La práctica de este ritual bárbaro e indecente es ancestral  y se remonta a los inicios de la naturaleza masculina. Ni se trata de tabús religiosos – el Corán no lo menciona ni una sola vez – ni tampoco de geografías, culturas, o niveles sociales. Solo se trata de una voluntad  masculina para evitar que la mujer disfrute con el sexo y así impedir infidelidades o comparaciones. Se trata de una castración a las féminas para que no sepan que ellos son los castrados por su incapacidad de dar suficiente placer. Puro egoísmo e ignorancia sensual.

No se pueden decir que solo es propio de algunos países, señalando en concreto a Malí, porque los países del entorno como Costa de Marfil o Burkina Fasso, acuden al primero para llevar a sus hijas. Este brutal ataque contra la dignidad femenina está generalizado se realiza en muchas partes de África y de Europa. En estos últimos doce años el Comité Interafricano ha incidido en la creación de leyes nacionales para fomentar su prohibición, lográndolo en una veintena de países de los 28 donde se ejercía.

Tampoco vale la excusa de que es más habitual entre las zonas pobres y rurales; la mayor parte  de estas prácticas se realiza en ciudades y en muchos países es la clase media la que más la practica.

Han sido musulmanes quienes han recogido el testigo de esta mutilación ritual, basada en una ceremonia que marcaba el paso a la pubertad y difundida en casi toda África Subsahariana, en el que una “curandera”, muchas veces la propia abuela de la criatura, armada de una hoja de afeitar o un utensilio de corte fino, corta parte de los labios menores o del clítoris de las niñas. Aunque hay distintas versiones y niveles del salvaje infanticidio.

Pese a al silencio del Corán al respecto, los musulmanes practicantes se apoyan en  la Sura 2:228 que habla de las mujeres repudiadas y que dice textualmente al final:.. Ellas tienen derechos equivalentes a sus obligaciones, conforme al uso, pero los hombres están un grado por encima de ellas. Alá es poderoso, sabio”. Interpretándolo de una forma falaz e interesada, suponen que el hombre tiene más derecho a disfrutar del sexo y por ello pretenden poner los medios para que ellas no lo hagan, entre otras cosas, para proteger su descendencia. Como ven, nada cultural o religioso, todo es una cuestión de tamaños… de mente.

Acabar con la mutilación sexual debe ser el objetivo de todas las sociedades, crean o no crean, recen hacia Roma o hacia La Meca; se debe abolir por ancestral, malvada, intolerante y salvaje. Ni es lícita ni nada tiene que ver con el cielo. La mujer, si quiere, debe disfrutar del regalo que le ha hecho la naturaleza.