Desde que Asamblea Nacional Constituyente Francesa aprobó La Declaración de los Derechos del Hombre el 26 de agosto de 1789, estamos ante uno de los documentos fundamentales de la Humanidad al definir los derechos personales y colectivos como universales y basarlos en los derechos naturales de los seres humanos.
Algunos años antes Jean-Jacques Rousseau redactó El contrato social como teoría política, dando en él, propósito al Estado y a los derechos del individuo y creando las bases de esos derechos. Su propuesta es la de vivir en sociedad y por ello sus componentes acuerdan, en contrato social implícito, renunciar a la “libertad natural”, para en contrapartida, suscribir una serie de derechos y deberes para “todos” los que la constituyen y el Estado queda como entidad arbitral para hacer cumplir con el contrato. Evidentemente los puntos acordados pueden ser cambiados a voluntad de los representantes sociales, no del Estado, que sigue siendo un mero gestor de la voluntad social.
El contrato se rompe cuando el administrador –es decir los representantes del Estado – no respetan los derechos individuales o se niegan a cambiar las condiciones del contrato. Eso es lo que ha sucedido en muchos de esos países, huérfanos de verdaderas democracias, sus gestores jamás hubiesen firmado un contrato social real y se han limitado a mantener oligarquías para que arbitren las normas a sus ciudadanos de la forma que más les convenga.
Eso, con ser repulsivo para las sociedades demócratas, ha sido el pan de cada día – ¡a la fuerza ahorcan ¡-para muchos pueblos. Pero el drama no está en la situación, si no en el consentimiento. Las naciones democráticas, por necesidades comerciales, políticas o de áreas de influencia, han corrido un velo sobre la injusticia social o se han limitado a correcciones puntuales sin entrar de fondo en el problema. Muchos de esos dirigentes, desinteresados en garantizar los mínimos derechos a sus pueblos, han tenido aceptación internacional hasta que el mundo occidental ve perjudicados sus propios intereses. Entonces todo son lamentos, cruzadas y componendas.
Cuando veo algunos de los palacios de los señores de la guerra y del absolutismo reducidos a escombros, no me produce ningún sentimiento especial. Sí lo tengo cuando veo los miles de refugiados y los centenares de muertos y heridos en aldeas y carreteras y me pregunto, ¿desde cuándo está sufriendo esa gente? ¿Dónde yacen sus derechos como seres humanos?
Las noticias que llegan de Oriente Medio y del Norte de África, son claras en sus exigencias: Mayor participación ciudadana y mejores gobernantes y eso tiene un resumen: Democracia y Derechos. En uno de sus últimos discursos del presidente del Banco Mundial, Robert B. Zoellick, señaló que son muchas las lecciones aprendidas durante la crisis que vive Oriente Medio y afirmó que “Es necesario un nuevo contrato social para promover el desarrollo en el que se incluya no solamente reformas institucionales, sino también la entrega de mayor apoyo a la sociedad civil para que los gobernantes sean responsables por sus acciones ante sus pueblos”.
Y estamos absolutamente de acuerdo, pero no por ello podemos dejar de preguntarnos si el mundo del dinero no es el responsable de que frente a los gobiernos de esos pueblos han estado o están quienes están. Sí, contundentemente es necesario; no un nuevo contrato social, si no el primero de ellos.
Pide Zoellick, crear en la próxima década 40 millones de puestos de trabajo para Oriente Medio y yo me pregunto: ¿Se implicaran las multinacionales en países donde haya un contrato social, en que las mujeres, los niños y todos los trabajadores tengan garantizados sus derechos? Porque hasta ahora los lugares de mayor inversión de los capitales de los países pudientes están en territorios dónde se les garantice la “paz social” y los costos baratos.
Podría decirles qué firmas deportivas explotan a niños; qué países subyugan a sus mujeres, sólo por serlo. Contarles mucho sobre los niños soldados, los garimpeiros o las mafias de la droga…que les aseguro no son cuatro camellos de barrios marginales. Podría detallarles en que países se fabrican las armas que utilizan gubernamentales y opositores de esos lugares en conflicto y que, por supuesto, no están fabricadas localmente.
Todos los Derechos Humanos: Una infancia protegida, la igualdad de género, el respeto por las minorías, la libertad de opinión, la de prensa, el voto libre y tantos y tantos otros, están siendo continuamente violados y un día nos despertamos y tenemos que acudir con urgencia a lavar – a base de bombas – los pecados de muchos años de naciones con dictadores de opereta ¡QUE TIENEN UN LUGAR EN LAS NACIONES UNIDAS!
No queda más remedio que replantarse las relaciones con los países que subyugan y abusan de sus ciudadanos, aunque esto represente pérdidas económicas. ¡Claro qué es necesario un nuevo Contrato Social!, pero para todos y en el que se estipule clara y contundentemente, el derecho del ser humano a ser feliz.
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