La herencia de esos  jóvenes, que cualquier burguesía que se precie debe tener, son  producto de explotaciones industriales, cierres de empresas, escándalos financieros o chanchullos políticos. Entonces, como una maldición bíblica, aparecen esos millones que el heredero o el nuevo administrador se obsesiona en proteger de la Hacienda Pública, porque esto representaría devolver parte de esa pasta a los obreros explotados y despedidos o a las administraciones que han tenido que regularizar bancos y empresas quebradas y expoliadas. ¡Hasta aquí podíamos llegar! Tanto luchar para controlar los convenios y ajustar las pensiones, para que luego, parte de esos beneficios reviertan en la sociedad; un contrasentido indigno de cualquier capitalista que se precie.

Esa burguesía pensante y vergonzante de esos millones manchados, desearía que desaparecieran de las cuentas de Suiza y de Andorra, pero piensan en sus hijos amenazados por el despertar del Pueblo y  cavilando que algún día les puedan pedir cuentas por ello, en contra de sus honorables principios éticos: ocultan, camuflan e infravaloran esos pingües beneficios obtenidos a costa de la plebe o de la masa obrera. Para ello siempre cuentan con un ministro de finanzas dispuesto a que su maldita riqueza sea tratada con benevolencia y así, desde Francesc Cambó hasta Cristóbal Montoro, sus casuales olvidos y ocultaciones encuentran una salida “digna”.

Me es igual que los beneficiados lleven el apellido Pujol, Botín, Undargarín o Mas,  solo por fantasear con cuatro apellidos que me suenan. Me parece indignante y aborrecible que se acojan a una amnistía fiscal ciudadanos que durante años han ocultado sus caudales y que además han ocupado cargos políticos, financieros y sociales de alta responsabilidad pública o cercanos a ella. Pero más indignación me produce que no haya sido motu proprio esa manifestación y que terceros hayan tenido que descubrir esas irregularidades y que durante 30,  40 o 50 años no hayan encontrado un momento para normalizar el botín. Eso incita a pensar que no hay arrepentimiento sino miedo.

Estarán de acuerdo conmigo con este terrible estigma que persigue a la burguesía y que no les permite certificar el porvenir de sus hijos con tranquilidad e inmunidad. Por eso  sus hijos, para fortuna de ellos mismos, se preocupan de obtener su propio patrimonio sin contar únicamente con los caudales de sus padres, abuelos y suegros, y para eso montan empresas fantasmas, asesorías de la nada, nuevos bancos, ocupan cargos importantes en partidos burgueses y reparten concesiones a sus amiguetes, sobre todo las  de las ITV.

Pero no sufran por ello, la nuestra es una sociedad con gran capacidad de absolver y con pedir perdón o pagar un 10% de los beneficios de lo defraudado les bastará; y como último recurso pueden decir que todo fue por amor: al marido, a la mujer, a los hijos o a la patria. Todo vale.

Cambó tiene un monumento en la Vía Layetana de Barcelona por pertenecer a esa burguesía, destinar su fortuna para apoyar al golpe militar del 36, un caso de flagrante patriotismo, y de repetir hasta la saciedad que otros  robaban.

¿Cuándo seremos lo suficientemente listos para dejarnos robar y manipular solo por los de casa?