En estos momentos, el foco de atención está puesto en las llegadas a Europa, pero creemos que es necesario ampliar la mirada y comprender también lo que está pasando al otro lado del Mediterráneo.
Tal y como señala el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), los países que albergan a mayor número de refugiados se encuentran en África y Oriente Medio. Etiopía, Kenia, Uganda o Chad acogen cifras muy importantes de refugiados y junto a ellos, las cifras de desplazamiento interno por violencia o desastres naturales son elevadisimas en Congo, República Centroafricana, Nigeria, Sur Sudán, Somalia o Etiopía.
Muchos de estos países atraviesan crisis humanitarias que precisan de la ayuda internacional. La situación de los refugiados en sus fronteras es desesperada, permanecen confinados en los campos durante años, sin poder trabajar legalmente y con escasas posibilidades de soluciones duraderas como el reasentamiento, el retorno a sus países o la integración local. La ayuda humanitaria internacional, sin embargo, llega con cuentagotas y de forma dispar. El reciente informe del Norwegian Refugee Council (NRC) “The world´s most neglected displacement crises” muestra como algunas crisis humanitarias reciben menos atención y financiación que otras. Entre las crisis que el mundo ha olvidado figura, por ejemplo, Etiopía, el país con más movimientos migratorios de África del Este. En este contexto, no puede extrañarnos la frase de un joven eritreo en Etiopía: “prefiero morir en el intento que pudrirme en los campos”. La falta de protección eficaz y asistencia a las personas refugiadas y desplazadas en estos países es debido, en parte, a insuficiencia de fondos. Pedimos por ello mayor apoyo de los donantes a los planes internacionales de ayuda humanitaria, que no consiguen la financiación necesaria prevista.
Por otro lado, no podemos dar la espalda al hecho de que, entre las personas que intentan llegar a Europa, muchas han abandonado sus países a la fuerza. Desgraciadamente, las cifras de refugiados crecen anualmente. A medio plazo, la única vía sostenible para frenar el aumento de personas refugiadas en el mundo es atender a las causas. Y entre ellas, encontramos con mucha frecuencia conflictos armados, violencia estructural, la corrupción del comercio de armas, la competencia por los recursos naturales o sequías persistentes. La comunidad internacional debe, en los casos de conflictos armados o de naturaleza política, insistir en la necesidad de buscar soluciones a través de la negociación y el diálogo y una vez finalizados los conflictos, contribuir a la reconstrucción de las zonas afectadas y facilitar el retorno de los refugiados. Asimismo, son necesarias políticas más vigorosas de lucha contra el cambio climático, que tanto agrava los efectos de las sequías y otros fenómenos naturales. No hay soluciones fáciles ni rápidas, pero la hospitalidad europea hacia quienes abandonan involuntariamente sus hogares -ya permanezcan en África o alcancen Europa- debe ir de la mano de políticas que contribuyan a revertir a medio plazo el creciente éxodo de hombres, mujeres y niños en busca de paz y una vida digna.
Europa es heredera de una tradición humanitaria y de defensa de los derechos humanos en la que, desafortunadamente, asistimos a una clara regresión en materia de migrantes y de refugiados. Necesitamos frenar esta dinámica egoísta y avanzar en soluciones colectivas que protejan los derechos y la dignidad de las personas. Urge crear en Europa un sistema común de asilo, explorar nuevas vías legales de acceso y promover sociedades de acogida basadas en la hospitalidad y el encuentro. Pero urge en la misma medida ampliar la mirada en el espacio y en el tiempo e invertir en ayuda humanitaria y en políticas de desarrollo humano en África. La tragedia que está desarrollándose en el Mediterráneo nos revela que la cooperación internacional es, sin duda, una política inteligente en un mundo global.
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