Estoy convencido que lo que les voy a contar lo han sufrido muchos de ustedes. Si además me leen en España, donde las tarifas son una de de las más altas de Europa y los incidentes con esas multinacionales muy numerosos, se sentirán identificados y  tal vez víctimas.

Mi pareja tenía el fijo contratado con una de esas multinacionales,  heredera, por nacionalidad, de aquellos marinos  a quienes llamaban “los mendigos del mar” y  a los que un tal Guillermo de Orange dio patente de corso para perseguir a los barcos de la flota española y a los que los españoles  llamaban piratas. Uno de ellos Piet Heyn consiguió robar  en 1628 un fabuloso tesoro durante la llamada Batalla de la Bahía de Matanzas  y llevarse a Holanda toneladas de oro y plata. Poco le duró a Piet su hazaña puesto que pocos meses, en junio de 1629, moría en un combate marítimo. Pero Holanda con esa riqueza organizó una potente flota de más de 60 barcos y 7.000 hombres que tomaría Pernambuco a sangre y fuego.

De casta le viene al galgo y los descendientes de los piratas de Guillermo, llamado el “Taciturno” y que murió asesinado por un compatriota suyo por un quítame allá esos doblones – les recomiendo que lean la cantidad de refinadas torturas que sufrió el asesino Balthasar Gérard –, siguen con las técnicas corsarias  aprendidas de sus ancestros.

Como les decía, mi pareja tenía contrato con esa multinacional. El pasado día 8 se quedó sin teléfono fijo. Les llamó y al cabo de tres o cuatro días apareció un técnico de Telefónica – al parecer la compañía naranja no los tiene propios o son insuficientes -, que comprobó que la avería era del router y que deberían ser ellos los que enviaran uno nuevo. Transcurrieron diez largos días sin respuesta y ante las insistentes llamadas una grabación de la compañía respondía: “estamos trabajando en su incidencia…”. El día quince  decidió a cambiar de operador. En cuanto los bucaneros de Orange recibieron la petición de portabilidad, empezaron a llamar, entonces sí, ofreciendo rebajas considerables, doblones de la flota de las indias, y jaculatorias protestantes, pero no la solución a la avería.

Escuché asombrado como mi pareja tenía que repetir una y otra vez su nombre completo, su D.N.I. y una serie de preguntas, ninguna relacionada con la piratería internacional. Ella cargada de paciencia repetía: Ana Elisa… y  la operadora respondía: pues mire… Adelita. No me llamo Adelita, me llamo Ana Elisa. Bueno, Ana Elisa, Adelita, tiene usted firmado una permanencia de un año y las reglas de la piratería imponen un rescate de 200€ si quiere cambiarse… Pero, por favor, son ustedes los que no arreglan mi teléfono; si son capaces de darme el servicio podría continuar. Eso es cosa de otro departamento, o  se aguanta o paga el rescate, para eso somos hijos del gran Guillermo.

Mi pareja no se rindió y como no recordaba haber sido informada ni haber dado su conformidad al impuesto de los “mendigos del mar”, pidió que le demostraran tal  aceptación. Pues claro, Adelita, su grabación es la número tal y si lo desea puede llamar a este número y solicitarla. Adelita, digo, Ana Elisa llamó dos o tres veces pidiendo que le enviaran tal grabación; como era de esperar, han pasado los días y la grabación no aparece. O la han perdido, o no existe, o la están preparando. Pero la amenaza siempre por delante.

Ahora Ana Elisa, o Adelita, según las operadoras de la multinacional, tiene el servicio de teléfono con otra compañía; sin embargo, sospechamos que los naranjas están preparando su venganza, no pueden aceptar que, Adelita, como dice el corrido mexicano se haya ido con otro. Lo más triste de todo es que, en el intento de no perderla, le ofrecieron una rebaja de diez euros mensuales en la tarifa que llevaba pagando hacía cuatro años. A buenas horas mangas… naranjas. Piensan que si no van a dar servicio cualquier precio es bueno, todo beneficio.