Sin embargo, sin negar validez a las posibilidades que pueda tener un instrumento de este tipo, debemos cuestionar la utilización ideológica indiscriminada que se viene haciendo en torno a los microcréditos para desvirtuar algunos de los grandes dilemas que mantienen abiertas las políticas de cooperación internacional, avalando con ello la expansión de un proceso de globalización sin normas y facilitando así la extensión de algunos de los pilares básicos del neoliberalismo.
El endeudamiento masivo de la población más vulnerable no puede presentarse como la solución a los problemas de la pobreza y el subdesarrollo en el mundo, y mucho menos como una muestra extrema de libertad y progreso, como con frecuencia se escucha. Más bien, parece que asistimos a un proceso de extensión de la economía bancaria y financiera entre los sectores más pobres, curiosamente los que han estado excluidos de la misma hasta la fecha, lo que se ha dado en llamar “capitalismo descalzo”. Difundir la idea de que los pobres pueden gastar indefinidamente más de lo que realmente tienen genera una falsa comprensión de las verdaderas causas de los desequilibrios sociales y económicos en el mundo y la manera de abordarlos, pero también de la arquitectura global por la que se avanza.
Precisamente, el discurso emergente de los microcréditos se cimenta en la idea de que es el mercado, en este caso el mercado bancario, el que se tiene que encargar de la pobreza, siendo el mejor instrumento para reasignar óptimas condiciones de vida para los pobres del planeta, transformando así las políticas mundiales de cooperación en una simple inserción de los países en desarrollo en un liberalismo económico asimétrico que ha generado tan colosales desigualdades en el reparto de los ingresos y en el acceso a los bienes públicos esenciales. Bueno será, por tanto, que revisemos los fundamentos teóricos sobre los que se extienden los microcréditos, intentando conocer algunos de los riesgos de éstos como instrumentos de desarrollo para los pobres.
El argumento de que contra la pobreza no hay nada mejor que créditos trata de romper el compromiso político y moral de la AOD, pretendiendo encubrir las verdaderas causas que están en la base de la pobreza y el subdesarrollo en el mundo y convirtiendo a los pobres en responsables últimos de su situación. Al mismo tiempo, sirve para anular las políticas de cooperación internacional, transformándolas en políticas de bancarización y convirtiendo la pobreza inmensa en deuda eterna, ya que a mayor número de pobres, mayor número de créditos concedidos, con lo que aseguramos una clientela prácticamente ilimitada que permita engrasar un sistema capitalista que habrá entrado así hasta en los países más empobrecidos.
La transformación de pobreza en deuda, como pretenden los defensores de los microcréditos, se apoya en un darwinismo social bajo el cual aquellos que estén en situación más precaria y vulnerable lo están porque no han querido o podido endeudarse. Es el avance de una cultura basada en el dinero donde todo tiene un precio, pudiéndose comprar y vender, generando una “monetarización de la pobreza” que rompe las redes de solidaridad tradicionales. Es la esencia del neoliberalismo, que sostiene una situación imaginaria bajo la cual toda aquella persona que quiera puede saliradelante y prosperar en una economía de mercado hecha para emprendedores y valientes. Claro que esta máxima no sirve en una sociedad profundamente desigual como la nuestra, porque las condiciones de partida no son las mismas para todos, ni tampoco lo son los medios que tenemos a nuestro alcance; y en mucha menor medida,para dos terceras partes de la población que viven en una situación de pobreza extrema, sin tener cubiertas las necesidades básicas más elementales.
El endeudamiento hace mucho más vulnerables a quienes menos tienen, acentuando su precaria situación y su necesidad acuciante de comida, educación, salud básica o atención social, ya que, al asumir un crédito, se encuentran ante una mayor inestabilidad vital. Sin tener satisfechas unas necesidades elementales, un crédito significa exponerse aún más a las inclemencias sociales y dedicar su vida a satisfacer las deudas asumidas para tener al menos una rendija abierta de cara a un futuro incierto, por si necesitan pedir más dinero; algo que debería tenerse en cuenta siempre en una intervención con microcréditos hacia los pobres.
