No quiero confundirles, el adjetivo judío sirve para definir a una persona de forma étnica o religiosa y el de israelita a todos los habitantes de Israel, profesen la religión que profesen y sean de la raza que sean, En cambio, sionista define un posicionamiento político, como el de Benjamín Netanyahu y su gobierno. Son los hijos de Sion.

La historia nos cuenta como el rey israelita David, en el año 1004 antes de Cristo, conquistó la ciudad jebusea llamada Jebús y la convirtió en su capital con el nombre de Jerusalén y para ello tuvo que rendir la fortaleza de Sion en la colina del mismo nombre. Por tanto fue un territorio arrebatado a los jesubeos por la fuerza y ni tan siquiera Sion es una palabra judía. El sionismo toma toda la intención del vocablo para reivindicar voluntad de quedarse solos en todo el territorio Palestino.

Tanto es así que, agencias turísticas de Israel, organizan cruceros para ver desde el mar las costas de Palestina bombardeadas y ardiendo; mientras las hijas de Sion, relatan a los viajeros los lugares dónde construirán nuevos asentamientos. Los pasajeros, con niños de corta edad en los brazos, ven el paisaje de muerte y desolación con una sonrisa en los labios y toman fotos para enviarlas a casa. Sí, son los hijos de Sion, los que muestran el dolor ajeno como una necesidad imperiosa para conseguir sus objetivos, algo muy parecido a lo que los nazis hicieron con los judíos.

Sí, queremos una patria judía, pero no menos que una patria palestina.

Sí, queremos paz en el territorio, pero no la paz de los cementerios.

Sí, respetamos etnias y culturas – también las religiones, aunque nos cueste más, porque los viejos dioses ya están muertos–; pero, sobre todo, a las gentes que solo desean vivir en paz y en sus casas.