Hace ocho años, el ex presidente iraní Mahmud Ahmadinejad acaparó titulares con su discurso en la Universidad de Columbia: “en Irán, no tenemos homosexuales, al igual que tampoco los hay en su país [refiriéndose a Estados Unidos]”. Y aunque esto esté cambiando gracias, entre otros, a las terribles imágenes que nos llegaban desde Siria -en las que Daesh lanzaba a homosexuales de lo alto de una torre-, lo cierto es que no es común que abusos crónicos como los asesinatos sistemáticos en 2009 de cientos de hombres gays en Irak se vean denunciados por los medios de comunicación. Muchas de las actitudes actuales frente a la homosexualidad en la región recuerdan a las actitudes europeas de los siglos XIX e incluso XX, embebidas de celo religioso y roles estereotipados atribuidos a cada género. En Oriente Medio, las relaciones entre personas del mismo sexo eran en esos tiempos relativamente comunes y aceptadas. La comunidad era de hecho testigo y alentaba las relaciones sexuales entre hombres maduros y adolescentes como parte de un rito de pasaje hacia la mayoría de edad.
Durante los primeros siglos del islam, intelectuales como Ibn Hazm abordaban con total normalidad todos los temas sociales, incluyendo la homosexualidad, especificando que “el amor es amor, heterosexual éste o no”. Pero el colonialismo trajo consigo grandes dosis de mojigatería occidental y la homosexualidad se convirtió por asociación en un acto ilegal en todos los países árabes. Como no podía ser de otra forma, existen hoy teorías conspiratorias según las cuales la homosexualidad es un invento occidental y un instrumento de dominación colonial, siendo el objetivo de Occidente destruir la cultura de la región socavando sus creencias religiosas y sus costumbres más arraigadas. Se recurre en cierto modo a un Orientalismo a la inversa, que destaca la otredad de Occidente con el fin de resistir a la modernización y a cualquier atisbo de reforma.
Mezclar agua y aceite
En Oriente Medio, hablar de religión y homosexualidad es como mezclar agua con aceite. Puede uno topar con diferentes clasificaciones del concepto, que incluyen el homoerotismo, la homosexualidad y otras palabras que no encuentran traducción en nuestro idioma. En la gran mayoría de los casos se diferencia entre el miembro pasivo y el miembro activo de la pareja, y sólo se considera homosexual al primero. Del mismo modo, ocurre que muchos no consideran la homosexualidad femenina como un acto contrario a los dictados religiosos, precisamente por no existir penetración, a lo que se añade el que las esperanzas de las familias árabes tradicionales estén puestas en su descendencia masculina. Las relaciones eróticas entre mujeres son empequeñecidas como reemplazo temporal de los encuentros con hombres.
Resulta sin embargo curioso que en casi todos los casos la ley castigue a los que muestren conductas homosexuales en público, y no la práctica o la mera existencia de tendencias homosexuales. Como ocurre con muchas otras cosas prohibidas en las sociedades árabes, las apariencias son lo que importa. En este sentido, Rachid Ghannouchi, líder del partido Ennahda en Túnez, afirma en su nuevo libro, Au sujet de l’Islam (Hablando del Islam), “nosotros no la aprobamos [la homosexualidad], pero el islam no permite que se espié a la gente. Cada uno elige cómo llevar su vida y es responsable ante su creador”.
La homosexualidad tiende a ser vista ya sea como un comportamiento deliberadamente pérfido -son en ocasiones descritos como shawaadh (pervertidos)- o como un síntoma de enfermedad mental, y tratados en consecuencia. De hecho, en muchos países es socialmente aceptable que los hombres caminen de la mano y se saluden con efusivos besos en la mejilla: todo el mundo da por sentado que es imposible que exista entre ellos ninguna química sexual. Recae sobre la homosexualidad una condena de doble H:hchouma (vergüenza) y haram (pecado).
A la hora de condenar su conducta en la región, se acusa a los homosexuales de despreciar la religión, de ser subversivos y de violar las normas sociales por no encajar en los roles preestablecidos para los distintos géneros. Se recurre al islam como justificación de la detención, encarcelamiento y asesinato. La terminología en el idioma se ha ido adaptando y se distingue hoy entre lutiyyun (sodomita) y mithliyyun al-jinsiyya (homosexual). De hecho, “homosexual” puede ser traducido en árabe como referente al pueblo de Lot, Sodoma y Gomorra, lo que muchos consideran la base de la interpretación homófoba del Corán. Sin embargo no son pocos los académicos que afirman que el Corán no contiene pasajes que prohíban explícitamente la homosexualidad, sino que interpretar el Corán como antihomosexual se ha convertido en una tradición -hadith- inscrita en la legislación -sharia- y cultura de muchos países.