Ningún país, ninguna agencia de cooperación y ninguna IMF ha podido demostrar hasta la fecha de forma empírica el impacto positivo de los microcréditos en la reducción de la pobreza sobre amplias capas de su población más pobre. Hasta el punto que los datos y las cifras que manejan parten de la apreciación, sumamente estrambótica, de que todo aquel que solicite un microcrédito abandona automáticamente su situación de pobreza por el solo hecho de pasar a ser deudor.
Mucho más delicado aún es su impacto sobre la mujer.
Pretender que las mujeres sean clientes privilegiadas de los microcréditos es aumentar la responsabilidad que ya tienen sobre sus espaldas e intensificar las situaciones de abuso que se mantienen en muchas sociedades sobre todas ellas, en tanto que son las que con su trabajo y preocupación vienen luchando por mantener a sus familiares y parejas. Para muchas mujeres, asumir microcréditos supone por tanto una sobrecarga añadida en sus ocupaciones domésticas, ya de por sí enormes,
elevando las tensiones en el cuidado y la educación de sus hijos, algo que siempre recae únicamente sobre sus espaldas, convirtiéndolas en endeudadas simplemente para alimentar, cuidar, alojar, educar y vestir a ellas mismas, a su descendencia, a sus parejas, maridos e incluso a la familia suya o de su compañero. No es por ello casual que buena parte de los microcréditos otorgados a las mujeres de escasos recursos supongan una extensión más de sus actividades domésticas y familiares, lo que se refleja en la naturaleza de los proyectos puestos en marcha por ellas, esencialmente vinculados a la cocina, la costura y las labores del hogar. Suponen así un elemento de transmisión de elementos de dominación de género.
A la luz de todo ello, todo indica que el movimiento que se está desplegando alrededor de los microcréditos supone un paso más en la expansión del capitalismo global. En este caso, el proceso tiene la virtualidad de dirigirse hacia los sectores más pobres y vulnerables, habitualmente alejados de la globalización neoliberal al no ser potencialmente atractivos para las corporaciones empresariales y financieras, introduciéndoles en la bancarización a través de un producto diseñado específicamente para ellos.
Con frecuencia, los microcréditos se nos presentan como instrumentos repletos de virtudes y de éxitos, a pesar de que todo ello está aún por demostrar. Su pretendida capacidad instrumental para eliminar la pobreza parece más encaminada a vaciar las responsabilidades políticas e institucionales que existen en su mantenimiento que en ofrecer transformaciones sustanciales que mejoren el acceso a bienes públicos globales por parte de los más desfavorecidos y aumenten el compromiso activo de los gobiernos y países más ricos con su eliminación. Cierto es que el mayor éxito de los microcréditos se ha situado, hasta la fecha, en la articulación de propuestas alternativas que permitan proporcionar mecanismos financieros nuevos a disposición de los sectores más desfavorecidos y en los países del Sur. Sin embargo, es necesario todavía un trabajo mucho mayor en la puesta en marcha de fórmulas solidarias, avanzadas y capaces realmente de apoyar a sectores alejados del acceso a la financiación, sin la gravosa carga de la deuda que estos grupos sociales no pueden asumir como una nueva y pesada losa en su ya esforzada vida.
Por el contrario, buena parte de los microcréditos se han diseñado como instrumentos de un mercado neoliberal y global avanzado, como instrumentos pensados por y para los ricos, capaces de generar espacios clientelares, de dependencia y control sobre grupos vulnerables; como fórmulas nuevas de financiación para ONG y grupos de poder que vacían toda la carga de injusticia e iniquidad que rodea la existencia de la gigantesca pobreza que se mantiene en buena parte de la humanidad hoy día; convirtiendo a estos sectores marginales en culpables de su situación por no haberse entregado en manos de un capitalismo global que sustituye a las personas por endeudados, generando una espiral de darwinismo social que lleva a suponer que todo aquel que mantiene su situación de pobreza es porque quiere, al no haber solicitado un crédito.
Posiblemente tengan que explorarse nuevas fórmulas de economía social, formas comunales de producción, sistemas avanzados de cooperativas y sociedades productivas, medidas para fomentar empleo público desde las administraciones descentralizadas y desde aldeas y núcleos rurales. En definitiva, fórmulas nuevas para generar riqueza y desarrollo que no pasen necesariamente por el endeudamiento y el empobrecimiento generalizado como único designio hacia el que todos avanzamos irremediablemente.
Carlos Gómez Gil, Universidad de Alicante
No Comment