Teniendo en cuenta que el número de personas que pasan hambre en el mundo aumentó a 852 millones entre los años 2000 y 2002 (es decir, un incremento de 18 millones de personas desde mediados de los años 90) los costes humanos y económicos del hambre no dejarán de aumentar si no se revierte esta tendencia. La cifra total de personas que sufren hambre se compone de 815 millones de personas en los países en desarrollo, 28 millones en los países en transición y 9 millones en los países industrializados. De los 815 millones que se encuentran en países en desarrollo la distribución es la que sigue: en India (221 millones); África subsahariana (204); Asia y el Pacífico (156); China (142); América Latina y Caribe (53), y Oriente Próximo y Norte de
África (39).
Según el informe anual de la FAO sobre el hambre, “El estado de la inseguridad ali mentaria en el mundo (SOFI 2004)”, el hambre y la malnutrición producen un enorme sufrimiento a las personas: por su causa mueren más de cinco millones de niños al año y tiene un dispendio para los países en desarrollo de miles de millones de dólares debido a la pérdida de productividad y de ingresos nacionales.
“Cada año, más de 20 millones de lactantes nacen con insuficiencia de peso en el mundo en desarrollo”, informa la FAO. Estos niños corren más peligro de morir en la infancia, y aquellos que sobreviven a menudo padecen discapacidades físicas y mentales durante toda su vida. Y es que de esos más de cinco millones de niños menores de 5 años que fallecen cada año por el hambre, 3,7 millones mueren por no haber adquirido el peso adecuado a su edad. Además, la FAO señala que la carencia de hierro, uno de los tres micronutrientes fundamentales, causó entre 750.000 y 850.000 muertes más. La misma proporción de fallecimientos fue provocada por la falta de vitamina A e idénti ca proporción por la de cinc. A esto hay que añadir los decesos por enfermedades infecciosas como la dia rrea, paludismo, neumonía, sarampión, y por problemas en el momento del parto. El número final de los niños que fallecen al año (por enfermedades o hambre) se eleva a 7,5 millones.
Como se ha dicho, las personas malnutridas que logran sobrevivir a las primeras etapas de la infancia, suelen sufrir dis capacidades físicas y cogni tivas de por vida y viven menos años. Para determinar las repercusiones de la malnutrición, la FAO suma las muertes prematuras y las discapacidades causadas por la falta de alimentación. Esa medida se llama AVAD (años de vida ajustados a una discapacidad). Se estima que la subnutrición infantil y la materna tienen un coste de 220 millones de AVAD en los países en desarrollo. Si se toman en con sideración otros factores de riesgo relacionados con la alimentación, el coste asciende a casi 340 millones de AVAD, señala el informe. Algo que, según los expertos, representa una pérdida de vidas humanas y mano de obra equivalente a la muerte o la discapacidad de la población de un país mayor que Estados Unidos.
Por otra parte, existe la paradoja de que millones de consumidores ricos en el primer mundo fallecen por enfermedades provocadas porque se atiborran de carnes de vacas, cerdos, pollos… alimentados basán dose en cereales, cuyo cultivo impide la producción de cereales de consumo humano. Además, la OMS informa de que el 18% de la población total mundial es obesa, prácticamente la misma cantidad de gente desnutrida. Pero ese 18 % de obesos se concentra en EE.UU. y Europa (61% de los norteamericanos, 50% de los alemanes sufren sobrepeso y en España el problema entre los niños y adolescentes ha tomado un cariz bastante grave).
La FAO señala que es lamentable lo poco que se hace para combatir el hambre, si bien los recursos necesarios para evitar con eficacia esta tragedia humana y económica son minúsculos en comparación con los beneficios de invertirlos en esta causa. El informe añade que si no hubiera que pagar los costes directos de los daños producidos por el hambre, habría más recursos para luchar contra otros problemas sociales. Una primera estimación sugiere que estos costes directos suman un total de aproximadamente 30.000 millones de dólares al año, más del quíntuple de la can tidad comprometida hasta la fecha para financiar el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria.
Además, también están los costes indirectos de la pro ductividad y los ingresos perdidos. Por ejemplo, el informe indica que tolerar los niveles actuales de mal nutrición infantil se tradu cirá en pérdidas de productividad e ingresos durante la vida de estas personas que ascienden a entre 500 mil millones y un billón de dólares al valor de hoy. Es una ironía que los recursos necesarios para afrontar el problema del hambre sean pocos en comparación con los beneficios que produciría invertirlos en este causa. Cada dólar invertido en la lucha contra el hambre puede multiplicarse por cinco y hasta por más de 20 veces en beneficios.
