Acechando uno de los convoyes más grandes y ricos que partió de Portsmouth en el siglo XVIII logró la presa demostrando sus grandes dotes como marino.
En el año 1780 en España reina Carlos III y está en guerra contra Inglaterra. Los abusos y desmanes de la Corona británica provocan la sublevación de sus colonias de Norteamérica y España y Francia las apoyan. El gobernador de La Luisiana, Bernardo de Gálvez les presta un apoyo material, naval y terrestre, gracias al cual los rebeldes alcanzarán la victoria y fundarán los Estados Unidos de Norteamérica que tan mal pago nos darían un siglo después.
Y en esas estában, cuando los espías españoles en el Reino Unido averiguan que, hacia el verano, un convoy de más de medio centenar de mercantes armados y su correspondiente escolta de barcos de guerra, partirá hacia Norteamérica cargado de tropas, pertrechos, material militar y dinero para sofocar la revuelta de las trece colonias insurgentes.
Inmediatamente, un correo viaja a Madrid para informar al ministro Floridablanca. El informe es sorprendentemente detallado y documentado; los espías han hecho bien su trabajo. La formidable expedición se dirigirá hacia el Sur y virará hacia el Oeste pasadas las Canarias, procurando mantenerse lo más alejada posible de nuestras costas, ya que su principal objetivo es evitar encuentros con la flota española.
El Conde de Floridablanca, Don José Moñino y Redondo no es precisamente un hombre indeciso, e inmediatamente envía un mensaje a don Luis de Córdova y Córdova, almirante de la flota del Estrecho de Gibraltar, compuesta por 27 navíos de línea y algunas fragatas, más 9 barcos de apoyo y una fragata de nuestros entonces aliados franceses. Don Luis – un veterano que a la sazón contaba con 73 años – había sido nombrado en febrero Capitán General de la Real Armada Española, y su flota estaba tomando parte en el bloqueo de Gibraltar, fundamental como movimiento de distracción para mantener ocupada a la poderosa Navy, cuya participación al completo en la otra orilla del Atlántico podría ser clave para decantar la victoria del lado británico.
El Almirante reúne urgentemente a sus capitanes y ordena disponer los buques para el combate. La cacería da comienzo. La flota española se adentra en el Atlántico. El Almirante, con la información suministrada en el correo sobre la fecha de salida, las características de la presa y su destino, deduce la ruta más probable de la flota enemiga. Por delante envía sus fragatas más rápidas para que, abriéndose en abanico, exploren el océano y….los encuentra.
En la madrugada del 9 de agosto de 1780, una de las fragatas exploradoras divisa en el horizonte gran número de velas al Norte de las Azores. Don Luis, desde el castillo de popa de su buque insignia, el Santísima Trinidad, el navío más grande y mejor artillado de su tiempo apodado por ello el “Escorial de los mares”, puede ver como a barlovento, una lejana fragata dispara sus cañones anunciando el avistamiento. Sin embargo, la enorme distancia impide contar el número de disparos que informa del número de velas divisadas. ¿Será el convoy inglés? La tensión se disipa cuando minutos después, siguiendo la ordenanza, la fragata vuelve a repetir la señal y esta vez sí pueden contarse los disparos.
Inmediatamente el Almirante traza un rumbo de interceptación y ordena virar a su escuadra, para que el encuentro con el convoy tenga lugar al amanecer. Pero a su profundo dominio de la navegación, don Luis une la astucia, y les prepara una trampa a los ingleses. Ordena poner un farol encendido en lo alto del trinquete del Santísima Trinidad. El engaño da resultado y los barcos británicos, creyendo que se trata de una señal de su propio comandante, pasan toda la noche navegando directos hacia la boca del lobo.
La enorme flota británica formada por 60 mercantes fuertemente armados, ha partido el 29 de julio de Portsmouth escoltada por la escuadra del Canal de La Mancha. A la altura de Galicia, la escuadra se vuelve a Inglaterra y solo quedan como escolta el navío de línea de 74 cañones HMS Ramillies donde viaja el comandante de la flota John Moutray, y las fragatas de 36 cañones HMS Thetis y HMS Southampton. La escuadra del Canal tiene orden de regresar en vez de continuar escoltando la valiosa flota hasta el punto del Atlántico en el que deben separarse los dos convoyes que en realidad la forman: uno debe seguir hacia las Antillas inglesas para aplastar la rebelión de las trece colonias de Norteamérica y el otro debe dirigirse a La India donde Gran Bretaña libra otra guerra colonial.
El 9 de agosto, antes de la separación de ambos convoyes, a las 4’15 de la madrugada, la claridad permite a los británicos divisar velas inusuales en el horizonte y comprenden que su plan de evitar a toda costa un encuentro con los españoles ha fracasado.
El Almirante español, siempre oportunamente asesorado por su competente segundo don José de Mazarredo, ordena el ataque. Las primeras en llegar hasta el enemigo son las rápidas fragatas y a su zaga van los navíos de línea.
