“A mi hijo y a mí y a mi esposa nos atracaron. A mi hijo le quitaron todos sus documentos, nos quitaron la plata, nos dejaron sin nada. Una gente armada con fusiles… no se sabe si son de guerrilla, no sé. Nos quitaron todo y no tenemos ni para comer ni nada. Tenemos tres días que ni comemos”.
El relato de esta madre refleja la cruda realidad que enfrentan innumerables familias que se aventuran a cruzar la selva del Darién para llegar a Panamá y continuar su camino hacia Estados Unidos, en busca de mejores oportunidades. Arriesgan sus vidas no solo por las difíciles condiciones del viaje a través de la selva, sino también por los constantes robos, secuestros, abusos y extorsiones a las que se ven expuestas en el camino.
Según las estadísticas del Servicio Nacional de Migración (SNM), hasta mediados de junio de 2023 más de 175.000 personas migrantes han ingresado a Panamá a través del Tapón del Darién, una cifra histórica. Lo más preocupante es el creciente número de niños y niñas que se encuentran expuestos a los peligros de esta implacable ruta migratoria.
Hemos recorrido parte de la ruta junto a nuestra organización hermana en terreno, Fe y Alegría Panamá, retratando la realidad y dando voz a las personas que se ponen en camino a través de la lente del fotoperiodista Sergi Cámara.
La selva del Darién, uno de los recorridos más peligrosos del mundo
La selva del Darién, ubicada en la frontera entre Colombia y Panamá, es un vasto ecosistema de más de 16.000 kilómetros cuadrados que desempeña un papel crucial como puente natural entre Sudamérica y Centroamérica. Sin embargo, adentrarse en este inhóspito territorio supone un tremendo desafío para quienes se aventuran en su interior.
Sus densas junglas, ríos turbulentos y terrenos traicioneros conforman un entorno hostil que pone en peligro la vida de las personas migrantes. La escasez de alimentos y agua potable, combinada con las adversas condiciones climáticas, como fuertes lluvias y temperaturas extremas, agrava aún más los riesgos a los que se enfrentan. En este entorno inhóspito, donde la atención médica es escasa o inexistente, las enfermedades transmitidas por mosquitos, como el dengue y la malaria, representan una amenaza constante.
“Uno tiene que bregar como uno pueda para salir con vida de aquí de esa selva… es peligroso. Yo le aconsejo a la gente que no se metan que no se metan y menos a sus hijos que nos les metan en eso. Ese es mi consejo”, narra una madre ya en suelo panameño.
A estos desafíos se suma la presencia de grupos criminales, que añaden un elemento de peligro adicional a una travesía que ya es de por sí desafiante.
Entre la esperanza y el horror: los abusos en el camino
“Ellos dicen así. Esa selva es de nosotros. Pagas ahí, sea con trabajo. Subes ahí y llegas a otra parte, tienes que volver a pagar en el segundo refugio. Y ahí arrancas. Subes arriba y ya te espera la guerrilla. Ahí 100 por persona. El que no tenga, no pasa. Más abajo te esperan otros y ahí vas y ahí vas. Hasta que llegas sin nada. Tú llegas con nada”.
Este es el testimonio de una mujer venezolana que, en su travesía por la selva del Darién, se vio obligada a pagar sumas de dinero para poder continuar su trayecto. Lamentablemente, esta realidad se repite a diario para las miles de personas migrantes que cruzan la frontera en busca de una vida mejor. A lo largo de esta peligrosa ruta, se enfrentan a amenazas de violencia, extorsión y abuso.
Históricamente, esta región fronteriza entre Colombia y Panamá ha sido campo de operaciones de bandas delictivas, guerrillas, paramilitares y narcotraficantes. Sus operaciones clandestinas y su dominio en la región generan un clima de inseguridad y violencia que afecta gravemente a las personas migrantes. A través de prácticas como la extorsión, el chantaje y los secuestros, estos grupos criminales causan un sufrimiento profundo a quienes intentan atravesar la selva.