Sin embargo, todavía hay esperanza. Ya que si bien en los países en desarrollo la lucha contra el hambre crónica no está logrando cumplir los objetivos de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación y los Objetivos de Desarrollo del Milenio, respecto a la reducción a la mitad para el 2015 del número de personas que pasan hambre en el mundo, todavía es posible alcanzar esta meta.
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El informe indica que más de 30 países, que comprenden casi la mitad de la pobla ción del mundo en desarrollo, no sólo han ofrecido pruebas de que un rápido progreso es posible, sino también lecciones de cómo lograrlo. Estos países redujeron en los años 90 el porcentaje de personas que sufren hambre por lo menos en un 25 por ciento. Dichos países son: Angola, Benín, Brasil, Chad, Chile, China, Costa Rica, Cuba, Gabón, Ghana, Guinea, Guyana, Ecuador, Emiratos Arabes Unidos, Haití, Indonesia, Jamaica, Kuwait, Lesotho, Malawi, Mauritania, Mozambique, Myanmar, Namibia, Nigeria, Perú, República del Congo, Siria, Tailandia, Uruguay y Vietnam.
En el Africa subsahariana la proporción de personas desnutridas cayó del 36% (cifra que se mantenía desde el período 1990 1992) al 33 por ciento.
Hartwig de Haen, Subdirector General de la FAO del Departamento Económico y Social ha dicho: “Es posible que la comunidad internacional todavía no se dé cuenta del beneficio económico que obtendría invirtiendo contra el hambre. Ya se sabe cómo eliminarla. Es hora de aprovechar el impulso para lograrlo. Se requiere voluntad política y darle prioridad a este problema.”
Se exhorta a los países a adoptar un doble enfoque:
SOFI 2004 indica que tenemos amplias pruebas de que es posible lograr rápidos avances mediante la aplicación de una estrategia de doble vía, que ataque al mismo tiempo las causas y las consecuencias del hambre y la pobreza extrema. La primera incluye las intervenciones destinadas a mejorar la disponibilidad de alimentos y los ingresos de la población pobre, fortaleciendo sus actividades productivas. La segunda vía engloba los programas selectivos des tinados a faci litar un acceso directo e inmediato a los ali mentos para las familias más necesitadas.
Para cumplir los objetivos de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación y los Objetivos de Desarrollo del Milenio, SOFI 2004 recomienda que los países adopten programas a gran escala para promover principalmente la agricultura y el desarrollo rural, de los cuales dependen los medios de subsistencia de la mayoría de las personas pobres y que pasan hambre.
También se debería dar prioridad a las medidas que tengan un impacto inmediato en la seguridad alimentaria de millones de personas vulnerables.
Como sabemos, el problema del hambre no se puede reducir a la disponibilidad alimentaria, ya que en ciertos países se produce incluso con superávit de alimentos. El hambre está estrechamente ligada a la pobreza y a la inseguridad alimentaria. Es más un problema de desarrollo y de acceso a los alimentos que una cuestión de producción y de disponibilidad.
La mayoría de personas que sufren malnutrición en el mundo son pobres que viven en zonas rurales, sin apenas acceso a la educación, que no poseen tierras y con pocos recursos económicos. La mayor parte de los agricultores africanos, especialmente las mujeres, no tienen acceso a tierras para cultivarlas y rara vez se benefician de alguna ayuda que refuerce sus capacidades agrícolas. Al no ser propietarios de la tierra, estos campesinos están dependientes de estos últimos y son obligados a practicar una agricultura de subsistencia que no les proporciona suficientes recursos para cubrir sus necesidades vitales. No obstante, en la actualidad hay que tener en cuenta el fenómeno de la urbanización, el incremento del hambre en las zonas urbanas y las modificaciones de la alimentación asociadas a la acelera da urbanización, comprendido el aumento de enfermedades de origen alimentario no contagiosas. En estos momentos, muchos países en desarrollo se enfrentan hoy a un doble reto: el hambre generalizada, por un lado, y el rápido aumento de la dia betes y de las enfermedades cardiovasculares, por el otro.
Por otra parte, los conflictos armados agudizan el hambre. En las zonas en guerra las penurias alimentarias sobrepasan cualquier imagen televisiva que podamos imaginar. Esto es sobre todo evidente en Africa. Así, en Sudán, República Democrática del Congo, Burundi, Ruanda, Sierra Leona, Angola, Somalia, Etiopía, etc. se vive en una situación de malnutrición perpetua. Además de las causas estructurales, los conflictos han agravado el hambre en estas zonas debido a las ingentes cantidades de pérdidas de vidas humanas, a la destrucción de los circuitos de producción y de intercambio, y a la desestabilización socioeconómica en general.
