Y no solo en la banca, sino también en la distribución comercial, en el cuidado de los mayores, en la educación y en muchas otras actividades de servicio a las personas. Cabe preguntarse entonces si además de civilizar el capitalismo digital necesitamos activar algún tipo de nueva política de largo alcance.
… Hablamos de tres de cada cuatro empleos
De entrada debemos felicitarnos por la muy buena noticia de que, del total de horas trabajadas en España, sólo 24 horas de cada 100 fueron necesarias para generar la riqueza (alimentación, manufactura, energía, construcción) que cubre nuestras necesidades materiales (son las actividades no terciarias).
Pues nada menos que las otras 76 (de cada 100 horas) se pueden destinar (y pagar a los trabajadores, tanto públicos como privados) en servicios de todo tipo: sanitarios, educativos, sociales, de jubilación… pero también comerciales, financieros, publicidad, restauración, ocio, cultura, etc.
Una expansión del empleo en los servicios que también tiene que ver con la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral. Así se entiende que mientras el grupo de las clasificadas como “inactivas” —según la Encuesta de Población Activa— entre 1976-2019 se mantuvo estable en unos nueve millones y medio de personas, las ocupadas en actividades terciarias pasaron de 3,6 a 9 millones. Un aumento de volumen tres veces mayor que el observado por el colectivo masculino.
Aunque no es menos cierto que más del 50% de este trabajo femenino fuera del hogar lo es en ocupaciones salariales no canónicas (autónomas, temporales, a tiempo parcial), no a tiempo completo indefinido.
En el año 1950 la situación total (hombres y mujeres) era justo la contraria. En ese momento se necesitaban 74 horas (de cada 100) para la producción material y solo 26 se destinaban a los servicios. Con lo que al final se habría cumplido para España lo que había vaticinado en general Keynes en 1931: “podremos realizar todas las operaciones de agricultura, minería e industria, con una cuarta parte del esfuerzo humano al que estamos acostumbrados”.
… Empleos que pueden dejar de ser humanos
Esta mutación se está revelando preocupante a principios de este siglo XXI cuando la digitalización y la automatización provocan la desalarización, la deslocalización y la depreciación galopante del empleo humano en los servicios, como ocurriera antes en la producción material. Bajo estas circunstancias —y de no corregirse— los servicios dejarían de ser las reservas ilimitadas de empleo humano que fueron en el pasado reciente.
Sostengo que ante tal deriva, fruto de la lógica de una pura y simple sociedad de mercado, una sociedad digna puede y debe abrirse camino. Con jornadas laborales reducidas para la producción de material que se necesite. Y con mesura, cautela y mejor criterio al digitalizar el resto de actividades.
En esta hoja de ruta, creo que debemos tener una estrategia de extrema cautela en la digitalización y el teletrabajo de los servicios, tanto para asegurar la calidad intrínseca de un servicio interpersonal, como en relación al objetivo de mantener el empleo y la resiliencia de la economía nacional.
Se trataría de suspender la mera lógica de mercado en este gigantesco sector, exigiendo a las empresas una conducta individual más acorde con los objetivos colectivos de aprovechamiento y calidad en la prestación en los mercados internos. Un primer paso en esta dirección se anota en España cuando en 2021 se legisla una cuota de tele asistencia personal y no robótica. Orientando una conducta en empresas de servicios diferente a la de aquellas que, obligadas por la competencia externa, no les sería fácil tener esa cautela en la fabricación.
La alternativa: menos inteligencia artificial y más inteligencia social
Debiera estar claro que si bien la tecnología y la robótica son sin duda nuestros aliados para algunas actividades de producción material (para avanzar hacia una semana laboral más corta y saludable), en muchas actividades de servicios personales el enfoque correcto pasa por poner límites a estas tecnologías, aplicando el principio de precaución. Lo que, por cierto, reforzaría la resiliencia y proximidad en su prestación, dada la tecnofilia del capitalismo de plataformas.
Hoy ya no podemos esquivar el responder a preguntas como estas: ¿debemos poner límites al cambio tecnológico, límites que derivan de una idea previa de lo que queremos que sea nuestra sociedad?, ¿sabemos qué formas de tecnología son compatibles con el tipo de sociedad queremos construir?.
Y, de paso, necesitamos determinar aquellas posibilidades que el sentido común sugiere evitar. Particularmente en IAS (Inteligencia Artificial Sobrehumana), en el manejo de la manipulación genética y su aplicación a muchos servicios personales. Limitaciones que, por cierto, la Comisión Europea ya baraja para la IA en los sectores de la salud, el transporte o los servicios públicos, con el fin de proteger derechos fundamentales.
Como toda esta metamorfosis necesariamente debe ser impulsada por el presupuesto público, se puede decir que la redistribución básicamente primaria hasta ahora (entre salarios y rentas no salariales) perdería peso en favor de la distribución secundaria (con impuestos y gasto público).
Algo que podría hacerse, por ejemplo, es favoreciendo un menor coste de las cotizaciones a la Seguridad Social en aquellas actividades más intensivas en empleo humano directo, como los servicios personales (sanidad, educación, asistencia social, etc).
De lo contrario, y más aún si no avanzamos en la reducción de la jornada laboral semanal, alimentaremos un desempleo tecnológico desenfrenado en los servicios. Además de corroer la calidad de unos servicios personalizados que todos deseamos recibir.
Albino Prada, Publicado originalmente en Infolibre.es
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