Era la noche plétora de un delirio chispeante,
Era una indiferencia sonámbula y fragante:
La muda indiferencia de los astros, despiertos
Como un diluvio de ojos parpadeantes y abiertos.

Era un vaho de perfume de hembra en los jardines,
Bajo la enredadera de los blancos jazmines;
Y aquellas, las estrellas, nos miraban temblando;
Y vino el paraíso de anhelos suspirando;

Y vino aquel deseo de la mujer primera,
Y tembló sorprendida la casta enredadera;
Y en el febril incendio de nuestra edad temprana,

Tú deshecha en querellas, yo en el amor ardiente,
Probamos los dulzores de la roja manzana,
Y vimos como alegre silbaba la serpiente.