Curiosamente el físico alemán se desdijo de su propia predicción y ahora el murmullo lejano de dos agujeros negros fagocitándose, captando por el Observatorio de Interferometría Láser de Ondas Gravitacionales (LIGO), ha dado la razón al premio Nobel de física, justo cien años después de su famosa Teoría General de la Relatividad.

No sé a ustedes, pero a mí me resulta extraordinario el hallazgo puesto que representa un avance científico para “escuchar” el susurro del Cosmos y averiguar lo que sucedió allá lejos hace tanto tiempo. Eso nos da una idea de nuestra pequeñez, de nuestra insignificancia y al mismo tiempo de la grandeza y la magia de nuestra existencia.

Si estamos solos o no, si hay vida inteligente más allá de los telescopios convencionales, incluso de las máquinas más sensibles hasta ahora construidas como son los observatorios del LIGO, es todavía una incógnita; sin embargo, es un gran paso para averiguar de dónde venimos y a dónde vamos.

Algunos dirán que con tantos problemas terrestres gastar fortunas en fisgonear detrás de la puerta estelar es una pérdida de recursos. Nada más lejos: la investigación, el conocimiento y la cultura son primordiales para saber de nosotros mismos. Esos murmullos de espacio-tiempo están hechos del mismo material de los sueños y tenemos que estar felices de poderlos interpretar. Susurros de Dios o del Cosmos, ¿qué más da? Lo importante es escuchar su melodía. Es música celestial.