El entorno social, educativo, y religioso distorsionan en el niño protagonista la percepción  del mundo que le rodea. La frase francesa de Les Quatre Cents Coups, podría traducirse como: Las mil y una. Pero en este caso no se trata de la famosa colección de cuentos árabes, se trata de los porrazos  que nos va dando la vida y que moldean nuestro carácter, sobre todo los que recibimos cuando estamos formando nuestra personalidad.

Responsables de que la educación del menor sea lo más adecuada para ellos, son la sociedad, la familia, los enseñantes, los medios de comunicación, la justicia, las lecturas, los directores espirituales y cualquier persona adulta que pueda influenciarles. Cuanto mayor sea la cercanía y la dependencia del niño, mayor debe ser el compromiso  del adulto en el futuro del menor. Uno se indigna cuando alguno de estos pilares falla y condena a un inocente a una vida distorsionada, acomplejada, e incluso patética. Pero cuando el responsable de violar los derechos y las intimidades del menor es la persona que le está formando religiosamente y en el que confía, entonces el crimen es doblemente deleznable.

Los hechos a que me refiero son del todo conocidos, los pederastas de sotana, como ratas de sacristía, atacan de nuevo. ¡Claro que son una minoría! Faltaría más. Sin embargo son suficientes para que el pecado sea global. Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda, Alemania, Bélgica, España; toda África dónde las novicias deben entregar sus favores a sacerdotes antes de desposarse con Dios, son páginas y páginas  de delirante información de lo que nunca tuvo que pasar. ¿Se imaginan a una niña belga ahorcándose porque al cura de turno se le puso entre ceja e ingle? ¿Han visto al cura de Valencia hablando del amor divino, con un niño cerca de sus presuntas –por ahora – zarpas? No y mil veces no. No hay excusas, ni errores, ni vergüenzas, ni perdones, tiene que haber entereza ante los miserables, que golpean y golpean a la inocencia hasta mil y una veces.

Pero no paran aquí los golpes, hay otros dirigidos a todo el entorno social en un  momento delicado en cuanto a los temas financieras. Dijo el Cristo: Dad al César lo que del César y a Dios lo que es de Dios. Sin embargo no contó con el Opus Dei y ahora el  Vaticano está bajo investigación por supuesto blanqueo de dinero y el presidente de su banco, Ettore Gotti Tedeschi, dice sentirse humillado por las investigaciones y mantiene que todo es un error. No aclara si es un error que pertenezca al Opus, si fue un error la beatificación y santificación de Escribá de Balaguér en un tiempo record y coincidiendo con supuestas inyecciones financieras del Opus al Vaticano o que tal vez lo sea la congelación por parte de la policía de   23 millones de euros de los fondos vaticanos. Si uno de los valores de todo buen miembro de la “Orden” es la humildad, no tiene porque sentirse humillado. Sus palabras fueron: “Fue una operación normal de tesorería e implicaba una transferencia desde cuentas del banco del Vaticano a otras cuentas del banco del Vaticano”. Cabe recordar que, en los años 80, el Instituto Vaticano estuvo implicado en la quiebra del Banco Ambrosiano, cuyo principal accionista era el propio Vaticano, todo acabó con el extraño “suicidio” del presidente Roberto Calvi que apareció colgado del puente “Blackfriars” de Londres el 18 de junio del 81.

Todo muy “normal”, tal y como cuenta en su  libro  Robert Hutchison, publicado en 1997, titulado Vénganos tu reino: Dentro del mundo secreto del Opus Dei o la reciente publicación del italiano Gianluigi Nuzzi, con el título Vaticano Spa (“Vaticano sociedad anónima“), quizás debamos releer sin perjuicios el libro de David Yallop, En el nombre del Dios: Una investigación en el asesinato del papa Juan Pablo I. En todos ellos se denuncian las cuentas millonarias de irreconocible procedencia, los vínculos mafiosos, las transferencias de dinero sin control, las fundaciones fantasmas que campan a su gusto, “dignas” herederas del tristemente célebre  monseñor  Paul Marcinkus, el  “banquero de Dios”. Mucho “César” y poco Cristo.

Y entre noticia y noticia, observo los rostros de la reina de Inglaterra y el Papa de Roma, ella con su pamela y él con sus casullas, ambos, cabezas de sus respectivas iglesias. Son dos ancianos – en el sentido honorable del adjetivo – que no se miran, tienen la mirada perdida en un horizonte extraño y lejano, demasiado extraño y lejano para ser los representantes – según ellos – de Dios en la tierra. Y lanzo el deseo de que ese Ser, o esa Fuerza, o esa Energía, les ilumine para que “reinventen” sus iglesias. Ya leen que no utilizo la palabra “reforma”, demasiado inglesa. Promuevo, osadamente, desde mi agnosticismo, la reconstrucción de una  Iglesia justa y santa, que proteja a los pobres; que haga pasar a los ricos por el agujero de una aguja, sin sus camellos; que permita el sacerdocio de las mujeres; que termine con el celibato de sus ministros; que acepte la homosexualidad, tan común entre sus paredes; que tire las casullas, los faldones con puntillas y los birretes morados por la ventana de la modernidad; que entregue a la justicia humana a todos los pederastas, porque esa es la que les duele ¡la divina está lejos!, piensan los canallas; que no venda sus canonizaciones; que no piense en el oro del César. Iglesia que no golpee.

Si a los cuatrocientos golpes que da la vida, pudiésemos restarles unos cuantos que sacuden las religiones y las obras místicas, las generaciones venideras podrían ser un poco más felices. Quizás entonces les perdonemos.

La razón nos engaña a menudo. La conciencia nunca.

