Los datos que acaba de publicar el Banco Internacional de Pagos son impresionantes. La deuda que acumula el sector no financiero de las economías es de 221,4 billones de dólares, de los cuales casi la mitad (106,8 billones) corresponden a China (44,8 billones) y Estados Unidos (62 billones).
El endeudamiento de los hogares es de 53,8 billones de dólares, el de los gobiernos de 83,4 billones, el de las sociedades no financieras 78,6 y el del sector financiero 65 billones de dólares. En total, unos 286 billones de dólares, unas 3,5 veces el valor del producto mundial.
Estos datos son graves no solo por su cuantía sino por el crecimiento vertiginoso que vienen registrando en los últimos años y que se ha acelerado a causa de la pandemia. Según el Banco Internacional de Pagos, la deuda total del sector no financiero ha aumentado en 65,5 billones en los últimos 5 años y se ha triplicado desde 2000.
En la Unión Europea la situación es parecida, demostrándose que las mal llamadas políticas de austeridad no sirven para disminuir la deuda sino justamente para todo lo contrario. Según los últimos datos de Eurostat, la deuda pública de toda la Unión es de 12 billones de euros y de 11,1 billones para la Eurozona. La de los hogares de los países que conforman el euro es de 7,1 billones de euros y el de las sociedades no financieras de 11,9 billones.
La factura de esta deuda es igualmente impresionante. En 2020, en plena pandemia, los países de la Eurozona tuvieron que dedicar 172.706 millones de euros a pagar intereses (191.646 millones la Unión Europea). Desde 2000, la deuda de la Eurozona ha aumentado en 6,8 billones y esa es prácticamente la misma cantidad que ha pagado en ese tiempo en intereses, es decir en retribución a bancos que le han prestado dinero creado, en su práctica totalidad, de la nada, sin ningún coste para ellos.
El crédito es un instrumento fundamental para el buen funcionamiento de las economías, pues se necesita para financiar inversiones a largo plazo o para hacer frente a situaciones extraordinarias, como la provocada por la pandemia. Es tan importante que debería considerarse como un servicio público esencial, cuya provisión en condiciones de eficiencia, rigor y buen control, estuviera siempre garantizada para las empresas, hogares o gobiernos que lo necesiten realmente. Pero lo que está ocurriendo en el capitalismo de nuestros días es que, en lugar de proporcionarse crédito como un medio necesario para crear riqueza, su crecimiento constante se ha convertido en un fin. Algo que tiene consecuencias funestas porque obliga a seguir endeudándose continuamente para seguir pagando la deuda, drenando recursos que podrían dedicarse a crear riqueza productiva.
Para entender por qué ha ocurrido eso solo hay que saber algo muy simple:
El negocio de la banca, la institución más poderosa del planeta que utiliza ese poder para imponer políticas, leyes y modelos económicos que obligan a recurrir constantemente al crédito y a pagar innecesariamente intereses por el dinero que prestan.
La avaricia de la banca que tiene el privilegio de prestar dinero que crea de la nada, el no saber detenerse y la tiranía del interés compuesto que multiplica la deuda sin cesar nos está llevando a una situación tan injusta como insostenible.
Si no se frena la escalada de la deuda será inevitable que volvamos a sufrir crisis financieras cada vez más peligrosas, por recurrentes y destructivas. Guste o no guste a la banca, será inevitable ponerle fin a su crecimiento continuado, y eso se puede hacer por las buena o por las malas.
Por la buenas, mediante acuerdos políticos, asumiendo que la banca ya ha ganado lo suficiente y destruido demasiado, aceptando la suspensión del servicio de la deuda en los países más empobrecidos y quitas y reestructuraciones negociadas en todo el planeta. Por las malas solo hay dos formas de reducir la deuda insostenible, la inflación galopante y la guerra a gran escala.
Estamos a tiempo de elegir un camino u otro. Los gobiernos y las organizaciones internacionales tienen la palabra y los pueblos la capacidad de presionar y de hacer oír su voz para exigir soluciones eficientes, justas y pacíficas.
Juan Torres López, Consejo Científico de Attac. Publicado originalmente para Público.
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