En estos países africanos, la seguridad alimentaria depende sobre todo de la producción agrícola interior que es fruto del trabajo de los agricultores del mundo rural (este colectivo en Africa representa el 70% de la población), y a lo largo de los dos últimos decenios las guerras han provocado el éxodo masivo de más de 25 millones de personas en el continente africano. En estas circunstancias, el ciclo de producción de las explotaciones familiares y rurales ha sido desmantelado, puesto que la población ha tenido que huir de los combates o no puede volver a cultivar una tierras minadas por los combatientes. A pesar de esto, muchos “dirigentes” africanos se embarcan en conflictos armados y traen el hambre a sus pueblos. Y es que, desgraciadamente, en Africa el hambre ha pasado a utilizarse como arma militar y como instrumento político.
Junto a esto es sabido que en los países desarrollados se prima la producción excesiva de alimentos a través de subvencionar su agricultura (como es el caso de la Política Agrícola Común en la Unión Europea), lo cual lleva a excedentes y cuantiosos gastos de almacenaje de esos excedentes. Y, en cambio, se pone toda clase de pegas aduaneras a la importación de productos agrícolas provenientes del Tercer Mundo. Lo curioso es que suelen ser los mismos los que con una careta defienden a ultranza el mantenimiento de la Política Agrícola Común por cuestiones electorales, y por esos mismos motivos dicen apoyar el
Comercio Justo y el desarrollo de los países en vías de desarrollo con otra careta.
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Así, los países de la OCDE distribuyen subvenciones del orden de 300.000 millones de dólares al año entre sus agricultores. Esto al impulsar la producción acaba haciendo que se exporte parte de los excedentes a los países pobres con precios de dumping (inferiores al coste de producción), lo cual conlleva una presión a la baja sobre los precios y a deteriorar la situación económica de los agricultores locales.
Sólo reformando la política Agrícola Común de la Unión Europea, por ejemplo, se puede frenar esas prácticas de dumping. Lo que permitiría igualmente suscitar una acogida más favorable a los productos agrícolas de los países pobres. Otra cosa es que el dinero llegase y beneficiase a los agricultores del Sur en situación precaria. Seguramente, el desenlace sería que más tierras se destinarían a producciones para la exportación. Recordemos que el 70% del comercio mundial está en manos de multinacionales.
Los países occidentales, la mayor parte de las universidades y de las ONGs con base en los países del Norte alientan las exportaciones de productos alimentarios por parte de los países con inseguridad alimentaria. Se basan en el concepto de ventaja comparativa. Ahora bien, el dinero de esas exportaciones raramente se invierte en la lucha contra el hambre y la pobreza.
Estudios recientes demuestran las consecuencias nefastas de la liberalización de los intercambios para la seguridad alimentaria. Desde principios de los años 80, con la puesta en marcha de planes de ajuste estructural y la entrada en vigor de acuerdos de librecambio agrícolas, los países pobres han sido obligados a liberalizar los intercambios agrícolas y alimentarios. Paradójicamente, pese a la reciprocidad de los intercambios según los términos de esos acuerdos, los países desarrollados han mantenido sus barreras aduaneras, marginando los productos agrícolas africanos de los mercados mundiales.
Así, la FAO observa que la liberalización implica el aumento de las importaciones de alimentos en los países subdesarrollados, pero no el de sus exportaciones. Esta evolución lleva a los agricultores a abandonar sus tierras por la ciudad y a favorecer la creación de grandes explotaciones agrícolas. Algo falla.
Como ejemplo baste decir que a principios de los años 80, Haití producía casi todo el arroz que necesitaba . Tras una rápida apertura de mercados forzada por el FMI, se ha visto inundado por arroz estadounidense subvencionado. Decenas de miles de agricultores han perdido su medio de vida y la desnutrición infantil en zonas rurales se ha disparado.
La historia se repite en Honduras, Sierra Leona y otros países. Si se sigue forzando la liberación del comercio que implica sustituir productos autóctonos por importados, la seguridad alimentaria de los países pobres estará cada vez más amenazada.
El comercio podría ayudar a los agricultores de los países en vías de desarrollo si obtuvieran precios convenientes para los productos que destinan a la exportación. En cambio, esos precios tienden a ser débiles e inestables. Incluso si los precios aumentan, el margen de beneficio del pequeño agricultor es escueto.
Llegados a este punto hay que encontrar soluciones para los pequeños agricultores del Sur:
La primera solución sería el desarrollo de métodos de agricultura sostenible. En experiencias llevadas a cabo en Madagascar o en Ghana se ha duplicado la producción de los pequeños agricultores.