J.J. Rousseau

El entorno social, educativo, y religioso distorsionan en el niño protagonista la percepción  del mundo que le rodea. La frase francesa de Les Quatre Cents Coups, podría traducirse como: Las mil y una. Pero en este caso no se trata de la famosa colección de cuentos árabes, se trata de los porrazos  que nos va dando la vida y que moldean nuestro carácter, sobre todo los que recibimos cuando estamos formando nuestra personalidad.

Responsables de que la educación del menor sea lo más adecuada para ellos, son la sociedad, la familia, los enseñantes, los medios de comunicación, la justicia, las lecturas, los directores espirituales y cualquier persona adulta que pueda influenciarles. Cuanto mayor sea la cercanía y la dependencia del niño, mayor debe ser el compromiso  del adulto en el futuro del menor. Uno se indigna cuando alguno de estos pilares falla y condena a un inocente a una vida distorsionada, acomplejada, e incluso patética. Pero cuando el responsable de violar los derechos y las intimidades del menor es la persona que le está formando religiosamente y en el que confía, entonces el crimen es doblemente deleznable.

Los hechos a que me refiero son del todo conocidos, los pederastas de sotana, como ratas de sacristía, atacan de nuevo. ¡Claro que son una minoría! Faltaría más. Sin embargo son suficientes para que el pecado sea global. Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda, Alemania, Bélgica, España; toda África dónde las novicias deben entregar sus favores a sacerdotes antes de desposarse con Dios, son páginas y páginas  de delirante información de lo que nunca tuvo que pasar. ¿Se imaginan a una niña belga ahorcándose porque al cura de turno se le puso entre ceja e ingle? ¿Han visto al cura de Valencia hablando del amor divino, con un niño cerca de sus presuntas –por ahora – zarpas? No y mil veces no. No hay excusas, ni errores, ni vergüenzas, ni perdones, tiene que haber entereza ante los miserables, que golpean y golpean a la inocencia hasta mil y una veces.

Pero no paran aquí los golpes, hay otros dirigidos a todo el entorno social en un  momento delicado en cuanto a los temas financieras. Dijo el Cristo: Dad al César lo que del César y a Dios lo que es de Dios. Sin embargo no contó con el Opus Dei y ahora el  Vaticano está bajo investigación por supuesto blanqueo de dinero y el presidente de su banco, Ettore Gotti Tedeschi, dice sentirse humillado por las investigaciones y mantiene que todo es un error. No aclara si es un error que pertenezca al Opus, si fue un error la beatificación y santificación de Escribá de Balaguér en un tiempo record y coincidiendo con supuestas inyecciones financieras del Opus al Vaticano o que tal vez lo sea la congelación por parte de la policía de   23 millones de euros de los fondos vaticanos. Si uno de los valores de todo buen miembro de la “Orden” es la humildad, no tiene porque sentirse humillado. Sus palabras fueron: “Fue una operación normal de tesorería e implicaba una transferencia desde cuentas del banco del Vaticano a otras cuentas del banco del Vaticano”. Cabe recordar que, en los años 80, el Instituto Vaticano estuvo implicado en la quiebra del Banco Ambrosiano, cuyo principal accionista era el propio Vaticano, todo acabó con el extraño “suicidio” del presidente Roberto Calvi que apareció colgado del puente “Blackfriars” de Londres el 18 de junio del 81.

Todo muy “normal”, tal y como cuenta en su  libro  Robert Hutchison, publicado en 1997, titulado Vénganos tu reino: Dentro del mundo secreto del Opus Dei o la reciente publicación del italiano Gianluigi Nuzzi, con el título Vaticano Spa (“Vaticano sociedad anónima“), quizás debamos releer sin perjuicios el libro de David Yallop, En el nombre del Dios: Una investigación en el asesinato del papa Juan Pablo I. En todos ellos se denuncian las cuentas millonarias de irreconocible procedencia, los vínculos mafiosos, las transferencias de dinero sin control, las fundaciones fantasmas que campan a su gusto, “dignas” herederas del tristemente célebre  monseñor  Paul Marcinkus, el  “banquero de Dios”. Mucho “César”  y poco Cristo.

Y entre noticia y noticia, observo los rostros de la reina de Inglaterra y el Papa de Roma, ella con su pamela y él con sus casullas, ambos, cabezas de sus respectivas iglesias. Son dos ancianos – en el sentido honorable del adjetivo – que no se miran, tienen la mirada perdida en un horizonte extraño y lejano, demasiado extraño y lejano para ser los representantes – según ellos – de Dios en la tierra. Y lanzo el deseo de que ese Ser, o esa Fuerza, o esa Energía, les ilumine para que “reinventen” sus iglesias. Ya leen que no utilizo la palabra “reforma”, demasiado inglesa. Promuevo, osadamente, desde mi agnosticismo, la reconstrucción de una  Iglesia justa y santa, que proteja a los pobres; que haga pasar a los ricos por el agujero de una aguja, sin sus camellos; que permita el sacerdocio de las mujeres; que termine con el celibato de sus ministros; que acepte la homosexualidad, tan común entre sus paredes; que tire las casullas, los faldones con puntillas y los birretes morados por la ventana de la modernidad; que entregue a la justicia humana a todos los pederastas, porque esa es la que les duele ¡la divina está lejos!, piensan los canallas; que no venda sus canonizaciones; que no piense en el oro del César. Iglesia que no golpee.

Si a los cuatrocientos golpes que da la vida, pudiésemos restarles unos cuantos que sacuden las religiones y las obras místicas, las generaciones venideras podrían ser un poco más felices. Quizás entonces les perdonemos.