El teletrabajo es esa especie de bendición que casi todos desean alguna vez en su vida han deseado: trabajar desde casa, que es como se ha llamado siempre. Salvo en ciertas profesiones liberales, lo de trabajar en casa era considerado una especie de bendición, pero no dejaba de ser una bendición disfrazada. Muchos autónomos y freelance trabajan desde casa. Hace décadas no éramos tantos, y  he de decir que se nos miraba un poco con cara rara.

Según las estadísticas en 2019 tele-trabajaron ocasional o habitualmente un 8,3% de las personas ocupadas, mientras que en 2006 ese dato era de 5,2%. Durante la pandemia tele-trabajó cerca del 23%. (INE)

Al margen de los datos económicos y brutales en pérdidas de ingresos, hablemos de las personas que tele-trabajan habitualmente o han empezado ahora.

El teletrabajo nos ha afectado

Durante marzo y abril debido a la crisis por COVID, una de las peticiones más solicitadas de empresas, instituciones y profesionales independientes era precisamente cómo llevar a cabo su trabajo de forma lo más eficiente posible, lidiando al mismo tiempo con los cambios que se habían producido y con una situación mental y emocional desbordada. En definitiva, algo esencial: trabajar sin dejarse la salud por el camino.

En algunos países con situaciones muy diferentes a la que se vivía en España, como Nicaragua, el trabajo que se hizo durante semanas de apoyo a sus maestros, estaba destinado a poder reconocer, tratar y afrontar mediante técnicas de inteligencia emocional y bio-psico-fisiología con el miedo, la inquietud, la incertidumbre. Se compartieron herramientas para poder manejar el inmenso estrés y las variables, muy complejas, respecto a la seguridad de los niños y niñas en unos entornos sensibles e inestables. Huelga decir que la disponibilidad tecnológica y material no es la misma que en otros países, y las decisiones a tomar tras el estudio y valoración de los problemas, y se tornaron soluciones creativas que se han mostrado verdaderamente útiles y revitalizantes de la educación esencial. Me quedo con una frase repetida una y otra vez por los representantes de UNICEF y UNESCO de la región, en algunas de las sesiones que compartimos: “la educación salva vidas”.

En instituciones y empresas, ha sido el momento de mostrar cuan fuerte y consecuente era el valor de la unidad en las organizaciones. Muchos trabajadores por cuenta ajena se han quejado de que “esto” no era ni mucho menos lo que esperaban. Quienes ya estaban acostumbrados a trabajar desde casa, tuvieron que hacer cambios si tenían familia o convivientes con los que compartir los espacios dado que las instituciones docentes estaban cerradas. Y aquí viene uno de los temas cruciales: los espacios, los tiempos. conciliar “con calzador”.

Trabajar en casa no es necesariamente el paraíso.

En las sesiones de asesoría durante esta pandemia nos adelantamos a los problemas que surgirían: estrés, insomnio, falta de organización, preocupación por la disminución de la productividad, más horas de trabajo, sensación de tener que estar continuamente conectados y disponibles (sí, también los hay pícaros que se conectan pero no están).

Nos hemos visto obligados a crear espacios de quita y pon, a dejar de vivir esas relaciones de socialización del trabajo, hemos echado de menos ir a trabajar, el ir y volver, que nos dé el aire. Para muchas personas, el trabajo es una fuente de vida social. Aquellos que trabajan en espacios de coworking, han dejado de tener disponibles sus lugares habituales. Quienes viven en una casa con cama y cocina y baño, porque “total solo vengo a dormir” o “la ciudad es carísima”, han pagado un alto precio en su salud por el simple hecho de la falta de luz y de espacio. ¿Dónde queda la legislación del tamaño mínimo de los “minipisos”?

De forma repentina, las ojeras han hecho aparición en nuestros rostros y hemos escuchado, quizá por primera vez en nuestra vida, que existe en el mundo laboral los que llamamos normalmente “estar quemado”.

Los casos de burnout o estar quemado son muchos más de los que nos imaginamos debido a esa idealización hacia el/la que trabaja en casa, y existen desde hace mucho, pero se enmascaran.

Soledad, depresión, ansiedad, mal humor constante, insatisfacción, falta de motivación, problemas digestivos, insomnio, excesiva susceptibilidad, defensas bajas, bruxismo, acúfenos, dolores de todo tipo…: son muchas y variadas las caras del “estar quemado” o síndrome de burnout.

Escuchemos al cuerpo: nos grita de vez en cuando.

Ya tenemos bastante con un nuevo coronavirus. Por ello, me permito sugerir que escuchemos al cuerpo. Y en estos momentos hemos de prestar, y prestarnos, mucha atención. Yo diría que incluso hemos de cuidar unos de los otros. Conecta, pregunta, da por hecho que el otro está mal, no esperes que pida ayuda, ofrécete. Y tú: cuídate, no te dejes, busca ayuda. No estás solo. No estás sola.