Cuando los nietos abren sus boquitas asombrados de tanta historia, los viejos del lugar prosiguen relatando la fábula en la que el exhonorable Jordi Pujol contó sobre la fortuna de su abuelo.
Cada noche, mientras existan niños y abuelos cuenteros, conoceremos las inacabadas historias de las mil y una corrupciones y de los corruptos que ha dado nuestra política. Y ya no basta decir que algo huele supuestamente a podrido en Dinamarca o a jeque Abdullah Al Thani en Málaga, hay que convertir estas historias en simples relatos de hoguera.
Es tan grande la relación, tan extensa y tan incompleta, que uno se asombra que después de tanto saqueo el País siga en pie. Sin embargo, lo más asombroso es que, a pesar de las imputaciones, los ingresos carcelarios, las libertades bajo fianzas y el supuesto escarnio público, estos tipos campan como quieren. En estos cuentos siempre hay un recurso, siempre una excusa, un aforamiento, un decreto, una prescripción, un fiscal anticorrupción, un juez o un ministro de justicia, donde agarrarse para que sus crímenes queden impunes o escasamente penalizados y sobre todo, para que puedan seguir prevaricando, mangoneando y lucrándose. No devuelven lo robado e incrementan sus botines con otros turbios manejos. Y así, los Pujol Ferrusola, los Bárcenas, los Pérez Alonso y tantos otros ejemplares de esa jauría de corruptos, duplican sus haberes y se parten el culo a carcajadas que harían enrojecer a todas las marquesas, piratas, brujas, malvados y bucaneros de las leyendas.
Tal vez porque se acostumbraron a los cuentos de sus mayores, una gran parte de la sociedad comprende, perdona y excusa a toda esa fauna. Y lo que es peor: está dispuesta a votarles de nuevo.
No sé si la solución pasa por ponerle, en estos momentos, una moción de censura al PP. Se debería consolidar la situación del PSOE y mentalizar a Ciudadanos. Lo que sí sé, es que hay que hacer algo, algo que nos devuelva la esperanza a unos, la cordura a otros y la dignidad a todos. Somos muchos los que tratamos de cambiar las noches del cuento: ciudadanos concienciados, periodistas, articulistas, celosos policías y fiscales y jueces comprometidos por la justicia. Sin embargo, hay un entramado de malos de tradición que cesan o apartan a fiscales y jueces demasiado eficaces, ponen trabas a las fuerzas de seguridad, castigan a los que opinan y desprecian a la ciudadanía, bajo la mirada cómplice de sus votos cautivos. Como en un maldito cuento.
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