El caso es que veo relación entre  una cosa y la otra, y antes de entrar en materia quiero advertir que escribo este artículo con el mayor respeto a las personas que han caído víctimas  de la enfermedad, a quienes están en planta y en la UCI y a sus familiares, y también a los fallecidos y a sus familiares. Y por supuesto que no tengo palabras ni nadie puede tenerlas para expresar mi admiración, reconocimiento y agradecimiento hacia  los sanitarios a los que les ha tocado luchar en la trinchera no sólo contra la pandemia sino también contra la solemne, histórica e incomparable torpeza de los gestores públicos.

Mi madre tiene noventa años y no hace más que repetir que Dios se ha  enfadado. Opino que puede no estar equivocada, aunque la imagen de ese Dios ofendido quizá sea  distinta de la de un señor barbudo  de la tercera edad  que recuerde a Gandalf el blanco  con mala leche. De hecho, quizá  no haya que remitirse a ninguna imagen en absoluto.

En mi reciente novela Nafuria (El origen de Dios)proponía la idea de que la divinidad es una gran inteligencia impersonal que controla cada mínimo detalle del universo manifestado. Cosas como el equilibrio homeostatico sodio-potasio, el recíproco antagonismo entre la insulina y la dihidroapiandrosterona, el misterioso milagro de los neurotransmisores (mensajeros a la vez químicos y eléctricos) o la forma en la que la coenzima Q10 mejora la eficiencia con la que se quema el oxígeno en la mitocondria, son sólo algunos ejemplos de la incomprensible y abrumadora complejidad y sutileza de trillones procesos bioquímicos en delicado equilibrio que se están produciendo a cada fracción de segundo, de forma simultánea, en el seno de los cuerpos vivos. Y esto por hablar sólo de la fisiología, pues no menos impresionante y compleja resulta la infinitamente detallada estructura anatómica de los cuerpos vivos pero también de los minerales.

Mi conclusión es simple: Todo eso no puede ser consecuencia de la casualidad. Razono igual que el hombre primitivo al que preguntan por qué cree en los dioses y responde mirando alrededor y diciendo “alguien tuvo que crear todo esto”. La diferencia es que el “todo esto” es mucho más complejo de lo que parece y que yo no creo que “todo esto” sea la obra de un dios con atributos humanos y peligrosos cambios de ánimo, sino de esa inteligencia universal impersonal carente de cuerpo pero desde luego real, omnipotente, omnisciente y ubicua.

Los tiempos andaban revueltos ya antes de esto ¿verdad? El acoso de un temporal tras otro no nos daba tregua. Lluvias torrenciales, autopistas cortadas, vientos huracanados, incendios devastadores, olas de diez metros, destrucción en la costa… Sí, parecía propiamente que Dios se estuviera enfureciendo.

¿Sabéis lo que me pasó con los huracanes? El 21 de diciembre me derribaron tres hojas  del jardín invernal y hubo muchos cristales rotos. En marzo acabaron el trabajo y no dejaron vidrio  sano.

No tengo ni quiero tener ni tendré nunca un seguro de la casa porque creo que esos tipos son peor que la peste y desde que adquirí cierta madurez me convencí y he repetido muchas veces que no hay nada más inseguro que un seguro. El coste de los daños lo asumí convencido pero no sólo eso. Acaté de buen grado el castigo y reconocí que lo tenía merecido.

¿Merecido? Sí, porque soy uno de los muchos que obtenemos beneficios inmediatos de la destrucción de la naturaleza: Pulso un interruptor y consigo luz eléctrica inmediata. Con otro obtengo calefacción. Con otro refrigeración. Si quiero agua no tengo más que abrir el grifo. Puedo ducharme a diario.  El frigorífico a rebosar. Si debo ir a Tenerife por trabajo en tres horas estoy allí.

¿Creéis que todo eso es obra de la gracia divina? Son  logros del hombre a costa de la sagrada  madre Tierra, del agotamiento de sus recursos naturales, de la intoxicación de su valiosa atmósfera y el envenenamiento de sus mares.

Una pregunta (más bien retórica): ¿Alguien sabe dónde está Curro?

Curro estaba de fin de semana en el Caribe. Ésta era la publicidad machacona que metía en la tele no sé ya si una agencia de viajes, Iberia o qué. Ya entonces me preguntaba si resultaba decente que los miembros de la clase media tuviéramos acceso a lujos que para sí hubieran querido los emperadores romanos. Y yo creía que no, pero no por puritanismo, sino debido al coste medioambiental. Siempre pensé que esa publicidad era simplemente inmoral porque sabía que el vuelo con América consume tanto oxígeno como un hombre respirando durante toda su vida.