Caso por caso
Los países de la región tienden a diferir en su tratamiento de la homosexualidad. Israel es considerado una anomalía y la gay parade de Tel Aviv es una de las mayores reuniones de la comunidad LGBT a escala mundial. Israel legalizó las relaciones entre individuos del mismo sexo en 1988. Cuatro años más tarde se convirtió en el único Estado en prohibir la discriminación basada en la sexualidad. En este sentido, resulta trágico que el conflicto palestino-israelí suponga una complicación adicional a la hora de debatir sobre los derechos de los homosexuales en la región, donde sionismo y homosexualidad se convierten en dos caras del mismo enemigo. Israel es además signatario de la Convención de Refugiados de 1951 y reconoce a las parejas del mismo sexo el derecho de reagrupación familiar. No es este el caso de los palestinos gays, principalmente debido a temores de seguridad. Se da, sin embargo, la paradoja de que no son pocos los palestinos homosexuales que siguen huyendo a Israel. Y ello a pesar de que algunos se vean obligados para ello a trabajar para la inteligencia israelí a cambio de dinero o favores administrativos. En algunos países árabes las grandes ciudades permiten esconderse de familiares y amigos y vivir en el anonimato. No es el caso de los minúsculos territorios palestinos.
La homosexualidad es delito en muchos de los Estados de Oriente Medio y se castiga con la muerte en Sudán, Arabia Saudí, Yemen, Qatar, Kuwait e Irán. Los Estados más religiosos se escudan en una prohibición acérrima, que es en realidad una forma de hipocresía, convencidos de que pueden así reducir el número de afectados. Es conveniente para las autoridades negar que existe actividad homosexual alguna, y es conveniente para los ciudadanos gays (que entienden cómo funcionan las reglas) contribuir a la negación y mantener un perfil bajo. Cuando la negación ya no es una opción, sin embargo, las autoridades están obligadas a reaccionar, y la alternativa se plantea entre la tolerancia y la represión. En la práctica optan por una combinación de ambos, en forma de redadas espectaculares que finalizan con penas menores. Por la primera si el implicado pertenece a la élite. Es bien sabido que varios miembros de la familia real saudí son gays, y ninguno ha sido hasta ahora ahorcado en la plaza pública.
Aunque Bahréin fuera el único país musulmán en haber legalizado la homosexualidad en 1976, hoy en día la homosexualidad se considera sin embargo inmoral, y en 2011 alrededor de 200 hombres fueron arrestados -aunque no encarcelados- por participar en una fiesta homosexual. A pocos kilómetros de distancia, las cosas son más o menos iguales. El pasado año, Kuwait propuso implementar una prueba para detectar gays y prohibir su entrada en el país. En Omán es un secreto a voces que el sultán Qaboos ibn Said es homosexual, pero revelarlo no implicaría sino que el propio régimen se tambaleara. En Arabia Saudí la cifra es mayor de la que se piensa, pero también lo es la amenaza de castigo si la relación se ve destapada, tal y como señala Brian Whitaker en su libro Unspeakable Love: Gay and Lesbian Life in the Middle East. Recientemente, Francisco Carrión entrevistaba para El Mundo a un valiente director homosexual saudí que había decidido volver a rodar al vientre de la bestia.
Líbano se erige como paradoja de país árabe más liberal en el ámbito sexual en el que aún están en vigor leyes contra la sodomía, que sólo se hacen cumplir cuando los oficiales tienen otros fines represivos en mente. En Beirut se pueden encontrar artistas transexuales de renombre, un bailarín del vientre abiertamente gay (aunque su mamá no lo sepa), y un popular grupo cuya vedette es abiertamente gay –Mashro’ Leila-, todo celebrado por las masas, siempre y cuando no se trate de sus hijos. No es el caso en Trípoli -50 millas al norte de Beirut- u otras áreas conservadoras. Caso particular es también el de Irán, en donde la única razón por la que alguien puede gay es que es sobre-femenino o transexual. Y es por este motivo que la República Islámica subvenciona las operaciones de cambio de género
Marruecos –a cuyo Rey también se acusa de ser homosexual– es un país considerado durante mucho tiempo destino privilegiado de libertinaje para los extranjeros. Sin embargo, la homosexualidad sigue siendo delito, con penas de hasta tres años de prisión y multas por “actos lascivos o antinaturales con una persona del mismo sexo”. Puede que para los extranjeros el riesgo de arresto sea pequeño, pero es una historia completamente diferente para los marroquíes. En otros países, como Egipto, no existen leyes que prohíban la homosexualidad, ero ello no es óbice para que la comunidad sea reprimida sirviéndose de argumentos legales. Ello ocurrió cuando en 2001 fueron arrestados 60 hombres en el Queen Boat por libertinaje, o como cuando el pasado año fueron encarcelados todos los intervinientes en una boda homosexual supuestamente ficticia ampliamente difundida en Internet, entre otros muchos casos que se inscriben dentro de la agenda ultraconservadora del nuevo régimen. También se da el caso de países que no tienen leyes contra la homosexualidad pero sí leyes contra la sodomía, leyes que protegen el “orden público o la moral”, en virtud de las cuales se arresta, encarcela e incluso mata a homosexuales. De hecho, las leyes que hacen referencia a “prácticas sexuales legales” no incluyen terminología clara sobre lo que puede definirse como prácticas sexuales homosexuales entre hombres o entre mujeres.
