¡Algún día, llegado el momento, verteré sus lágrimas desde lo alto de una gran montaña y desde allí podrán ver como es el mundo! – Pensaba, mientras observaba mi cara en su cubo reflejada.

-¡Tendrán que abrirse camino con fuerza y perder sus miedos y en su solitario camino otras corrientes y otras aguas se unirán a ellos!

Un día y sin esperarlo, el sol se alzó con fuerza. Nada ni nadie podía apagar su luz, su calor y resplandor. Oculte temerosa el cubo, pero el sol absorbió las lágrimas.

¿Dónde están las lágrimas que has ido guardando durante estos años con tanto anhelo? –Me preguntaron mis hijos.

-El Sol las ha absorbido y no he podido detenerlo y… ¿veis aquellas nubes libres y juguetonas que aparecen en el cielo provocando al viento?

– Si. -Me dijeron.

Están compuestas de miles de lágrimas de cientos de niños, que un día como vosotros crecieron.

Y del cielo caerá agua, formándose tormentas, rayos y truenos y de ahí llegará la calma creándose de nuevo senderos y caminos que limpiaran a su paso vuestros miedos. Paletas cromáticas de mil colores os acompañarán y os dejareis llevar en muchas ocasiones por la vida y por el tiempo.

No pude retenerles. El ruido del agua, el olor a tierra mojada y los mil y un tonos de la tierra en su trayecto les acompañan. Han perdido sus miedos, ahora avanzan con fuerza y atrás dejaron las lágrimas. Ya no necesitan  “El cubo de lata plateada”.

María del Carmen Aranda es escritora y autora del blog mariadelcarmenaranda.blogspot.com