En 1914 la Compañía Trasatlántica Española, sita en Barcelona, decidió construir dos vapores para cubrir la línea Bilbao, Cádiz, Canarias, Fernando Poo en la Guinea Española (hoy en día Guinea Ecuatorial).

Ambos vapores gemelos fueron construidos en acero con la técnica de remaches en la Sociedad Española de Construcción Naval, en el astillero de Matagorda en Puerto Real, Cádiz, eran naves de mediano porte de los denominados correos pero dotados de las técnicas más modernas de la época, cada nave desplazaba unas 2.500 toneladas, con una eslora de 88,85 metros, una manga de 12,19 m y un calado de 6 m, podían alcanzar 12,5 nudos (23.15 km/h), gracias a un motor de 1.350 caballos de vapor que movía dos hélices de cuatro palas, aunque su velocidad de crucero habitual era de 9 nudos (16,7 km/h), ochenta hombres de tripulación se encargaban de su manejo pudiendo transportar cuatrocientos pasajeros distribuidos entre 50 y 100 plazas para el pasaje de primera en estancias y salones de auténtico lujo, segunda y tercera preferente y 428 literas para emigrantes, además de las mercancías de la bodega, fueron bautizados como Santa Isabel y San Carlos.

Vapor Santa Isabel

El auge de la inmigración hizo que la compañía destinara sus naves al cabotaje recogiendo pasajeros desde Pasaia (Pasajes), Bilbao, Santander, A Coruña, Vilagarcía de Arousa (Villagarcía de Arosa), hasta Cádiz, punto de embarque de los emigrantes con destino a América, principalmente a Argentina, cuya travesía se realizaba en buques transatlánticos.

El 20 de diciembre de 1920 el Santa Isabel parte de Cádiz, dirigiéndose a Pasajes desde donde retorna mientras iba recogiendo inmigrantes en los puertos de Bilbao y Santander. El 1 de Enero a primera hora atracaba en el puerto de A Coruña, donde el capitán D. Esteban García Muñiz inscribió en el padrón municipal a pasaje y tripulación, tal como lo disponía el Instituto Geográfico y Catastral, llevando además de la tripulación a 187 pasajeros más la consiguiente carga. Al mediodía el capitán decidió adelantar la partida con destino a Villagarcía de Arosa.

Estando a la altura de Finisterre se desató un fuerte temporal que dificultaba la navegación, García Muñiz ordenó que el pasaje permaneciera en sus literas, suspendiendo la cena hasta llegar a puerto quedándose él en el puente dirigiendo la navegación. Su intención era entrar en la ría por el sur evitando la isla, pero la intensa lluvia dificultaba la visibilidad de los faros de Ons y Corrubedo para tomar su referencia, por lo que el capitán da la orden de reducir la velocidad para intentar evitar la derrota que empujaba al vapor directo hacia la isla.

De pronto y con la nave a merced del temporal, entre las rompientes García Muñiz ve aparecer una roca por la proa e inmediatamente ordena “maniobra de ciar” (dar marcha atrás), cuando un golpe de mar montó el vapor sobre los bajos de “Pegar” a escasos 200 metros de la isla de Sálvora, quedando el barco apoyado de popa sobre su aleta de estribor, con tres hendiduras abiertas en el casco por donde el agua entraba a raudales, comenzando a hundirse rápidamente y terminando por partirse en dos.

El capitán ordenó el inmediato abandono del barco mientras el radiotelegrafista D. Ángel González Campos, emitía una desesperada llamada de socorro « Estamos encima de las rocas de Salv… ». cortada de repente cuando a los 15 minutos de embarrancar se cortó el suministro eléctrico. La señal fue recibida por el buque Flandre, de bandera francesa y por Finisterre radio, quienes contestaron sin tener respuesta desde el barco naufragado, por lo que nada pudieron hacer para salvar rápidamente a la gente del Santa Isabel, cuando el barco Cabo Menor, en ruta a Villagarcía confirma la situación ya es demasiado tarde.

La isla de Sálvora tenía en estas fechas unos 60 vecinos de los que la mayoría se encontraban en la costa celebrando la nochevieja en las distintas parroquias vecinas de la ría, tan solo unas 25 personas había en el momento del naufragio, la mayoría mujeres, niños y gente mayor, entre ellos se encontraba el farero D. Tomás Pagá, la isla contaba en 1921 con un pequeño y viejo faro, de planta hexagonal, pues dicha construcción geométrica minimizaba las embestidas del temporal, Pagá al oír los gritos en principio pensó que eran los niños haciendo de la suyas a pesar de la noche y el temporal, pero ante la insistencia de estos dejó el faro para ver que ocurría encontrándose con el dantesco espectáculo del Santa Isabel, inmediatamente corrió hacia la aldea para dar la alarma.

