Se trata de la Naturaleza en los territorios como aquello que buscamos, tanto/as para resguardar. O quizás –pues de estas cosas estoy aprendiendo–, se trata, justo al revés: de encontrar aquello “de Naturaleza” donde podamos nosotros, seres humanos, resguardarnos. Pues no es la Naturaleza la que se destruye. ¡NO señor/a! No. Si somos nosotros los autodestruidos, perturbando las dinámicas que han hecho posible que algo como, precisamente, “seres humanos”, existamos acá.
Se trata, en seguida, de lenguajes verbales. Pues con las palabras es como hemos aprendido a comprendernos. Y, así, a persuadirnos. Y yo quisiera persuadir a alguno/as poco/as a “darse cuenta” de estos procesos de autodestrucción. Para detenerlos y anularlos. Para dar completa prioridad a los procesos de la continuación más feliz de los humanos aquí donde hemos habitado siempre. Porque Naturaleza hay para rato. Pero Naturaleza apta para humanos –Tierra humanizable–, podría quedar poca pronto.
Y finalmente (en eso triple), se trata del SOL. Algo así como lo eminente de la Naturaleza para nosotros habitantes de esta Tierra. Pues toda vida nuestra, y toda forma de vida en estas vecindades, proviene de allá –y parece que va hacia allá. Es que comemos sol, bebemos sol; hasta nuestras tristezas y alegrías deberíamos considerarlas como efectos solares. ¿Qué implica eso de “sentir”, de las “sensaciones” humanas, sino una deriva de las oscilaciones (dicen que electromagnéticas) que ocurren como los efectos de realidad eminentes del cuerpo de sol? Como el sol se inflama e irradia, así nosotros inflamamos e irradiamos nuestro alrededor con nuestros sentires e ideaciones.
Pues lo siguiente me ha sucedido en una de las paradas por lo más austral de Chile. Cerca de la ciudad de Valdivia me invitaron a una escuela y para que les contara un poco lo que me sucede con el sol. Sucede y sucede, ¿se dan cuenta? Y son las cosas que pasan aquello que hay que aprender como lo verdaderamente valioso de aprender en estos tiempos del siglo XXI. El saber está afuera. El conocimiento está escrito en los rayos del sol. Y, a veces, como palabras donde resuenan las cosas mismas de sol. Esto nos debería recordar también las palabras de Galileo del conocimiento de la Naturaleza: las verdades de lo natural están escritas en lenguajes matemáticos (o sea, abstractos).
Pues estaba yo ese día en la sala de un liceo o colegio de provincias –palabra que se usaba antes: “provincia”/ En Chile se usa ahora una palabra, “región”, a la que acostumbró, curiosa o lamentablemente, la dictadura militar de fines del siglo XX–, intentando conducir a un grupo de adolescentes a una reflexión/contemplación del sol. O sea, una posibilidad tan actual como su eventual «poder ocurrir» entre los adolescentes y tiktokeros de hoy. Cerca del final propuse comerse al sol. Indiqué unos pequeños chocolates para cada un@ que traía en una bolsa, envueltos en papeles dorados.
Alguno me respondió que no porque la cuestión ecológica y los papeles dorados como basuras contribuyendo a la degradación. Se sumó en seguida otra que mejor nos comíamos unos plátanos como signo de la Naturaleza y «ahora soy vegana».
Hube de reconocer el aprieto. Como buenos chic@s, ponían mi performance poética contra la pared. Entonces, el mismo poeta me salvó. Dije que comerse al sol buscaba su «imagen». Que no era comer un plátano por muy natural que pareciera —y se me resistía la fotografía de un alargado plátano madurando bajo el tremendo sol del trópico. Ni siquiera comerse a la Naturaleza, insistí con una fuerza que me sorprendió, sino en ella, especialmente, al sol.
Que la alegoría se acerca más cuando es una pequeña bola envuelta en dorados reflejos, y que todo el asunto era comérselas. Expresé mi querer: no hay imagen del sol simplemente en un plátano maduro, añadiendo otro par de argumentos del mismo estilo. En seguida introduje el concepto: lo de la Naturaleza, en este caso, parece un tanto fundamentalista: ella expresa una pre-tensión del todo, y totalmente.
Y aquí se trata solamente del sol. Y cómo este resulta único en el cómo hace los días —respecto de una Naturaleza donde hay muchas y múltiples y miríadas de cosas. Significar esta posibilidad unitaria (con las paradojas que ya conocen, pues el gesto de «significar» ya implica dos: la cosa y el signo). Y hacer del saber lo que nos sepa muy dulce. El placer pequeño pero real de gustar en la intimidad de la boca un sol.
Mi persuasión surtió efecto y un adolescente de tez muy pálida murmuró por debajo del bullicio general: “¿Qué tal si nos repartimos estas mandarinas?” Ellas, comprendí al instante, son en verdad imagen de mínimos soles, con redondez de sol y color parecido al sol. Asentí. Entonces, aún otr@ exclamó: “Pero las mandarinas son muy pequeñas al lado siquiera del sol. ¿Dónde está ahora la metáfora?”
Está secreta en la desproporción, imaginé que agregaba. Pues ella nos remite a nuestro ingenio que consiste en poner medidas al mundo. Que una mandarina de color naranjo, al lado de un sol anaranjado, es justamente lo ínfimo en la relación establecida —y una de cercanía. Donde casi no hay medición verosímil —pero donde la medida resulta asunto existencial—, nos recuerda a todos, en el presente de un Protágoras («lo humano es medida de todas las cosas»), nuestra facultad aparentemente excepcional del poner un metrón haciendo los mundos. No habría, además, y fundamentalmente, nada muy diferente entre mandarina y humano, en lo que respecta la desmesura del sol.
Y se dibujaron sonrisas y corrieron pequeños jugos de fruta de las bocas. Juntamos después las cáscaras que así aproximaron el suspiro final.
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