Posteriormente los columnarios serían sustituidos por el busto de los reyes borbónicos, Carlos III, Carlos IV y Fernando VII.
La calidad de los columnarios (que reflejan en su anverso dos globos terráqueos representando al Nuevo y al Viejo mundo y a ambos extremos las columnas de Hércules) eran extraordinarios tanto por su peso (27 gramos) como por la pureza de la plata ( 916 milésimas). Debido a su calidad y a la cantidad de plata extraídas en las minas de México y del Virreinato del Perú, se convirtieron los ocho reales españoles en la moneda por excelencia en las relaciones comerciales a nivel mundial pues no solamente circulaban por el continente europeo sino que era moneda de pago para las diversas compras realizadas en China y otras partes del Sureste asiático donde una flota salía periódicamente desde el puerto de Manila para abastecer a los diversos puertos asiáticos de este metal tan apreciado por su peso y su pureza.
La producción de plata en las colonias americanas españolas creció de forma espectacular a lo largo del siglo XVIII pues llegaban a los puertos españoles con más regularidad al coincidir, a principios de los años treinta del s. XVIII, la expansión económica y comercial entre todas las regiones del mundo conocido con la total desaparición de piratas y bucaneros que en las décadas y siglos anteriores sembraban el terror a lo largo y ancho del océano Atlántico y del mar Caribe. En el Virreinato de La Nueva España (México) la producción de plata mexicana aumentó de forma apreciable durante todo el s. XVIII, desde los 5 millones de pesos, en 1702, hasta los 27 millones, en 1804. Algo similar sucedió en el Virreinato del Perú donde la mina de Potosí estaba considerada la más productiva de la América colonial española basándose en la explotación de esclavos negros y la mita.
Gran parte del oro y la plata extraídas de las minas americanas se dedicaban a la acuñación monetaria (si exceptuamos algunos objetos de ajuar doméstico, joyas y piezas religiosas) traídas en barcos desde América al puerto de Sevilla o de Cádiz en lingotes para ser acuñadas en las cecas españolas de Sevilla o Madrid aunque la mayor cantidad de monedas en el siglo XVIII se acuñaban en cecas americanas como las de México, Lima, Potosí,Guatemala, Popayán, Zacatecas y Santiago de Chile.
La tesorería de Nueva España era la encargada de sostener el mantenimiento de las defensas y los presidios dependientes del virreinato en el Caribe, las provincias interiores y Asia, y a finales del siglo se convirtió en la suministradora de casi el 75% de las remesas enviadas a la Península, lo que suponía cerca del 25% del total de los ingresos de la Tesorería General de España en la segunda mitad del siglo XVIII.
Tras la depresión en el comercio ultramarino con Cádiz que encontramos entre 1681 y 1709, se produjo una recuperación del mismo entre esta fecha y 1722, para elevarse definitivamente entre 1748 y 1778. En el caso de Nueva España, el comercio mejoró también entre los años 1741 y 1779, y el comercio exterior se elevó considerablemente a partir de la liberación del mismo.
Las naves que volvían a la Península llevaban mercancías de cambio tanto para los particulares como por cuenta del Rey. Por cuenta de particulares transportaban plata y oro acuñados o labrados, grana, añil, cacao, algodón y varias mercancías y alimentos. Por cuenta del Rey la principal mercancía transportada era metales preciosos amonedados, muestras de monedas y alhajas, pero también cacao, cobre, chocolate, algunas especias y otros productos.
Existen muchos columnarios falsos de época, hechos sobre todo en Inglaterra (bajo conocimiento de su gobierno) para hacer grandes pagos internacionales o incluso para pagar a sus soldados. De esta forma se ahorraba un pago a la vez que desprestigiaba la moneda española. Por eso podemos observar, en algunos reales de a ocho, resellos chinos e incluso ingleses para comprobar la pureza de la plata y que no fuese falsa (como podemos observar en el anverso de la moneda de ocho reales del rey Carlos IV de 1800).
La producción de reales de a ocho fue impresionante durante los reinados de Carlos III y Carlos IV. En la Junta del Banco de San Carlos celebrada en diciembre de 1785, el ministro ilustrado Cabarrús señalaba que: “los beneficios para el Estado por la exportación de moneda se había multiplicado, en los dos últimos años, por cinco respecto a los 29 años anteriores”. Para comprobar hasta qué punto fluía el caudal monetario desde las Indias hacia España simplemente diré que, en el año 1785, se incrementaron las remesas monetarias hasta superar los veinte millones de pesos.
El marqués de Floridablanca decía en sus “Obras completas” (1787) que: “la moneda de oro y plata era considerada una mercancía que generaba un gran excedente con respecto a las necesidades internas y de circulación. Es necesario darle salida para evitar envilecer la moneda”.
En cuanto a la manera y forma de fabricar los reales de a ocho cabe señalar que hasta principios del s. XVIII, las monedas habían sido labradas y hechas a golpe de martillo y yunque. Esas piezas llamadas Macuquinas, aparecen con un borde irregular y su forma no es perfectamente circular.
A partir de 1767, y gracias a la implementación de los molinos movidos por animales y seis volantes (dos de cuerpo entero y cuatro de medio cuerpo), se acuñaron las primeras monedas columnarias de cordoncillo, siendo sustituidas, en 1773, los columnarios por las monedas con la efigie real bajando un poco su peso (un gramo menos) y su pureza (895 milésimas). A pesar de estos pequeños ajustes siguió siendo la moneda fuerte en el comercio internacional y reconocida por todos los países hasta que los Estados Unidos reemplazan los reales de a ocho españoles por una moneda propia (el dólar de plata), en 1857 y se establece la libra de oro inglesa como moneda patrón a nivel internacional.
El que España tuviese como moneda reconocida y apreciada, a nivel internacional, los reales de a ocho durante más de un siglo, es una clara muestra de su estabilidad económica y baja inflación. Cabe recordar que, para muchos historiadores, uno de los motivos de la caída del Imperio romano fue la devaluación de su moneda, el denario de plata, que durante la República y el Alto imperio tenía un 90% de plata y en el Bajo imperio romano debido a la fuerte inflación fue sustituido por el antoniniano con menos del 30% de plata para poder pagar a las legiones y mantener, a duras penas, todo su aparato institucional.
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