En las mesas íntimas dentro de cada hogar, allí donde se comparte un plato de comida o una taza de café, entre los padres y los hijos –y algún amig@; o entre las parejas jóvenes independientes–, en un barrio popular de Santiago, en una casa en el bordemar de Bahía, o en un edificio no tan nuevo de Madrid, las llamas de Purèn y Lumaco brillan igual.
El individualismo se dice una nota fundamental de la cultura moderno-capitalista, y sin embargo, he aquí que encontramos tanta atención y empatías para este Chile ardiendo, y desde lugares que ellos nunca antes habían escuchado: Purèn y Lumaco.
Que ahora, tal vez, comenzarán a significar algo así como “esa gente conocida”. Estos rostros de campesin@s chilenos hablando en este idioma “chileno” (del español), y casi llorando los restos de sus casas convertidas en latas humeantes y un color de carbón gris. Y el periodista convertido en agente mundial de este poner en común los hechos humanos cuando son trágicos.
Purèn y Lumaco han sido conocidos antes más bien por estar ubicados cerca del corazón de la zona caliente del conflicto del pueblo mapuche con el Estado de Chile. Así pues, de cierta manera, estos incendios han venido a repasar la quema de las vidas de estas gentes humildes, aunque, por estos días, ese conflicto permanece en suspenso.
Y hasta los empresarios forestales cuyos bosques de especies exóticas (pino y eucalipto) son literalmente el combustible que promueve el incendio hacia todos los rincones donde soplan los vientos, aparecen en el Noticiero de la televisión al lado de autoridades del Estado y dirigentes comunitarios.
Un rumor lloroso recorre esa zona del país Chile. Por un momento, ese dolor reúne a los adversarios del resto del año. Será para mejor, esperamos. Y justo en este instante surca el cielo de esos cerros arbolados un gran avión tanque de color rojizo, y se ve como lanza a las humaredas una carga completa de agua colorada.
Es la emoción de esta lucha de los seres humanos –por ese sur, en todos los sures, por todos los nortes–, que se esfuerzan por conservar las obras y construcciones de toda la vida, tensionados por la Naturaleza que cumple con otras leyes.
El fuego, pues, inevitable en algún tiempo de la existencia humana, con su mensaje de transformaciones para mal o para bien.
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