Isaías*, de veinticinco años, y su esposa Anni*, de veintitrés años (*nombres ficticios para proteger su identidad), son testigos directos de los horrores que se viven en la selva del Darién. Su travesía estuvo marcada por momentos de terror y desesperación.“Estuvimos secuestrados dos días, querían que llamáramos a familiares para que enviaran un rescate, finalmente vieron que nosotros no teníamos dinero y nos robaron el teléfono y todo lo que llevábamos. Tardamos seis días para llegar a Bajo Chiquito. Vimos a niños morir en la selva, y también cómo violaron a mujeres jóvenes”.
El peligro que enfrentan las mujeres y niñas es aún mayor. Se ven expuestas a situaciones extremas de violencia de género, explotación sexual y abusos que amenazan su integridad física y emocional. La falta de medidas de seguridad adecuadas y la ausencia de recursos para atender sus necesidades básicas aumentan su vulnerabilidad.
Según un informe de las Naciones Unidas, en 2021 se registraron más de 300 casos de abuso sexual durante el recorrido, mientras que, entre enero y junio de 2022, fueron más de 140 casos.
Una madre y su hija esperan a ser registradas por las autoridades panameñas. © Sergi Cámara / Entreculturas
En busca de un futuro mejor: las razones detrás de la migración
Día a día, cientos de personas migrantes de países como Venezuela, Haití, Ecuador, China, India, Afganistán, Camerún, Somalia, Sudán y Bangladesh se aventuran a cruzar la selva del Darién. La decisión de dejar sus hogares y seres queridos no es fácil de tomar. Detrás de cada una de estas personas hay una historia, una motivación profunda que las impulsa a enfrentar los riesgos y desafíos del viaje en busca de una vida mejor.
La violencia generalizada, la falta de oportunidades económicas, los desastres naturales y la ausencia de un futuro seguro son algunas de las razones que obligan a estas personas a abandonar su lugar de origen. La presencia de grupos criminales, guerrillas y conflictos armados genera un clima de miedo y peligro constante, mientras que la falta de empleo y las limitadas oportunidades de desarrollo económico dificultan el acceso a una vida digna y próspera.
Cómo es el viaje que hacen para atravesar la selva de Darién
Tulio, de treinta y cinco años, y su esposa Rosandry, de veintitrés años, junto a sus dos hijas, se encuentran en Necoclí, Colombia, para iniciar su viaje hacia una nueva vida. Tulio se ve obligado a vender fundas protectoras de agua para teléfonos para poder sobrevivir en el camino. Su historia migratoria inició en Venezuela en 2020, y tras pasar por Ecuador, donde nació su primera hija, y luego por Chile, donde nació su segunda hija, ahora se prepara para cruzar junto a su familia la frontera de Panamá en busca de nuevas oportunidades.
Si bien no existe una ruta fija o establecida, cientos de personas migrantes, como Tulio y Rosemary, comienzan su travesía migratoria en Necoclí, Colombia donde suelen contratar a guías conocidos como ´coyotes´ para cruzar el Tapón del Darién. El costo del servicio varía según la nacionalidad de cada individuo.
Desde el muelle de Necoclí, se embarcan en lanchas que las llevan al Golfo de Urabá, donde llegan a los municipios de Capurganá o Acandí, ambos ubicados en la región del Chocó, todavía en territorio colombiano. A partir de allí, emprenden una ardua caminata a través de la selva, enfrentando robos, tiroteos y difíciles condiciones del terreno. Después de varios días de travesía, finalmente llegan a Bajo Chiquito, un pequeño pueblo en Panamá, donde son registradas y acogidas por la comunidad local. Es en este punto donde encuentran un respiro momentáneo y la esperanza de seguir adelante en su búsqueda de una vida mejor.
Al día siguiente de su llegada a Bajo Chiquito, las personas migrantes son trasladadas en barcas por los indígenas Emberá, que habitan en ese pueblo. Son llevadas hacia el campamento de Lajas Blancas, un lugar designado por el gobierno de Panamá para albergar a las personas migrantes, donde también operan algunas organizaciones no gubernamentales (ONG). Allí se realiza un nuevo registro. Algunas personas descansan y se reponen del largo viaje, mientras que otras continúan su camino utilizando los autobuses que el gobierno de Panamá pone a disposición a un precio de 40 dólares, los cuales las llevan hasta la frontera de Costa Rica.
