Este mineral es fundamental para los teléfonos móviles, las industrias de aparatos electrónicos, centrales atómicas y espaciales, misiles balísticos, videojuegos, aparatos de diagnóstico médico no invasivos, trenes sin ruedas (magnéticos), fibra óptica, etc. El 60 % de su producción se destina, precisamente, a la fabricación de los condensadores y otras partes de los teléfonos celulares. El coltán permite que uno de los sueños occidentales se haga realidad, ya que con él las baterías de los minicelulares de bolsillo mantienen por más tiempo su carga, debido a que los microchips de nueva generación que con él se elaboran optimizan el consumo de corriente eléctrica.
Después de ser usado en un principio para los filamentos de las bombillas, fue reemplazado en esta función por el más barato y accesible tugsteno, por lo cual el coltán parecía condenado al olvido. Sin embargo, en las últimas décadas su valor se ha recuperado. El colombio-tantalio que era extraído en Brasil, Australia y Tailandia había empezado a escasear. La japonesa Sony, por ejemplo, tuvo que aplazar el lanzamiento de la segunda versión del juguete preferido de los niños occidentales, el Play Station, debido a este incordio: ¡vaya tragedia! El gran aumento de la demanda ha hecho establecer un mercado ilegal paralelo en el Africa central. El resultado de esto: 3 millones de muertos en cuatro años.
En las provincias del este de la República Democrática del Congo, consideradas por la UNESCO reservas ecológicas de gran importancia, se encuentra el 80 % de las reservas mundiales de coltán. Allí han puesto sus ojos, sobretodo en los últimos diez años, las grandes multinacionales: Nokia, Ericsonn, Siemens, Sony, Bayer, Intel, Hitachi, IBM y muchas otras. Se han formado en la zona toda una serie de empresas (muchas de ellas fantasmas) por los grandes capitales transnacionales, los gobiernos locales y las fuerzas militares (estatales o guerrillas) para la extracción del coltán y de otros minerales como el cobre, el oro y los diamantes industriales. Las grandes marcas comenzaron la disputa por el control de la región a través de sus aliados autóctonos, en un fenómeno que la misma Madeleine Albright denominó “la primera guerra mundial africana”.
Recordemos que en 1997 fue derrocado el presidente congoleño Mobutu Sese Seko, quien tenía estrecha relación con los capitales imperialistas de origen francés. Y que Kagame, actual presidente de Ruanda, (ex estudiante de centros militares de EE.UU. e Inglaterra), y que Museveni, presidente de Uganda (país considerado por Washington, un ejemplo para las naciones africanas) lideraron la conquista de la capital de la RDC, Kinshasa, y pusieron a cargo de este país a un amigo, Laurent Kabila. A continuación, se produjo un nuevo reparto del botín. Se otorgó concesiones mineras para empresas varias, entre las cuales figuran la Barrick Gold Corporation de Canadá, la American Mineral Fields (en la que Bush padre tenía intereses) y la surafricana Anglo-American Corporation. Todo ello en contra de los intereses de las antiguas “concesionarias” francesas.
En los años transcurridos hasta hoy han disputado la guerra dos bandos no demasiado estrictos. Ruanda, Uganda y Burundi, apoyados por los Estados Unidos, y ligados a varias milicias “rebeldes” con nombres exóticos (Movimiento de Liberación del Congo, Coalición Congoleña para la Democracia), por un lado, y la RDC (liderada por uno de los hijos de Kabila, después de que su padre fuese asesinado por ruandeses), Angola, Namibia, Zimbabue y Chad y las milicias (hutus y maji-maji) correspondientes, por otro. En 1999 se establecieron las líneas divisorias entre las fuerzas opuestas, en el Acuerdo de Lusaka, una suerte (siempre provisional) de reparto del territorio, a la usanza de la Conferencia de Berlín de 1885, en la que las potencias europeas se distribuyeron el continente para facilitar su saqueo y explotación . Una de las posibilidades futuras es, entonces, la partición de la RDC.
Si estos países se disputan el control del territorio, desde otra perspectiva. son las propias multinacionales las que están repartiéndose la zona. Se han creado distintas empresas mixtas con este fin. La más importante de las cuáles es la SOMIGL (Sociedad Minera de los Grandes Lagos) que está integrada por tres sociedades: la Africom (belga), la Promeco (ruandesa) y la Cogecom (surafricana). Todas las licencias para la compra-venta del coltán fueron suprimidas a fines del 2000 y, así, las fuerzas militares ruandesas ligadas a la SOMIGL han logrado de esta manera evitar el “gasto” de intermediarios, controlando la comercialización del coltán.
Sus camiones y helicópteros hacen el traslado interno. Poseen, por supuesto, sus propias compañías de transporte que son propiedad de parientes cercanos a los presidentes de Ruanda y Uganda. Utilizan los aeropuertos de Kigali y Entebe entre otros. En estas verdaderas zonas militares las compañías aéreas privadas (una de las cuales, la belga Sabena, asociada a American Airlines) transportan armas y se llevan minerales.
