Hoy día los historiadores a tenor de las investigaciones sobre los documentos de la época y con ayuda de la arqueología han despejado cualquier atisbo de duda sobre ambos.
El Señal de Aragón
Con el nacimiento de la Corona Aragonesa al aunar en su persona Alfonso II, el reino de Aragón por parte de su madre Petronila I y el condado de Barcelona por parte de su padre Ramón Berenguer IV, también nace en este momento “el Señal Real de Aragón”, cuatro barras de gules (rojo) sobre fondo oro (amarillo).
Lo primero que hay que tener en cuenta es que en la Edad Media las enseñas no pertenecen a ningún territorio, sino que son los símbolos distintivos de las casas feudales, armas familiares de los señores que dominaban las distintas comarcas, no de naciones ni territorios por sí mismos, utilizando para ello generalmente símbolos de carácter religioso. Luego en el caso que nos ocupa el señal de Aragón pertenece exclusivamente a los reyes de la casa de Aragón.
La leyenda de Wilfredo “el velloso”, nos retrotrae al siglo IX. Según esta leyenda Wilfredo luchó contra los normandos al lado del emperador Ludovico Pío o de Carlos el Calvo, pues los historiadores dan ambas versiones, concluida la batalla y herido Wilfredo, el emperador fue a visitarlo en su tienda preguntándole como podía recompensarle por el valor con el que había demostrado en el campo de batalla. Wifredo contestó “que le diesse armas que pudiesse traher en el escudo, que llevaba dorado sin ninguna divisa, y el Emperador viendo que había sido en aquella batalla tan valeroso que con muchas llagas que recebiera, hiciera maravillas en armas, llegóse a él y mojósele la mano derecha de la sangre que le salía al Conde , y pasó los cuatro dedos ansí ensangrentados encima del escudo dorado de alto abaxo, haziendo quatro rayas de sangre, y dixo, estas serán vuestras armas, Conde”.
El relato más antiguo de la leyenda pertenece a Pedro Antón Beuter, un cronista valenciano del siglo XVI que verosímilmente la copió de otros libros anteriores que la narraban aunque refiriéndola a tierras y linajes diferentes.
El hecho es que Ludovico Pio murió en el año 840 y Carlos “el Calvo” en el año 877, cincuenta y siete y veinte años respectivamente antes que Wifredo el Velloso (897), por tanto no pudieron realizar aquel gesto legendario en el momento de la muerte del conde. Sin embargo, estas visiones se impusieron a partir del siglo XVI junto con varios textos que decían recoger las capitulaciones matrimoniales entre Ramiro II “el Monje” y Ramón Berenguer IV, donde se estipulaba que las Barras (afirmando que eran las armas de los condes de Barcelona) serían a partir de entonces el emblema de la Casa real de Aragón, pero esto no es así.
Las capitulaciones o convenio matrimonial es un contrato de adhesión expedido por el rey en Barbastro y al que se adhiere o firma el conde: “…y yo predicho Ramiro sea Rey, Señor y padre en el citado Reino y en todos tus condados, mientras me pluguiese…” “…Esto te doy y concedo a los hijos de los hijos tuyos que fuesen generación de mi hija…que no enajenes este Reino que te doy durante la vida de los hijos de mi hija … que durante toda mi vida me tengas como padre y señor…” A Ramón ni le interesaba ni le convenía levantar suspicacias usando una señal propia ya que su estatus pasaba a un nivel superior (hay que recordar que se tituló Príncipe de Aragón) y que había más pretendientes a la mano de Petronila. Posteriormente “la Renaixensa” se hizo eco de ello al crear los mitos fundacionales del nacionalismo catalán a finales del XIX.