El comandante inglés John Moutray, en cuanto ve lo que se le viene encima, huye con los navíos de la escolta, abandonando a su suerte a los buques mercantes que, aterrados, inician una desbandada general.
La orden de D. Luis de Córdova es clara: abrir fuego contra todo navío que no se rinda y apresar tantos barcos como sea posible. Sin embargo deja a sus capitanes libertad de acción para que decidan la selección y captura de las naves enemigas siguiendo su propio criterio. Don Luis que a la sazón tiene ya 73 años y una impresionante hoja de servicios, confía plenamente en la oficialidad y en la marinería de sus barcos, porque lleva años dirigiendo personalmente su adiestramiento y sabe que son tripulaciones profesionales, experimentadas y competentes.
La cacería se torna implacable. Los capitanes españoles compiten entre ellos por conseguir el mayor número y calidad de capturas. A las 5 de la mañana, solo 10 navíos hispanos han apresado ya 26 mercantes.
Aunque los navíos ingleses van fuertemente artillados, tienen pocas posibilidades frente a los barcos de guerra españoles. No obstante, algunos prefieren combatir hasta ser rendidos o abordados, que es lo que debería haber hecho su escolta para darles alguna oportunidad de escapar.
A pesar del riesgo de que muchas presas consigan huir es elevado, la eficaz actuación de los barcos españoles logra que, en poco tiempo, la mayoría de los mercantes británicos terminen entregándose.
55 buques son capturados y las fragatas seguirán la búsqueda hasta bien entrada la madrugada.
Un éxito tan rotundo, a pesar de que los barcos españoles son más pesados y lentos que los ingleses, se debe a que nuestros marinos tienen un mejor conocimiento de la dirección de los vientos reinantes en la zona y a que saben prever con gran habilidad, para interceptar a los veloces navíos enemigos.
A la mañana siguiente, las presas son agrupadas y conducidas al puerto de Cádiz. Don Vicente Doz dirige la operación de escolta con éxito, pese al acecho constante de las fuerzas navales enemigas.
Las informaciones que los capitanes españoles hacen llegar al Almirante, empiezan a arrojar luz sobre la impresionante magnitud de la captura realizada.
A su llegada a Cádiz el 20 de agosto, la flota apresada ha de anclarse en la bahía porque las instalaciones portuarias resultaban insuficientes para albergarla. Cuando don Luis entra en el puerto con su buque insignia y se dirige a Capitanía para entregar el preceptivo informe dirigido al Rey, todo Cádiz inunda ya las calles aclamando su heroicidad. La audacia de un comandante valeroso, sabio y experimentado, la pericia de unas dotaciones profesionales y bien entrenadas, y el feliz consejo de un competente segundo, han otorgado a las armas españolas una victoria gloriosa.
En total se apresan 55 barcos: 36 fragatas, 10 bergantines y 9 paquebotes que suman 294 cañones. De ellos, los que resultan aptos para el combate, serán remodelados e incorporados a la Real Armada Española. Así el Helbrech de 30 cañones, el Royal George de 28, el Monstraut de 28, el Geoffrey de 28 y el Gaton también de 28, se convertirán respectivamente en la Santa Balbina de 34 cañones, el Real Jorge de 30, la Santa Bibiana de 34, el Santa Paula de 34 y el Colón de 30 cañones.
Se capturan 3.000 tripulantes, 300 pasajeros civiles y 2.000 oficiales y soldados destinados a combatir la rebelión de las colonias de ultramar.
Una inmensa fortuna de 1.000.000 de duros (moneda de ocho reales) en lingotes y monedas de oro pasa a poder español. Para comprender lo que esto representa, basta pensar que el valor de los 55 barcos capturados es de 600.000 duros. La captura también incluye una enorme cantidad de provisiones y efectos navales, así como uniformes, tiendas de campaña, equipación, armamento, 80.000 mosquetes y 3.000 barriles de pólvora. Todo ello en cantidad suficiente para abastecer a 12 regimientos.
La magnitud de las pérdidas provocó el desplome de la bolsa de Londres y dañó muy gravemente las finanzas de Inglaterra y, consecuentemente, su capacidad para seguir sosteniendo las lejanas y costosas guerras coloniales.
No cabe la menor duda de que este enorme descalabro fue decisivo para que los sublevados norteamericanos alcanzasen su objetivo de independizarse y, en esta ocasión, ni la sempiterna ineptitud náutica ni la tradicional impericia ejecutiva de nuestros aliados franceses, consiguió dar al traste con la operación. Y eso que lo intentaron; poco antes habían exigido a Floridablanca que destituyera a Córdova del mando de la flota combinada, arguyendo que por su avanzada edad, le fallaba la cabeza.
Don Luis de Córdova – prácticamente olvidado en España – goza de reconocimiento en tierras lejanas; una ciudad portuaria de Alaska lleva a día de hoy su nombre: Córdova
No Comment