La técnica consiste en emplear cañones de aire comprimido que generan pulsos de sonido, 100.000 más intensos que el motor de un avión a reacción. Estas fuertes explosiones se producen de forma repetitiva, cada diez segundos, durante 24 horas al día y a menudo durante semanas y semanas. El sonido es tan alto que atraviesa el océano y penetra kilómetros bajo el suelo marino, luego rebota y lleva información a la superficie sobre la ubicación de depósitos de petróleo y gas bajo tierra.

Lamentablemente, en esta búsqueda de recursos las explosiones de aire comprimido dañan a ballenas, delfines, tortugas y peces. Los cetáceos sufren diversos tipos de daños, como pérdida auditiva temporal o permanente, abandono del hábitat, perturbaciones en la alimentación y el apareamiento, varamientos e incluso la muerte.

En Europa no somos inmunes a este problema. De hecho, hace unos meses nos llenó de inquietud que España autorizara a la británica Capricorn Spain Limited a realizar sondeos sísmicos frente a la Costa Brava, en una zona con numerosas especies emblemáticas y situada junto a un área marina protegida.

Y lo peor es que este tipo de pruebas no son sino el primer paso para hacer prospecciones de gas y petróleo, cuyas consecuencias nos resultan desgraciadamente demasiado familiares.

Si deseas un poco más de información, echa un vistazo a este vídeo y a A Deaf Whale Is a Dead Whale (ambos en inglés).

 

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