Davos es un buen reflejo de lo que es el Foro: un privilegiado entorno natural, beneficiado por su condición de paraíso fiscal, donde hay más empresas que ciudadanos y donde da la impresión de que nadie trabaja. Los abultados dividendos de la economía especulativa (financiera), les permiten llevar la vida soñada de los ángeles.

Un año más, otra oportunidad menos. Tres días de conferencias, ponencias, ruedas de prensa… toda una demostración de fuerza de la nueva cara del neoliberalismo. Lejos quedan aquellas cumbres del Fondo Monetario Internacional rodeadas de miles de manifestantes, cuando se exigía que la política gestionara la economía, y que el capital debía regirse por reglas consensuadas por los gobiernos. Da la impresión de que ha pasado un siglo, aunque apenas han sido cuatro o cinco años. El victorioso neoliberalismo ha conseguido que nadie cuestione el poder especulativo (que ellos llaman financiero), y que todos asumamos que son los que dirigen nuestros destinos. Ya no se trata de acabar con el estado de bienestar, sino de asesinar al estado mismo. La desregulación de los mercados es evidente, y curiosamente, Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, reivindicaba que los préstamos que reciben los bancos, deben destinarse a las empresas y las familias. Lo que significa que lamentablemente, no es así.

Realmente, ¿qué ha dado de sí este nuevo encuentro planetario?

Hemos estado muy pendientes estos intensos días. La insignificante presencia española era predecible por su cada vez menos peso, y las potencias emergentes, entre ellas Brasil o México, hicieron gala de su nuevo papel. Diagnosticaron el alto nivel de desempleo como uno de los grandes males de la globalización, pero sus recetas fueron las de siempre: las vaguedades que insisten en hablar de reformas, y cuando se emplea este término, reformas, quieren decir menos controles institucionales, menos papel del estado, y retroceso en derechos y libertades, así como privatizaciones masivas. Una economía globalizada que tampoco cree en la iniciativa privada ni en el mercado libre, pues impulsa un oligopolio en todos los sectores claves de la economía, concentrando todo el poder en un grupo de magnates que no nos representan, pero que deciden por nosotros.

Llevan haciéndolo desde que la Unión Soviética desapareció, y cada vez con mayor influencia, pero las consecuencias, ¿cuáles son?

  • Asumen que sin control de las instituciones públicas, son incapaces de combinar crecimiento económico y desarrollo social
  • Se sacrifican las elevadísimas tasas de desempleo a cambio de reducir el peso del sector público, garante de la justicia social.
  • Obsesión por los asuntos de la economía especulativa (financiera), y alejamiento de la economía real. Reconocen abiertamente, que las finanzas han escapado a su control, que dominan la economía, los países y las vidas de millones de ciudadanos.
  • El ejemplo a seguir, va a ser Japón, que tras quince años de recesión, por fin crecerá un tímido uno por ciento en el mejor de los casos. Y es el ejemplo a seguir.
  • Ninguna concesión a los movimientos ciudadanos. Cualquier postura transigente puede mostrar su fragilidad, por lo que su acción de “mano dura” les aproxima a los regímenes fascistas.

En definitiva, les invito a leer todos los documentos aparecidos en la prensa estos días, para que puedan constatar las pobres reflexiones que se han llevado a cabo y las escasas conclusiones. Los compromisos se reducen a meras declaraciones huecas, como “hay que fomentar el empleo juvenil”, pero sin analizar las causas de por qué se ha llegado a esta situación, y sin valorar posibles alternativas.

Siguen una hoja de ruta fija, marcada por los magnates de las finanzas, cuyo lema bien podría ser: Estamos gestionando nuestra autodestrucción.