Igual, se le avista en algunas de las islas próximas a los continentes como Cozumel en México, Margarita en Venezuela y otras. Algunos llegan hasta las Antillas. En definitiva es un gran aviador, alcanzado alturas hasta de 2800 metros de elevación sobre el nivel del mar.

Aunque no son aves agraciadas por su colorido o canto, los zamuros cumplen  una extraordinaria función en el reino animal, son los grandes  limpiadores de  los animales muertos y gracias a ese “estilo de vida”, son los controladores naturales de epidemias que son susceptibles de propagarse en las zonas aledañas, producto de las toxinas y bacterias que expiden los cadáveres.  Una manada de Zamuros puede en horas dejar solo en los huesos a una vaca o caballo ya en estado de putrefacción.  Son también los llamados reyes de los basureros, siendo los grandes procesadores de materia orgánica descompuesta de esos espacios.

Otro encanto indiscutible, es su suave volar.  A pesar de su gran tamaño, son capaces de pasar horas interminables surfeando los vientos. Catapultándose a través de las  corrientes termales para elevarse. Todo un espectáculo. Un arte en el mundo de las nubes.

Del poeta venezolano Lubio Cardozo en su canto al Zamuro, descubrimos las otras bondades de una de las aves más “feas” y más útil de la naturaleza:

 

ZAMURO

Renunció el zamuro a todos los privilegios

a cambio de tornarse invisible:

todos los ven pero nadie lo ve.

 

Dejó la buena carne de caza

a las águilas, los cóndores, los halcones.

No mata, espera sigilosamente el cadáver

de los moribundos.

Nadie podrá tildarlo de goloso.

 

Dejó los brillantes colores a las aves soberbias,

el azul cobalto a las águilas,

el rojo a los gavilanes,

el blanco a las garzas.

El escogió el negro,

más no el brillante azabache,

sino el negro opaco, sin nobleza,

abrochado por una cabeza arrugada,

un pico torpe, ojos taciturnos.

 

Hubiera sido el ave emblemática de Francois Villon,

de Poe, Budelaire, Rimbaud,

de los antihéroes.

 

Ama el Sol, desconoce la Luna.

Su elevarse no ambiciona

cual la harpía el cenit;

disfruta él, displicente, de los vientos, del azul.

 

Posee sin embargo la envidiable virtud

cuando sereno en herméticas espirales vuela

escribir con esa singular caligrafía

sugestivos poemas en la pared del cielo.