Lugar del naufragio del Santa Isabel

La gente de la aldea rápidamente se puso en movimiento y algunos hombres armaron una “dorna” (embarcación de pesca típica de las Rías Bajas), y la echaron al agua dirigiéndose al naufragio, pero lo más sorprendente fue que tres mujeres, apenas unas niñas María Fernández Oujo, Cipriana Oujo Maneiro y Josefa Parada, en contra de la opinión de los mayores se dirigieron a la playa dos Bois, armaron otra dorna un poco más pequeña que la anterior y rodeando la isla llegaron a los restos del Santa Isabel sobre las ocho de la mañana, en ese momento había gente en el agua pues tras haber subido a los botes salvavidas el fuerte oleaje los había golpeado contra las rocas destrozándolos, pero aún quedaban algunos a flote.

Las tres mujeres con los cabos que tenían en la dorna llegaron al bote nº 8 único que quedaba a flote gracias a la actuación del segundo oficial D, Luis Cebreiro, hombre alto y corpulento al que llamaban “Tonelada”, que se negó a subir al bote a pesar de la insistencia de sus 20 ocupantes pues por su corpulencia y peso pondría en peligro a los náufragos que iban en él, pero con su esfuerzo consiguió retener la embarcación evitando que fuera contra las rocas tal y como había ocurrido con los otros botes hasta la llegada providencial de la dorna de nuestras heroínas.

María, Cipriana y Josefa ataron el bote con los cabos que llevaban  comenzando a remolcarlo sin pensar en los riesgos que corrían mientras luchaban contra el temporal, a golpe de remo lo llevaron a la playa del Almacén poniendo a salvo a sus ocupantes y regresaron a por más supervivientes, no pudiéndolos subir a su pequeña embarcación los ataron y remolcaron hasta la playa, salvando a 48 de los 54 pasajeros supervivientes.

Una vez en tierra un cuarto ángel junto con otros vecinos de la isla iba ayudando a los náufragos según llegaban ofreciéndoles comida y ropa seca, era Cipriana Crujeiras de 48 años.

Conocida la noticia del naufragio todo el municipio de Riveira se volcó con los supervivientes acogiéndolos en sus casas así como rescatando los cadáveres de los náufragos que fueron enterrados en el pueblo y el Ayuntamiento decreto luto oficial. Gracias a estas actuaciones le otorgaron a Riveira el título de «Muy Noble, Muy Leal y Muy Humanitaria ciudad».

Las cuatro mujeres que tan bravamente salvaron a los náufragos fueron conocidas como «las heroínas de Sálvora», otorgándoles a cada una de ellas la Cruz de Tercera Clase con Distintivo negro y Blanco del Consejo de Estado y la Medalla de Salvamento Marítimo.

Por desgracia el mal endémico de nuestro país “la envidia” se cebó con ellas a los pocos meses de recibir sus condecoraciones por el valor demostrado en su actuación salvando a los náufragos, comenzaron a haber rumores sobre el robo a los cadáveres y es que muchos aparecieron mutilados para supuestamente robarles las joyas, acusándolas falsamente de raqueiros (piratas terrestres que provocaban el hundimiento de barcos con antorchas para luego quedarse con el botín), a pesar de que en el informe oficial del juez instructor, se demostraba que los cortes de dedos fue cosa de la Guardia Civil, al tener orden de recuperar las joyas de los fallecidos.

Medalla entregada a las heroínas, con la leyenda: Galicia a sus hijos abnegados.

Pero lo más increíble del caso es que un año más tarde dos de ellas volvieron a repetir la hazaña cuando el vapor Cataluña, de la compañía Transmediterránea, el cual navegando en condiciones de baja visibilidad debido a la niebla, no pudo ver la luz del faro de la isla de Sálvora embarrancando en la roca Filgueriño, de nuevo los vecinos de Sálvora entre los que se encontraban Cipriana Crujeiras y Josefa Parada, volvieron a echarse a la mar en sus dornas para rescatar a los náufragos consiguiendo rescatar a toda la tripulación, no falleciendo nadie en este naufragio, por eso no es comprensible tales acusaciones aunque quizá su condición de mujeres en un duro mundo de hombres de la época y en una Galicia mística y cerrada influyeron para crear dichos bulos condenándolas al olvido.

Durante mucho tiempo los buques de la Compañía Trasatlántica Española, hicieron sonar sus sirenas en señal de respeto y recuerdo de las mujeres y hombres muertos en la tragedia del Santa Isabel, cada vez que pasaban frente a los bajos de la isla de Sálvora.

Finalmente, nuestras heroínas fueron sacadas de su olvido gracias al escritor Xosé María Fernández Pazos que publicó “Sálvora: Memoria de un naufragio” y a la directora de cine Paula Cons, rodo en 2020 la película “La Isla de las Mentiras”, en la que ficciona la historia del hundimiento y rescate del vapor como un thriller de época, rodada en el propia isla de Sálvora y en unas condiciones parecidas a como sucedió.

Cipriana, Josefa y María, fueron mujeres valientes que no dudaron en poner en peligro sus vidas para salvar la de los demás, recibiendo a cambio difamación y calumnias, hoy desde estas humildes líneas he querido homenajearlas sacándolas del olvido recordando su hazaña.