Artistas, actores, músicos, escritores, poetas, cantantes, cineastas…  ven en el éxito algo más que un reconocimiento social. Pero este no es algo que nos muestre explícitamente el camino para alcanzarlo, ya que reside en los hilos del azar; o mejor dicho en el propio azar.

De  conocerse la fórmula que materializa el éxito, la mayoría de los que lo anhelan no dudarían en aplicarla al componer una canción, escribir un libro, un poema, una obra de teatro o un guión cinematográfico por ejemplo. Pero la realidad demuestra que a la postre es el gran público el que otorga ese tesoro a unos y se lo niega a otros. El mismo público que curiosamente también actúa de catalizador para ensalzar a aquellos cuya capacidad simplemente es mediocre.

No obstante, están las campañas de promoción y la poderosa influencia de los medios de comunicación que en muchas ocasiones utilizan su poder para hacer de cualquier persona, que poco o nada tiene que ofrecer, un personaje popular favoreciendo así que pueda alcanzar el codiciado éxito y disfrutar de este aunque luego tenga la duración de los fuegos artificiales. Sin embargo, algunos medios, y sobre todo la televisión, son esquivos a no ser pagando para otros y únicamente los acoge cuando estos podrían prescindir de esa poderosa ayuda,  originándose así un círculo vicioso donde el trasvase del éxito beneficia a ambas partes. Ya se sabe, “el cura confiesa al pueblo y el obispo a la nobleza”.

Un conocido me comentaba que podía haber realizado el camino a la inversa, es decir, primero ampliar sus relaciones y luego dedicarse a crear. O también a realizar ciertos actos estúpidos y excentricidades como ya hicieron otros incluido el propio Salvador Dalí cuando en su primera exposición en New York dio la campanada y no precisamente por su obra ya que entonces allí no la conocía nadie.

De todos modos es cierto que el éxito al que nos referimos nada tiene que ver con la fama que sí perdura a lo largo de las sucesivas generaciones y tiene de aliado el tiempo en vez de tenerlo como enemigo ya que, como el mito, tiene eterna vigencia. Fama que la sociedad tan caprichosa también negó a unos cuantos en vida como por ejemplo a Vincent Van Gogh, corroborando así que el verdadero talento también está sujeto a la sonrisa de la misma fortuna.

Pero sin referirnos más a la fama y sí a su hermano menor, ese dios que también se alimenta de la vanidad humana impresa a fuego en su psiquis como otros dictadores genéticos, decir que la fiebre por el éxito minimiza las propias capacidades. Capacidades que sí son innatas al ser, que están ajenas al mundo exterior y que ya otros demostraron que únicamente con su concurso y sin pretender nada más, no sólo alcanzaron el aplauso de sus contemporáneos sino que su producto supervivió a las generaciones.