El caso de las tarjetas black de Caja Madrid y Bankia, es otro de los muchos atropellos de los políticos, con p pequeña en cuanto a su labor por la sociedad y con P mayúscula en cuanto a su labor de meretrices de la sociedad de consumo. Cada día van apareciendo más y más chanchullos y desde fechas más lejanas. Sindicalistas, empresarios y políticos aparecen metidos hasta el cuello en la basura de la corrupción. Y no incluyo a los banqueros y financieros porque precisamente este es su medio natural y por tanto solo se puede esperar de ellos que se revuelquen en sus propios fangos.

Pero, en su ingenuidad, uno creía que los representantes de los trabajadores se sentaban en los consejos de administración para defender los intereses de los impositores, procurando justicia social en los intereses de las hipotecas y luchando desde sus sillones para los intereses generales. Y ahora resulta que eran unos tipos que se colocaban para decir amén y a quienes callaban con prebendas y dinero de plástico… y del contante y sonante en forma de dietas.

Y ahora no me digan que esto solo ocurrió en Caja Madrid y en Bankia y que solo una minoría de los consejeros se dejó engatusar por los cantos de sirena de los consejos de administración. Ninguno, escuchen bien, ninguno de los elegidos por partidos políticos o sindicatos se levantó indignado y les llamó de todo por sus manipulaciones. Nadie preguntó por la bondad de los productos financieros, nadie se quejó por la política de los préstamos hipotecarios; es más, algunos se acogieron a las condiciones de beneficio que les proporcionaban para su propia hipoteca, incluso alguno de ellos ha seguido utilizando su tarjeta meses después de su cese.

No acepto que ahora me digan que los consejeros de los partidos o de los sindicatos de izquierda no estaban, en su mayoría, preparados para entender los chanchullos del capital ni para evitar sus tentaciones. ¿Por qué no se eligieron a los más cualificados?, ¿o a los más honestos? Les voy a responder. El puesto de consejero era otra de las “colocaciones” que suministraban los partidos, sindicatos y organizaciones empresariales, y se adjudicaban más por favores políticos que por valía del candidato.

El caso de las tarjetas fantasmas es uno más en el entramado general de la corrupción política. Por eso no nos debe extrañar que Jordi Pujol, confeso defraudador de hacienda y presunto delincuente, amenazara en su comparecencia con cortar muchas ramas si intentaban cortarle la suya, advirtiéndoles a los representantes políticos que iban a caer muchos nidos. Presumo y sospecho que incluso amenazaba a su propia formación política Conveniencia Democrática de Catalunya, perdón quise decir Convergencia. El caso es que nadie dio una respuesta contundente a sus bravuconadas. La réplica a tan teatral postura ha sido la creación de una comisión investigadora en el Parlament de Catalunya que sospecho tardará mucho en ponerse en marcha. Así podrán permanecer todos quietos en sus respectivas ramas.

Creo sinceramente que lo primero que habría que exigir es la devolución inmediata de los “beneficios” de esos abusos y lo segundo, que hacienda entrara a saco en sus declaraciones desde que se cometió delito fiscal, sean cinco, diez o veinte años; sin excusas de ancestros generosos ni esgrimir títulos de padres putativos de la patria. Para los grandes defraudadores no puede haber ni amnistías, ni prescripciones, ni paternalismos. Son traidores y por tanto hay que juzgarles bajo esta acusación. Traidores a sus ideas, si alguna vez las tuvieron, traidores a sus conciudadanos y traidores a su País. Pero tampoco deben escaparse de responsabilidad los partidos que les propusieron, si el 70% de los consejeros de Caja Madrid eran de un mismo partido político, eso tiene un gravamen político frente a sus votantes, pero no exime a los otros partidos ni a los consejeros de otras entidades, ni a los políticos que se acomodaron a las maniobras del capital y a las prevaricaciones para su propio beneficio y para la financiación de su partido, su sindicato o su asociación empresarial. Todos pecaron por acción u omisión.

Si hay que mover las ramas, que se muevan, aunque caigan nidos de buitre. Tal vez lo que tengamos que sacrificar sea el propio árbol y plantar uno nuevo a salvo de golfos.