referendum grecia

En la antigua Grecia los dramas teatrales tenían tal intensidad escénica que el público tomaba partido por los actores que los representaban. Incluso insultaban y vociferaban a los más antipáticos o a los más canallas. Por aquel entonces, muchos de los pueblos que hoy forman las naciones europeas eran simplemente tribus dispersas sin identidad social que seguían a sus líderes y jefes tribales sin cuestionarse nada más. Costumbres que fueron desapareciendo lentamente, para abrazar sistemas más participativos basados en la democracia que había tenido su génesis precisamente en Atenas.

El referéndum de mañana puede equipararse a una de esas tragedias de Sófocles, Esquilo o Eurípides a la que los europeos podremos asistir como espectadores y en la que podemos elegir, desde la distancia de nuestra butaca pétrea, simpatías o antipatías; pero que sin embargo, tiene tal intensidad dramática que sus coros, sus plañideras, su argumento y su desenlace pueden repetirse en otros lugares de la Unión Europea.

El sur, como diría el llorado Benedetti, también existe, y los países del norte deben aceptar que los remedios no pueden ser generales sino regionales. La solución para la sufrida Grecia no puede ser el estrangulamiento de su pueblo. Los griegos no tienen ni los recursos ni la estabilidad económica para exigirle que se apriete más y más el cinturón, porque ya no tiene más agujeros. Reconozco y comprendo que los ciudadanos de los países de la Unión con economías boyantes y sueldos que cuadriplican al de los griegos y cuya influencia sobre las decisiones de Bruselas es infinitamente superior a la de Grecia, no se avengan al mantenimiento de las debilidades de los países menos competitivos. No obstante, el equilibrio y la justicia deben imponerse a los intereses acomodaticios de los más favorecidos, porque el concepto de la Europa unida y solidaria se desmorona.

El enemigo no son los “excesos” del gobierno griego, el verdadero enemigo es la forma de hacer política comunitaria. Antes se protege a los intereses financieros y los del capital que las necesidades básicas de los europeos. Las ayudas a la manirrota y falaz banca han llegado a extremos insoportables, recordemos que nuestro Banco Central Europeo prestaba dinero a la bancos a un interés inferior al 1% – dinero de todos los europeos- para que estos adquirieran deuda pública italiana, española o griega al 5, 6 y 7%, con lo que tenemos que devolver a los canallas los intereses de nuestras propias aportaciones. Se pretende que el gobierno de Tsipras rebaje las pensiones cuando un parlamentario europeo cobra mensualmente, solo para gastos de viaje entre Bruselas y Luxemburgo, media docena veces lo que un pensionista griego. Sueldo aparte, claro.

Como en las tragedias griegas, la consulta del domingo asusta más a los espectadores que a los propios actores. Es el miedo que tienen muchos a escuchar las voces de las gentes, los que prefieren la democracia caciquil a la representativa, y eso es grave porque democracia solo puede ser una: la opinión del pueblo.

Los mensajes del miedo y las amenazas solo los hacen los cobardes y se perderán con  el paso del tiempo. Mientras tanto, los griegos a ejercer su derecho a decidir y los países del sur a tomar buena nota antes de que ocurra, como dijo Martin Niemöller, que: Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie más que pudiera protestar.