Al final de la Edad Media tras el descubrimiento de un nuevo mundo, Castilla volcaría todos sus esfuerzos por poner en el mapa aquellas nuevas tierras ignotas, pero una parte desconocida de nuestra historia es precisamente la que hicieron los marineros vascos, siguiendo al bacalao y a las ballenas francas navegaron por el Atlántico hasta un lugar tan inhóspito como el norte de América, alcanzando el círculo polar ártico.
Esta odisea se produjo a la par del poblamiento y colonización de América, aunque no dio lugar a ninguna conquista ni a ningún establecimiento (salvo diversas factorías), por parte de Castilla, aunque si a un control de la zona.
Desde el siglo VII la caza de la Ballena Eubalaena glacialis o Ballena de los vascos, se comienza a organizar a lo largo de la cornisa cantábrica, siendo vascos y cántabros los primeros creadores de la industria ballenera de la que se obtenía el preciado aceite de ballena llamado “saín”, utilizado para el alumbrado pues al arder no provoca ni humo ni olores, también se usaba para la fabricación de jabón e incluso medicinas, las barbas (láminas elásticas de queratina que las ballenas tienen en la boca en el maxilar superior llamadas originariamente “baleen”, de donde procede su nombre en castellano y que utilizan para alimentarse), era uno de los pocos materiales flexibles de la época utilizadas para la fabricación de sombrillas, corsés o venencias, con los huesos se fabricaban muebles o servían como material de construcción, mientras que la carne poco apreciada en Castilla, se vendía principalmente en Francia.
Los primeros registros de caza de ballenas francas corresponden al Golfo de Vizcaya durante el siglo XI, pero antes de continuar hay que aclarar que en la actualidad, el vocablo “vascos” se emplea para nombrar a los vascos de un lado y otro de los Pirineos. En la Edad Media el uso de este término estuvo limitado a los vasco-franceses, mientras que las expresiones “cántabros” y, en especial, “vizcaínos” fueron las empleadas mayoritariamente para designar a los naturales del Señorío de Vizcaya y de la Provincia de Guipúzcoa, (como se ve en el mapa de Islandia publicado por Pieter van der Aa en Leyden en 1706. Y el mismo alcance debe darse a la afirmación contenida en el poema «Fjölmóður» de Jón Guðmundsson referida a que los navegantes españoles que llegaban a Islandia procedían de Vizcaya).
La ballena franca aparecía en la costa cantábrica en invierno buscando aguas más templadas para la época del parto y el periodo inmediatamente posterior, en verano remontaban el Atlántico hacia aguas frías ricas en zooplancton para alimentarse. Cuando eran avistadas desde la costa, en donde se disponía de atalayas de observación como la “Peña del Ballenero”, del monte Ulía en San Sebastián, el vigía daba aviso y una carrera de “Txalupas” (Chalupas), se hacían a la mar en persecución de la ballena intentando ser los primeros dar caza al animal pues aparte de asegurar la captura otorgaba ciertos derechos al arponeador, esta práctica ha llegado hasta nuestros días transformada en una competición deportiva, “Las Traineras”.
Hemos dicho que la caza de ballenas en el Golfo de Vizcaya viene dándose desde el siglo VII, aunque no hay pruebas documentales, los documentos más antiguos sobre esta práctica son de finales del siglo XII, si bien existe alguna referencia de venta de productos derivados de la ballena en el mercado de Bayona (Francia) de 1059, la actividad ballenera antes de esta época está vinculada al mundo escandinavo y su área de influencia, pero no fueron los únicos ya que una investigación reciente aporta datos de la caza de ballenas en el litoral portugués desde el siglo XIII.
Pero serán los pescadores vascos los primeros en hacer de la caza de la ballena una actividad organizada a gran escala que no se limitaba a su propio litoral, constituyendo una industria organizada (tanto del bacalao como de la ballena). Alcanzaron una importancia de la que generalmente no se es consciente, comercializando los productos resultantes en la península y en el resto de Europa e incluso en alguna ocasión en las Indias.
Esta industria no sólo se extendía a todo el área de influencia alrededor de los puertos, que incluía a más profesiones: carpinteros y calafates, fabricantes de cuerdas, de velas y de toneles, etc.; si no a todo lo relacionado con la intendencia y los alimentos para los marineros, aprovechando la materia prima de manera sostenible como la madera de los bosques, además el transporte del saín hacia el interior de la meseta requería que hubiera lonjas para almacenarlo, arrieros para transportarlo, posaderos para el hospedaje y tinajeros, pues la barrica cumplía su función en la mar y en el transporte fluvial por el río Deva en “Gallupas”, (embarcaciones de fondo plano con una proa chata y puntiaguda, con popa ancha y plana y unos 10 o 12 metros de eslora utilizadas para pasar personas, mercancías e incluso ganado, hoy llamadas txanela, chalana o ala), desde Deva hacia Vitoria, pero a partir de aquí el transporte partía hacía Burgos y Madrid por caminos con reatas de mulas para lo que había que trasvasar el saín a tinajas que eran la solución óptima para la conservación y traslado de las grasas.
