debemos esperar, pacientemente, a que la ciencia, el tiempo y nuestra voluntad, rehagan el camino perdido.

Me dirán, pacientes lectores, que pinto las cosas muy mal, que tal vez exagero, que soy algo pesimista. Lo dirán, los que estén cargados de salud, de razón y de amor, pero presiento que los que sufren entenderán lo que trato de decirles. A todos, unos y otros, les remito a la letra del vals que habla de las tres cosas fundamentales de la vida: salud, dinero y amor. Según su autor Rodolfo Sciammarela, hay que cuidar de este trío de venturas, hasta donde buenamente podamos.

Les propongo que hagan un pacto con la vida y un pacto con el amor: ustedes vigilan su salud y sus sentimientos y la vida hará el resto

Yo cambiaría la razón – en su acepción de inteligencia – por el dinero y las tres gracias serian: salud, inteligencia y amor; aunque un poco de “platita” nunca viene mal y es que, en muchas ocasiones, la falta de ella – cosas de este mundo consumista y capitalista – puede conllevar a la pérdida de cualquiera de las tres que apunto y no obstante, el exceso de “plata” no puede darnos ninguna de las tres. Y no me bromeen con la del amor, el sentimiento comprado es todo lo que ustedes quieran menos amor.

Les propongo que hagan un pacto con la vida y un pacto con el amor: ustedes vigilan su salud y sus sentimientos y la vida hará el resto. Con un poco de suerte todo volverá a su estado primigenio o al nuevo punto de partida que elijan y se darán cuenta de lo bello que es vivir y lo hermosa que está esta mañana la persona que aman; no desaprovechen la ocasión y sean mejores.

¿Pero y la muerte? Me había olvidado de ella, tengo tantas cosas que hacer, tanto que amar todavía, que no se me ocurre, ni por un momento, sentarme a dialogar con la Dama del Alba ni a jugar una partida de ajedrez como en la película “El séptimo sello” del genial Ingmar Bergman. La compañera de postrer viaje, atenta siempre al cumplimiento de su ingrato deber, no da opciones.

La Parca, la inevitable, la silenciosa, ¿se puede pactar con ella? La verdad es que hasta ahora nadie – que se sepa – , lo ha conseguido; sin embargo, a veces pasa de largo no sin antes lanzarnos la promesa del regreso. Imposible el acuerdo.

Pero, si no podemosnegociar con ella plazos y términos, podemos acordar con nosotros mismos actitudes y echarle narices al asunto en cuanto nos llegue la hora. Si nacimos llorando, rodeados de gente sonriendo, marchémonos sonriendo rodeados de gente que llore -¡benditas lágrimas! -, por nosotros.