No me refiero con esto a ninguna máquina útil y fiel a los hombres sino a los ofensivos artilugios que determinadas empresas, muchas de ellas públicas, han tenido el mal gusto de instalar suplantando a los humanos para organizar el acceso a los servicios de transporte.
He tenido ya ocasión de exponer mi punto de vista sobre el desafortunado proceso del que estamos siendo víctimas cada vez que queremos coger el tren de cercanías o el metro, o bien pagar el peaje de una autopista. De la misma forma que en la novela que estoy leyendo los sirvientes humanos habían sido sustituidos por androides super inteligentes de la generación NEXUS 5, en nuestra realidad cotidiana los antiguos expendedores de billetes de cercanías, revisores, y encargados de cabina de autopista han desaparecido para ser sustituidos por unas máquinas particularmente frías y desagradables qué al darte el billete no sólo no te saludan ni mucho menos te sonríen o comentan contigo el tiempo que hace, sino que además se averían con extraordinaria frecuencia sin que tú puedas hacer nada al respecto. Esto es así porque generalmente, y según mi experiencia personal, los burros que organizan las cosas se aseguran a conciencia de que en caso de necesidad no se encuentre allí ningún humano al que acudir cuándo tienes un problema de este tipo.
Este es un proceso que prácticamente se ha implantado ya en cada terminal de metro, cada apeadero de ferrocarril o peaje de autopista. Que las disfunciones y el desamparo del viajero sean más o menos agudas o trágicas es algo que depende de la zona donde nos encontremos y del peculiar sentido del ahorro de los responsables en cuestión. En los alrededores de Valencia, donde vivo, doy fe de que el servicio prácticamente no existe porque es más fácil encontrar una aguja en un pajar que un empleado del metro cuando lo necesitas sí tu billete ha quedado inesperadamente bloqueado o por cualquier otra causa.
Desgraciados como el presidente de la Generalitat Valenciana Ximo Puig, que pertenece a un partido político que como todos los demás insiste en su intención de crear nuevos puestos de trabajo, atornillan al máximo y procuran un ahorro rabioso mediante el doble procedimiento de quitarles el pan de la boca a los padres de familia que tendrían que estar empleados en la empresa pública Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana y de tornar el supuesto servicio de metro de cercanías en una zozobra para el viajero, haciendo tan necesaria como el título de transporte una o quizá unas plegarias al Altísimo a fin de en el trayecto no surja un imprevisto que precise la ayuda de alguien con ojos, orejas y boca al servicio de la empresa.
Digo esto a los pocos meses de haber sufrido uno de estos imprevistos y haber tenido que faltar a una cita con el dentista solo porque cuando intenté desembarcar me vi atrapado en la estación y no pude cruzar las puertas debido a un incidente tonto con el billete que ahora mismo no viene al caso detallar.
Puedo confirmar que en los últimos tiempos, y debido a estos cambios de hombres por máquinas, cada vez que tengo que ir al centro de Valencia desde el pueblo en el que vivo, lo hago completamente amedrentado ante la posibilidad de verme, como me he visto ya varias veces, tratando de establecer una conversación constructiva con un trozo inerte de hierro.
Por esa convincente razón sueño, no con ovejas eléctricas, sino con un grande, apocalíptico y glorioso cortocircuito que inutilice a todos y cada uno de esos cacharros metálicos inmundos y fuerce a los desgraciados que se encargan de organizar la convivencia a fundirlos para fabricar cojinetes y a continuación emplear a las personas que siempre debieron estar allí.
Naturalmente que cuando un político se apodera de un micrófono para proclamar que su primera prioridad es luchar contra el desempleo, como nos encontramos en una economía de mercado esto sólo lo puede llevar el interesado a buen fin mediante la implementación de ciertas medidas legislativas que de una manera indirecta promuevan eso que llaman el crecimiento de la economía. Pero cuando de lo que estamos hablando no es de crear las condiciones para que la empresa privada funcione mejor, sino que el político es el dueño y señor de una presa pública como por ejemplo Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana, luchar contra el paro es sencillo: Basta desconectar la pestilente chatarra. Se trata de una pura y simple decisión que solamente depende del político, y por esta razón tan simple podemos considerar demostrado que cuando estos malnacidos insisten en que la prioridad es la creación de empleo, deben hacerlo cruzando los dedos por detrás.
Esto último lo digo también por experiencia propia, ya que debido a los conflictos a los que me tuve que enfrentar, escribí una epistola al presidente de aquí, Ximo Puig, expresando estas razones . Me contestó con una comunicación tan vacía y tontuela como yo esperaba.
Mi conclusión personal es que estos señores resultan ser en la práctica unos torturadores y saboteadores mal disimulados cuyo trabajo consiste en asegurarse y que los servicios públicos funcionen cada vez peor en busca de un buen pretexto para su privatización.
Por esa razón solo me cabe pedir a quien corresponda que castigue a estos viles personajes con el gran cortocircuito universal.
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