Otros historiadores han querido ver las Barras en los sellos que se conservan de Ramón Berenguer IV, pero son posteriores a 1150 cuando ya casado con Petronila se titulaba como Príncipe de Aragón, por lo tanto, utilizaría el emblema de su nueva familia y dignidad principesca como regente en nombre de su esposa, titular del reino y del derecho a la realeza heredado de Pedro, Alfonso y Ramiro, los tres reyes hijos de Sancho Ramírez de Aragón. Además la mayoría piensan que es imposible distinguirlas en ellos y hoy estas teorías relacionadas con la casa condal de Barcelona, están totalmente descartadas en la actualidad por la crítica histórica.
La otra teoría de que el origen de las barras es catalán son los sarcófagos de la condesa Ermesinda de Carcasona († 1058) y del conde Ramón Berenguer II “Cap d’Estopes” († 1082). Teniendo ambos sepulcros pintadas barras rojas y amarillas, el problema es que durante 300 años dichos sarcófagos estuvieron en “la Galilea”, atrio que existía en algunas catedrales y monasterios, por lo tanto casi a la intemperie. Fue Pedro IV “el Ceremonioso”, quien decide pasarlos al interior de la catedral y restaurarlos recubriéndolos de placas de alabastro de estilo gótico, talladas por el escultor Guillermo Morey entre 1385 y 1386 (los sarcófagos son románicos), añadiendo las figuras que representan a la condesa y al conde. El propio Pedro IV ya utilizaba las barras como símbolo de su familia y ordena pintarlos con ellas, resulta muy complicado creer que una pintura expuesta a los rigores del tiempo se conservara intacta y con los colores vivos durante tres siglos, por otro lado la investigadora Francesca Español, que estudió los sarcófagos, asegura que la pintura que los cubre es posterior.
Pero ¿por qué los colores rojo y amarillo? En la antigüedad los cordeles rojos y amarillos eran la enseña de Roma, el amarillo representaba al senado y el rojo al pueblo, “Senatus Populusque Romanus (S.P.Q.R.)”, componentes fundamentales de la república romana y del posterior imperio. Con la creación de los Estados Pontificios, estos conservaron el emblema del Senado Romano como enseña papal hasta que Pío VII lo cambió por la bandera vaticana actual, blanca y amarilla, a principios del siglo XIX.
Sancho Ramírez viajó a Roma en el año 1068 y se hizo vasallo del Papa, poniéndose bajo la protección moral de San Pedro a cambio de una fuerte suma. Hay historiadores que defienden la vinculación y vasallaje entre la casa real de Aragón y la Santa Sede, única entre los reinos de la Península. A partir de aquí Ramiro II, al subir al trono bautizo a su hija como Petronila (femenino de Pedro) y Alfonso II a su hijo con el nombre de Pedro (el segundo), quien fue coronado en Roma en 1204 por el propio Papa honrándole con el título de “Gran Gonfaloniero” o portaestandarte de la Iglesia, consagrándose a San Pedro catedrales como la de Jaca, monasterios regios como Siresa o San Pedro el Viejo de Huesca, etc.
Pero ¿cuál es el origen de las Barras? Pues lo único claro es que no aparecen antes de la época de Alfonso II, la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, es la primera referencia escrita que conservamos. La crónica nos cuenta que Alfonso II, ayuda a Alfonso VII de Castilla, su suegro a liberar la ciudad de Cuenca de los musulmanes diciendo: “Como buen cavallero remedió al sitio, do partió con grant honor e vitoria e mudó las armas e seninnales de Aragón e prendió bastones”.
Si Alfonso II cambió su escudo y bandera es que anteriormente empleaba otros, aunque se desconoce cuáles eran exactamente (que Pedro IV identificaba con la llamada cruz de Aínsa o de Íñigo Arista), adoptando, por iniciativa propia, los palos de gules sobre oro. Alfonso VII había tomado la ciudad de Zaragoza en 1134 como rey y señor del “regnum Caesaraugustanum”, agradecido por la ayuda prestada en Cuenca, le libero de su condición de feudatario de la ciudad de Zaragoza. Siendo este el origen del escudo de dicha ciudad, el león rampante, marca de los reyes de León, por la pertenencia del reino zaragozano al monarca leones.