Maltrato a todos los niveles
En una gran mayoría de supuestos, no resulta ni siquiera necesario para que haya condena que se presente prueba de que se han producido actos homosexuales, o de que se organicen procesos judiciales que respeten todas las garantías del procesado. La condena es así resultado de una caza de brujas de aquellos que son sospechosos de homosexualidad y se les obliga a hacer cumplir las leyes por medio de desapariciones, secuestros y asesinatos, o humillantes pruebas anales para comprobar si ha habido actividad homosexual. Los policías se hacen pasar por gays y se convierten en cebo, los vecinos se mudan en informantes, los seres queridos desaparecen en las calles, o acusaciones a veces infundadas obligan a muchos a huir. Las familias excomulgan a aquellos acusados de homosexualidad, para evitar que una profunda vergüenza caiga sobre ellas. Los asesinatos son muchas veces consecuencia de temores morales y ansiedades sociales acerca de los valores tradicionales y el cambio cultural. Salir del armario no es la solución cuando fuera de él no tienes seguridad alguna. Les quedan a muchos tres alternativas: el matrimonio de conveniencia, la soledad perpetua bajo el estigma del don’t ask, don’t tello el suicidio.
La percepción generalizada es que la homosexualidad se ha convertido a la fuerza en algo repugnante para la mayoría de los ciudadanos de la región, que muchas veces simplemente se niegan a admitir que siquiera existe. No hace falta más que preguntar por los barrios más humildes de El Cairo, Amman o Trípoli. Es muy probable que, si una persona se declara homosexual, su interlocutor se niegue a considerar el hecho si la persona es de su agrado y, si no es así, encuentre la razón perfecta para no querer frecuentarle más. Aunque con salvedades, como que la situación socioeconómica dicta el grado de libertad. No es menos cierto que existe una mayor permisividad si los homosexuales se mueven en ciertos círculos: artes, entretenimiento, moda… El homosexual es psicológicamente incapaz de gestionar ningún tipo de asunto, tal y como destaca Alaa al Aswani en su novela El Edificio Yacobián, asimilando las objeciones a las esgrimidas por los conservadores en Kuwait para evitar que a las mujeres que se les permita votar o ser votadas: se trata de seres emocionalmente inestables. Y es que, al contrario de lo que ocurre con otros derechos, por ejemplo, los derechos de las mujeres, la prensa juega muchas veces un papel contraproducente en estos casos. Ante la falta de información veraz, no sólo el público, sino los propios periodistas están seriamente desinformados.
Una esperanza frustrada
La Primavera Árabe, que prometía dignidad y libertades, ha empeorado la situación de muchos homosexuales de la región. Puede que el surgimiento de regímenes islamistas reforzara actitudes ya conservadoras, pero los nuevos regímenes de tinte autoritario encontraron en la comunidad gay el chivo expiatorio perfecto. Para contrarrestar la influencia de los islamistas, han recurrido a encarnizadas persecuciones para erigirse en protectores del islam frente a los apóstatas del mal, o simplemente para desviar la atención pública de la situación económica o de asuntos igualmente acuciantes. También han sufrido las consecuencias de los levantamiento los refugiados o solicitantes de asilo, obligados a huir tanto de su país como de sus respectivas comunidades y enfrentados a una doble discriminación. Gays se convierten en objetivos del Estado, todos los bandos implicados en conflictos, y sus propias familias. Y eso si su solicitud es tramitada, caso mucho menos común de lo que pudiera pensarse en Occidente.
Cualquier rastro de activismo en este campo es difícil de localizar, y a menudo se ve restringido a Internet. Y aunque sea la Red el medio más popular para que los homosexuales contacten entre ellos, la Iniciativa OpenNet describe el bloqueo de los sitios web homosexuales como algo “generalizado” en la región. Era éste el caso de Gay Middle East (GME), con sede en Alemania y censurada a pesar de no difundir ningún tipo de material pornográfico. Mithly fue la primera revista gay del mundo árabe, editada por Kif Kif, la Asociación de Defensa de los LGBT marroquíes -que no por coincidencia encuentra su sede en Madrid- y nacida del esfuerzo de movilización tras el arresto de 40 homosexuales arrestados en 2004 en una fiesta privada en Tetuán. Al Fatiha, por su parte, es una organización de gays y lesbianas musulmanes que proporciona apoyo a los musulmanes que buscan reconciliar su fe con su identidad sexual. Sin embargo, tal y como afirma Sherine al Feki, autora de Sex and the Citadel: los “derechos de los homosexuales tienen que ser considerados derechos humanos, porque de lo contrario muchos verán a la comunidad LGBT como una categoría aparte que pueden desestimar”.
Destaca en esta reducida lista Helem, la primera organización de gays y lesbianas fundada en un país árabe, Líbano. Su nombre es acrónimo de Himaya Lubnaniyya lil Mithliyyin (Protección libanesa para homosexuales) y las iniciales también deletrean la palabra “sueño” en árabe. En su oficina cuelga un cartel que muestra imágenes de la guerra con un mensaje que reza: “no creo en un país donde es más aceptable ver a dos hombres portando armas que a dos hombres cogidos de la mano”.
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