El camino no está exento de peligros y tragedias. Durante la travesía, muchas vidas se pierden o se ven afectadas. Según el Proyecto Migrantes, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), entre enero de 2018 y el 2 de junio de 2023, han muerto o desaparecido al menos 258 personas, de las cuales 41 eran menores.
Un destino incierto
A partir de su llegada a suelo panameño, las personas migrantes se dirigen hacia diversos destinos. Algunas buscan llegar a México o Estados Unidos, mientras que otras encuentran refugio en otros países de América Central. Sin embargo, el camino hacia la integración no es fácil. Se enfrentan a nuevos desafíos, como la búsqueda de empleo, la reunificación familiar y la adaptación a una cultura desconocida. La falta de documentos legales dificulta su acceso a servicios básicos y derechos fundamentales. La discriminación y el estigma también son obstáculos que deben superar. A pesar de las dificultades, muchas logran establecerse en sus nuevos destinos y contribuir positivamente a sus comunidades de acogida.
Qué sucede con aquellas personas que vuelven
“Yo era feliz y no lo sabía, cruzar la selva es lo más fácil del viaje, cuando llegas a México y te detienen varias veces y te devuelven cansa mucho mentalmente, también estar lejos de la familia es muy duro. Cuando ves que el sueño americano no existe acabas pensando en volver a casa”.
Miler es un hombre de veintisiete años que se encuentra en Bajo Chiquito, pero su trayectoria es opuesta a la de las miles de personas que llegan al pueblo y se dirigen hacia Estados Unidos. Él está en el proceso de regresar a su hogar. Su historia refleja la realidad de muchas personas migrantes que, a pesar de sus esfuerzos, no logran alcanzar sus objetivos y establecerse en sus destinos deseados debido a la falta de oportunidades, la violencia o la deportación
El regreso puede ser un proceso doloroso y desafiante. Muchos enfrentan el estigma y la marginación a su regreso, ya que se enfrentan a la desilusión de no haber logrado sus metas y a menudo deben enfrentarse a las mismas condiciones que los llevaron a migrar en primer lugar. Además, pueden enfrentar dificultades para reintegrarse en sus comunidades, ya que a menudo se encuentran con la falta de apoyo y recursos para reconstruir sus vidas.
Sin embargo, algunas personas migrantes logran aprovechar las experiencias y habilidades adquiridas durante su travesía y encontrar nuevas oportunidades en sus países de origen.
Cómo trabaja Fe y Alegría Panamá para acompañar a las personas migrantes
Fe y Alegría trabaja para atender las necesidades de las personas migrantes que llegan a Panamá como destino final o que están de tránsito en el país en busca de un lugar más seguro. Su compromiso se centra en brindar una atención humanitaria de calidad, cubriendo diversas necesidades básicas de las personas migrantes.
A través de sus albergues, como la casa de acogida Padre Pedro Arrupe y otro destinado a mujeres en la zona del Ingenio, Bethania, proporcionan un refugio constante y una atención humanitaria continua. Además de ofrecer un lugar seguro, Fe y Alegría busca fomentar el empoderamiento y desarrollo de las personas migrantes mediante programas de capacitación, orientación legal y emprendimiento, brindándoles herramientas para su crecimiento y autonomía.
Reconociendo la importancia del bienestar emocional y espiritual en situaciones desafiantes de la ruta migratoria, también ofrecen acompañamiento psicológico y espiritual. Brindan espacio seguro para que las personas migrantes puedan expresar sus emociones, compartir sus experiencias y encontrar apoyo en momentos de vulnerabilidad. “Mi mente está llena de las imágenes de esperanza en medio del dolor”, afirma Elías Cornejo, coordinador del Servicio a Migrantes de Fe y Alegría Panamá. “Sigo creyendo que nuestro trabajo en Fe y Alegría es importante y que debemos hacer más por los excluidos, los panameños y aquellos que han decidido migrar”.
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