Tampoco se sabe por qué la elección de las barras, siendo la hipótesis más aceptada y posible la basada en la temprana vinculación del reino de Aragón con la Santa Sede, aunque solo son teorías. Por último las Barras se dispusieron como fajas (esto es, horizontalmente) cuando, en lugar de en un escudo, figuraron en una bandera.
Como hemos podido ver, las Barras pertenecían a los reyes de la casa de Aragón como enseña propia, bien del conjunto de la familia o bien privadas de alguno de sus miembros y esas enseñas eran diferentes de las que usaban los territorios bajo su dominio. Por ejemplo, se sabe que la enseña de la Casa real de Aragón en el siglo XIV eran las Barras, pero en esa época consta que Aragón tenía como enseña la cruz de Alcoraz y Barcelona la cruz de San Jorge, que aún figuran en el tercer y primer cuartel de sus respectivos escudos.
De lo que no cabe duda es que la enseña de las Barras paso de ser un símbolo personal de la casa de Aragón para terminar dominando el territorio del reino de Aragón, el condado de Barcelona más el resto de condados catalanes que agrupaba, los conquistados reinos de Mallorca y Valencia y los distintos reinos, condados y ducados del Mediterráneo por donde sus naves navegaban bajo el Señal Real de Aragón.
Las cadenas de Navarra
Desde finales de la Edad Media quedó en el imaginario popular que el origen de las cadenas del escudo de Navarra fue la batalla de las Navas de Tolosa, gracias a la heroica actuación del rey Sancho VII “el Fuerte”, rompiendo la muralla de soldados encadenados que defendían el palenque tras el que se encontraba el califa An–Nasir, llamado Miramamolín por los cristianos, cambiando de esta manera el curso de la contienda e inclinando la victoria sobre el lado cristiano. Sin embargo no se encuentran documentos anteriores al siglo XV que mencionen las “cadenas” en las armas de Navarra.
En su origen, ya en tiempos de Sancho VI “el Sabio” (1133 – 1194), el escudo de guerra que mostraba el anverso de su sello real llevaba ocho barras radiales con un “umbo” o “bloca” (o “bucle”) en el centro, este consistía en una prominencia central en el escudo para darle mayor resistencia al choque; proveniente de cuando los soldados navarros llevaban para defenderse un escudo hecho de madera con refuerzos de clavos redondos entrecruzados de 8 puntas, que se colocaban para que el protector de madera aguantara los golpes del enemigo. Al esculpirlos en piedra dichos clavos parecían eslabones de una cadena, así se aprecian en las iglesias de San Miguel de Estella (1160), Chartres (1164), Tudela (1189) o en algunas de las miniaturas de la Biblia de Pamplona (1189).
Faustino Menéndez Pidal de Navascués, investigó las cadenas que aparecían en los escudos publicando en 1963 un artículo bajo el título “Un bordado heráldico leonés. El carbunclo en los escudos medievales”. En él estudia un bordado original del siglo XIII donde se representan dos emblemas heráldicos, el primero un león fajado y bajo él un cortado de gules y azul con un carbunclo de oro brochante “siendo el carbunclo piedra luciente cuya claridad alumbra maravillosamente a los caballeros que la llevan”, describiendo seguidamente esta pieza, el carbunclo, consistente en ocho piezas radiales que reforzaban la estructura del escudo desde época preheráldica lo que significa que no era un emblema significante sino estructural.
Por otra parte Sancho VII “el Fuerte”, había introducido como figura heráldica suya un águila usado por su abuela Margarita de l’Aigle (el Águila), cuya familia había empezado a utilizar el águila como signo transmisible a sus herederos, conforme a los usos del naciente sistema heráldico y no las cadenas. Recordemos que la heráldica estaba naciendo en esta época y que ésta representaba a los señores no a los territorios. Se conservan documentos con este sello suyo tanto anteriores como posteriores a la batalla de las Navas, como el Fuero de Labraza (1196) o el de Viana (1219).