La mayor parte del coltán extraído (luego de ser acumulado hasta hacer subir los precios) tiene como destino los EE.UU., Alemania, Bélgica y Kazajstán. La filial de Bayer, Starck, es la productora del 50% del tantalio en polvo a nivel mundial. Con este tráfico y elaboración están vinculadas decenas de empresas con participación en grandes corporaciones monopolísticas de diversos países. Naturalmente, “una entidad financiera” creada en 1996 con sede en la capital de Ruanda (Kigali), el Banco de Comercio, Desarrollo e Industria (BCDI) y que ejerce de corresponsal del CITIBANK en la zona, mueve fuertes sumas de dinero procedentes de las operaciones relacionadas con coltán, oro y diamantes.
Las grandes empresas financian, por supuesto, a las distintas fuerzas militares, que montadas en los preexistentes conflictos interétnicos, sostienen una guerra por el control de las minas, en la que, como hemos apuntado, en los últimos cuatro años han muerto entre 2,5 y 3 millones de personas. Ruanda y Uganda han diseminado unos 40.000 soldados, que cuentan con los mejores equipos, en los Parques Nacionales de la RDC, donde se hallan las reservas. Según declaró Kofi Annan: “la guerra del Congo se libra por el control de sus riquezas naturales”. Las sociedades europeas y norteamericanas que comercian con el coltán no solamente contribuyen a la financiación de la guerra, sino que también tienen un gran interés en que continúe la “inseguridad” para permanecer en el Congo a través de las tropas guerrilleras.
En las minas aluvionales trabajan diariamente más de 20.000 mineros, bajo un sistema represivo organizado por las fuerzas militares y los poderes locales de los dos bandos en disputa. Estas pagan a los trabajadores unos diez dólares por kilo de coltán (que en el mercado de Londres cotiza alrededor de 250-300 dólares) y, además, les exigen para “permitirles” trabajar una cucharada diaria del mágico mineral, especie de tributo en especie, con el que recaudan alrededor de un millón de dólares mensuales.
La fuerza de trabajo utilizada está compuesta fundamentalmente por ex campesinos y ganaderos (después de que se devaluara la producción agrícola congoleña para la exportación), refugiados, prisioneros de guerra (sobretodo hutus) a los que se les promete una reducción de la condena, además de miles de niños de la región, cuyos cuerpos pequeños pueden adentrarse fácilmente en las minas a ras de tierra.
Las poblaciones vecinas reclutadas para trabajar son trasladadas a la fuerza. Por otra parte, a estas personas no les queda otro remedio que las minas, ya que, hostigadas por grupos armados, han abandonado sus residencias y han tenido que convertirse en mineros. Estos trabajadores extraen coltán de sol a sol y se ven constreñidos a dormir y alimentarse en la selva montañosa de la zona. Elaboran en la selva sus propios medios, teniendo que comer elefantes y gorilas autóctonos, mientras las guerrillas comercializan las pieles y el marfil.
En la mayoría de los países africanos, el trabajo forzoso fue abolido por ley tras la independencia, pero como está sostenido en las particulares relaciones de poder consuetudinario de obediencia al jefe local, continua existiendo. “Salongo” lo llaman en el Congo actual.
Y, ¡atención!: En este contexto, la patronal de las grandes empresas, los gobiernos de la región y los organismos internacionales pretenden jugar el rol de mediadores entre los semiesclavizados trabajadores y las bandas militares xenófobas. La ONU propone un embargo provisional de la valiosa mercancía. Y, ¡ojo!, mientras tanto las ONGs y los ecologistas denuncian ¡la extinción de los monos! En lo que constituye un sentimiento humanista maravilloso, titulan: “Los teléfonos celulares agravan la situación de los gorilas del Congo”. Estos payasos pintados de rojo y verde quieren que las mismas empresas que acumulan su capital aquí a sangre y fuego ¡inviertan en proyectos de ayuda para el Tercer Mundo!
En Angola y en Sierra Leona el tráfico de diamantes financia y necesita de una guerra muy similar desde hace años. Pero esto del Congo ha tenido una mejor solución porque se celebró una fantochada de acuerdo de Paz entre Kagame y Kabila. ¿Quién fue el intermediario? El vicepresidente de Sudáfrica, país capitalista de primer orden, de donde provienen muchos de los capitales que explotan las minas congoleñas. Se legalizarán las relaciones de explotación, pero la masacre continua.
“Las crecientes necesidades de la industria tecnológica del mundo han creado graves conflictos en los países menos desarrollados” nos dice el rotativo canadiense The Industry Standart, en un comentario que es aplicable a cualquier época, por lo menos desde el siglo XIX. Hoy el coltán es fundamental para que muchas industrias “de punta” rindan sus frutos. En este sentido la explotación de las minas africanas, que el mismo Pentágono considera estratégicas, son imprescindibles para la reproducción del capital imperialista globalmente considerado. El imperialismo es fundamentalmente una forma específica de organización de la producción y reproducción del capital y del trabajo, y no tanto la hegemonía de una nación sobre otras.