Cuando estuve en la comisión de peticiones del Parlamento Europeo en 02.12.19, escuché a unos jovenzuelos franceses muy agradables que pedían la imposición de un impuesto al queroseno como medida para encarecer los vuelos y disminuir su frecuencia. Bien argumentado y muy justificado pero  los responsables no actúan.

Cumbres del clima, muchas. Una tras otra. Discursos retóricos para dar y repartir, por supuesto. El único inconveniente es que esos políticos que van allí a hablar y a proclamar no son más que los chicos de los recados de la élite oculta, ésos que no aparecen por ninguna parte y que disponen de nosotros como yo disponía de mis menudos indios y americanos de plástico cuando era un niño.

Todos avisaban: La Tierra se va a pique. Pero nadie hacia nada.

Hace tiempo, cuando aún había esperanza para la selva del Amazonas, alguien me dijo que la selva misma se estaba defendiendo, como si fuera un ente vivo. Idea bonita pero fantasiosa. Es muy difícil resistirse al insolente   poder arrasador de Monsanto y a los brutales  beneficios que le reportan sus cultivos de soja transgénica y, claro, últimamente también al presidente pirómano de Brasil.

¿Y ahora que? 

Nos han obligado a parar y los efectos colaterales son obvios:  Las emisiones de carbono se han detenido instantáneamente. El aire está limpio. En las grandes ciudades se puede respirar. La detención de los procesos de fabricación de plásticos ha frenado  también la contaminación marina  por PCBs,  con sus inquietantes consecuencias incluyendo la inversión de caracteres  sexuales. La detención de procesos industriales implica  una moratoria forzada en la contaminación de suelos por vertido de metales pesados.

La curva del virus y la curva de la contaminación son también antagonistas. Conforme  sube la primera baja la segunda, y todo esto creo que encierra una gran enseñanza.

Creo a pie juntillas en la existencia de la gran inteligencia universal impersonal porque es la única forma de comprender la realidad que nos rodea. Se mantiene pasiva porque en apariencia no hace nada o no se manifiesta, pero al mismo tiempo está siempre ahí: Enormemente activa en todas partes aunque no se note porque en nuestra incomprensión creemos que todo sucede porque sí o simplemente no nos detenemos a pensar.

Puede que esa gran inteligencia superior haya dicho basta. Puede que haya estado dando toques de advertencia en todas esas catástrofes naturales en la esperanza de que la especie homo sapiens sapiens fuera capaz de hacer honor a su nombre taxonómico y reconducir la situación. Pero no puede. No porque nos falten bondad natural, generosidad, nobleza o empatía, sino porque somos  el ganado que la élite económica utiliza para agrandar su ya insultante poder. Porque vamos de aquí para allá portando y expresando ideas que no son nuestras sino suyas,  porque no tenemos el mínimo control de la situación y porque, en el fondo, nos encanta vivir bien y rodeados de lujos y preferimos no ver lo que significa eso en términos de destrucción de nuestra única casa, la gran bola giratoria a la que llamamos Tierra.

No quiero parecer un iluminado frívolo que ha encontrado una idea para lucirse o que se pierde en reflexiones intelectuales pasando por alto el sufrimiento humano y sobre todo el fallecimiento de personas inocentes e indefensas. No obstante,  mi padre murió un 16 de marzo. Mi amigo Juan Miguel Terradez un 19 del mismo mes. He observado que muchas personas de cierta edad cruzan al otro lado en los inicios de la primavera, cuando el mundo se prepara para renovarse desprendiéndose de lo viejo para que lo nuevo pueda nacer. Es como si estas personas inocentes fueran el chivo expiatorio que se entrega en sacrificio  por los males de toda la humanidad, o a la manera del gigante Ymir o la diosa Tiamat, cuyos cuerpos muertos fueron empleados respectivamente en el mito germánico y el akadio para construir sobre ellos un mundo nuevo.

Volveremos a reunirnos, a tocarnos, abrazarnos y besarnos como antes. Habrán mucha celebración y mucha iconografía. Eso será delicioso, pero yo confío en que llegado el  momento alguna lección hayamos sido capaces de entender y conservo la esperanza de que la nueva puesta en marcha de la rugiente y espantosa maquinaria sea a medio gas. Podríamos conseguirlo si aprendemos que en realidad para ser feliz hace falta muy poco.

Hagamos lo que cada uno podamos para impedir la triste realidad de que ese mismo día tan deseado en que vuelvan a encontrarse nuestros labios, vuelva a despertar el mayor enemigo que nunca tuvo la sacrosanta naturaleza para continuar envenenando, destruyendo e intoxicando.