Hoy cada vez más historiadores remontan el origen del escudo navarro a mediados del siglo XII, con la adopción de la moda heráldica por el rey Sancho VI de Navarra, (1150 – 1194) como evidencian ejemplares conservados de sus sellos personales. Su sucesor Sancho VII, como hemos dicho adoptó una figura heráldica distinta en forma de un “águila de sable” (negra) que no tuvo continuación, pues al subir al trono su sobrino Teobaldo I “el Trovador”, IV conde de Champaña y Brie (1201-1253), rey de Navarra (1234- 1253), hijo de su hermana Blanca y de Teobaldo III de Champaña, dio los pasos necesarios para crear una heráldica propia ya que el Fuero Antiguo le exigía que tuviera uno como rey de Navarra, tanto por ser el reino una entidad superior al condado, como por el temor a quedar incluido en un territorio extranjero, adoptando el que usó su abuelo Sancho VI “el Sabio”, adaptado a los modelos usados en Francia.
En él aparecía la figura ecuestre del rey portando un escudo triangular blocado, apreciándose este refuerzo también en las gualdrapas que cubren al caballo, el reverso lo ocupaba un escudo triangular con las armas de Champaña y el grito de guerra de esta casa condal. El cambio quedó consolidado en tiempos de su hijo Teobaldo II (1253-1270), quien también aparece en su sello a caballo ambos con ropajes revestidos con las barras radiales, por tanto el escudo y las cadenas ya existían 52 años antes de la batalla de Las Navas.
La leyenda comenzó a forjarse rápidamente al transformarse las barras en cadenas cuando Carlos III “el Noble”, en el siglo XV se refiere a ellas como “cadenas doradas” en campo rojo “gules”. “Nuestras armas de Navarra” en el Privilegio de la Unión: “(…) de las quales el campo será de azur, et en medio abrá un leon pasant, que será dargent, et habrá la lengua et huynas de gueulas; et alrededor del dicho pendon habrá un renc de nuestras armas de Navarra, de que el campo será de gueulas, et la cadena, que irá en derredor, de oro, et sobre dicho leon, en la endrecha de su esquina, habrá en el dicho campo del dicho pendon, una corona real de oro”. (El Privilegio de la Unión es el tratado por el que los tres burgos principales que formaban la ciudad de Pamplona en la Edad Media se unieron mediante un documento firmado el 8 de septiembre de 1423 por el rey Carlos III el Noble. Hasta ese día cada burgo había poseído su propia bandera y regidor). Este cambio de sentido forma parte de la tendencia bajomedieval a relacionar el origen de las armerías con hechos gloriosos.
Por su parte el Príncipe de Viana, en su crónica escrita mediado el siglo XV, aporta una versión distinta de la leyenda de la batalla de Las Navas, según describe el palenque del califa An-Nasir, estaba protegido por “gruessas cadenas de fierro” unidas por tres mil camellos que tras la victoria Sancho VII habría tomado, “el dicho cadenado de los gamellos e las tiendas, e conquistó las cadenas por armas”. Transformando de este modo el carbunclo en eslabones de una cadena de oro. Este relato legendario se apoyaba en los fragmentos de gruesas cadenas que, también según noticias tardías, habrían recibido de manos de Sancho “el Fuerte” varios santuarios navarros en recuerdo de la victoria. De ahí procederían las que en 1910 poseía la Diputación Foral e igualmente las que todavía hoy se exponen en Roncesvalles.
La conclusión es que una leyenda tan atractiva, relatando un hecho militar tan destacado, quedó asentada en el imaginario popular a través del tiempo con tal fuerza, que todavía hoy día continua viva.
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