A los que gobiernan el mundo, cuya cabeza visible son los políticos, no les importa aquello que los más sabios les puedan decir o aconsejar porque su codicia es superior a su temor.
Científicos de todos los países y el mismo Pentágono han insistido en el cambio climático. Una situación esta que habla de desastres naturales, de calamidades, de enfermedades…, amén de otras consecuencias imprevisibles.
Asimismo se habla del clima en la calle porque sencillamente es una realidad. La misma que viven los ciudadanos de a pie, ya que estos no pueden hacer nada si no es perder la vida o sufrir estoicamente las consecuencias allí donde los efectos de dicho cambio causan mayor descalabro.
A la madre tierra cada vez se la exige más, y queda menos tiempo para rectificar esa conducta.
Se han celebrado reuniones a nivel internacional para atajar el problema del cambio climático pero todas, incluida la más reciente, dejan la sensación de que no es más que un “parcheo” ineficaz y de que no existe una verdadera voluntad. ¿Qué necesitan los poderosos para tomarse la cuestión totalmente en serio? No pueden jugar a ser dioses y creer que cuando les venga en gana podrán detener lo inevitable.
Miremos donde miremos se ven las señales de que el planeta se está defendiendo como si tuviese un cerebro propio capaz de llegar a un equilibrio independientemente de que miles de millones de seres humanos pisen su superficie. Seres racionales que constantemente violan lo que les dicta su razón, ya que o se pone freno o luego no será posible.
Está a punto de concluir un año más, y en estas fechas se reciben y se hacen regalos. Pero sobre todo se piensa en los niños, en esos inocentes que aún creen que los juguetes vienen de Oriente o que un osito de peluche puede hablar.
Hay quien sostiene que los adultos llevamos siempre a un niño en los adentros, y que aquel que lo ha perdido únicamente tiene que buscarlo. Pues bien, ese lado infantil que yo sí me reconozco desea para el año 2015 que a los que se las dan de maduros e inteligentes les crezcan las orejas y los ojos hasta un tamaño con el que puedan escuchar a los que de verdad son sabios y ver lo que es un hecho evidente. De ese modo, las nuevas generaciones o las más jóvenes tendrán la oportunidad de vivir en un mundo mejor.
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