No es la era “de los pueblos” que imaginábamos al referirnos al Sistema de las Naciones Unidas. Ni la era de los ciudadanos educados, cultos y participativos, capaces de construir democracias genuinas y eficaces. Ni la era de la creatividad y del conocimiento como base de la economía y del progreso.

No: ahora todo depende del PIB. Sólo los países más ricos se asocian para gobernar al mundo. Al principio, US y Reino Unido convocaron únicamente a los países más ricos: fue el G-6. Luego añadieron a Canadá, G-7. Luego a Rusia, G-8… Luego, dándose cuenta de que la hegemonía de los más selectos había fracasado, ampliaron el número a 20 (veinte tantos…). Y así seguimos ahora, intentando capear el temporal. Pero el naufragio, si no añaden rápidamente a la gente y se construyen democracias a escala local, regional y mundial (unas Naciones Unidas fuertes), será inevitable.

La única solución es la democracia. Del laberinto del PIB sólo puede salirse hacia arriba, guiados por unos principios universales que asuma y respete la humanidad entera. No se puede seguir invirtiendo miles de millones diarios en armas cuando miles de personas mueren –sobre todo en los países de pobre PIB- de hambre todos los días. No se puede seguir favoreciendo irresponsablemente, con codicia infinita, a países que, por muy bien clasificados que estén en el PIB, violan permanentemente, intensamente, los derechos humanos más elementales. No es posible seguir permitiendo en el espacio supranacional la total impunidad de consorcios mafiosos que trafican en drogas, armas, ¡personas! Ni seguir consintiendo que los paraísos fiscales sigan blanqueando el dinero de turbio origen.

El vaticinio está muy claro: creo que mantener una economía basada en la especulación, la deslocalización productiva y la guerra, es el último estertor de un sistema en situación terminal.

Por fortuna, hoy los ciudadanos ya pueden expresarse. Por fortuna, la movilización popular será liderada por la comunidad científica, académica, intelectual y artística, que conoce la realidad y no se dejará embaucar por quienes, cueste lo que cueste, pretenden aplazar el “nuevo comienzo”, en el que serán nuevamente la justicia social y los grandes principios éticos los que orientarán la gobernación mundial.

El PIB puede reflejar la riqueza de los países pero no refleja el bienestar de los pueblos. Y ahora los pueblos, por fin, ya no serán simples espectadores, obedientes, silenciosos. La era del PIB tiene los días contados.

 

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