En España, desde ser hijo de alguien hasta casarse con determinada persona parece que sea la clave para tener acceso a una carrera que te otorgue un título: vivir del cuento.

Hay personas que consiguen alcanzar un caché y en algunos casos este llega a ser tan elevado, que otros miserables mortales nunca consiguen tal remuneración aunque trabajen toda o gran parte de su vida.

Algunos de los afortunados que tienen caché se lo pueden merecer; eso sí, siempre que hayan demostrado su valía en cualquier ámbito profesional. Sin embargo, y no es mi deseo nombrar a nadie, hay otros que han alcanzado el caché merced a la propia mediocridad social que esculpe a su vez a determinados mediocres. Escultores que no son otros que los medios de comunicación, únicos y verdaderos artífices de tan curiosa  transgresión. Una transgresión esta que permite a estos  seres de paja ser de oro y contaminar aquello que tocan como ya lo hiciese el famoso rey Midas.

Tener caché equivale a exigir por no hacer nada. O si no que se lo pregunten a esos individuos, a los que me refiero, que incluso cobran por asistir a una fiesta o por estar presentes en cualquier evento de tipo cultural o de otra índole.

Ya se sabe, la sociedad tiene sus “héroes” y estos pueden pedir, hacer, decir y aspirar a cualquier cosa.

El mismo Aquiles no quería usar más las armas si el rey no le entregaba a una esclava. Pero esa historia no es real y además él era un héroe necesario para esa guerra.

Mientras que una gran mayoría social, más o menos culta, demande determinadas caras, y mientras que muchas cámaras se empeñen sobre todo en encuadrar a esos seres “dorados” que  utilizan su caché como moneda de cambio y otros sueñen con ser algún día los elegidos, el virus seguirá activo. Un virus que provocará más “héroes” porque reside en el propio imaginario colectivo.