Su destreza fue tal que los convirtió en los reyes del arponeo de manera que al comenzar a escasear las capturas en su zona, los pescadores de Labort (sur de Francia), Guipúzcoa y Vizcaya con el apoyo de la Corona Castellana, fueron desplazándose a lo largo de la costa cantábrica tras los cetáceos, creando factorías en Cantabria, Asturias y Galicia.
En 1497, el veneciano Giovanni Caboto (en inglés John Cabot), al servicio de la corona inglesa buscó un paso por el noreste que llevara hacia Asia por el Atlántico Norte, descubriendo la costa canadiense, en cuyas aguas había tanto bacalao que según él hasta « se podía coger con cestas ». Este descubrimiento revolucionó la actividad pesquera vasca a partir del siglo XVI.
Atraídos por las grandes capturas de portugueses, normandos y bretones, se desplazaron a las costas de Terranova estableciendo factorías permanentes desde 1525 para la explotación del bacalao, a la que añadirían la caza de ballenas de Groenlandia (Balaena mysticetus) y de focas según se ha podido saber gracias a recientes investigaciones genéticas de los restos conservados en museos.
Para ello contaban con la experiencia que les daba la pesca de altura en el Cantábrico Occidental, Irlanda e Inglaterra, que conllevaba la implantación de campamentos terrestres cercanos a los caladeros donde manipulaban y conservaban el pescado y la grasa de ballena en ultramar, gracias a este proceso del aceite de ballena y su comercio a lo largo del siglo XVI llegaron casi a monopolizar esta industria.
Las pesquerías vascas de la ballena y el bacalao en Terranova, Labrador y golfo de San Lorenzo tuvieron por principales protagonistas a los navieros, armadores, comerciantes y marineros guipuzcoanos, vizcaínos y labortanos, siendo los miembros de la tripulación “cooperativistas”, ya que participaban en el reparto del capital y de las ganancias de los viajes, esto les hacía ser sumamente profesionales, eficaces y productivos en la pesca lo que despertaba la envidia de los franceses que trabajaban por un mísero sueldo.
Ciudades como Bilbao, Vitoria y Burdeos jugaron sobre todo un papel financiero sin olvidar a los aseguradores de Burgos, principal centro asegurador del norte de Castilla. Se hacían dos seguros uno sobre el casco (la obra muerta, la artillería y la munición) y otro sobre el armazón (bastimentos y pertrechos embarcados a la ida como la carga en el retorno).
La corona castellana aplicó un régimen jurídico distinto de la política mercantil diseñada para las Indias, desarrollándose con el principio de libertad de comercio solo limitado en los periodos de guerra. Por otro lado parece que los vascos como miembros de la corona de Castilla fueron los guardianes de sus intereses en Terranova, ante la posibilidad de que los ingleses hubieran encontrado un paso hacia las Molucas por el norte, tal y como muestra un texto que de forma clara indica que los marinos vascos construyeran un fuerte para cortar el hipotético paso.
El texto, fechado en 1582, dice lo siguiente:
«… despachando tres o quatro zabras vizcaynas bien armadas dando a entender vienen a la pesqueria del vacallao como acostunbran y podrase reconosçer si en el estrecho ay lugar que lo ser tanto que se pueda hazer un fuerte o fuertes para defender la entrada al enemigo y si pueden yr naos grandes por el que lleven la espeçieria que esto seria a cortar los passos y abreviar la conquista de la China…» (Ménard 2006: 252).
Es posible que a pesar de que existen evidencias de regulación de las pesquerías, como las concesiones de pesca que se realizan en las Capitulaciones de Vázquez de Ayllón en 1523 (Ménard 2006: 218), la cédula real de 1557 permitiendo a los vecinos de Gipuzkoa, Bizkaia y las Cuatro Villas del Mar ir a Terranova (Laburu 2006: 161) etc, a cambio de este servicio a la corona, esta les diera un trato de favor en donde no hubiera cobro de impuestos ni una política de control sobre el comercio. Castilla también otorgó patente de corso a numerosos capitanes y armadores vizcaínos y guipuzcoanos con la intención de interceptar los navíos balleneros de otros países, rivales en el comercio ballenero y enemigos de la Monarquía española.
Desde finales del siglo XV al XVII, “los vizcaínos” serán los auténticos dueños del Mar del Norte protagonizando una aventura que no dejaba de ser muy peligrosa, comenzaba con la preparación del viaje. La nao, hay aclarar que los términos nao y galeón eran utilizados indistintamente en esta época por los vascos, los constructores navales fueron evolucionando la carraca, hasta conseguir un barco recio y seguro según nos explica M. Laburu:
«suprimieron el castillete de proa, modificaron el casco, simplificaron su superestructura, afinaron la arboladura y diversificaron sus velas, resultando así una embarcación para diverso uso, económica de hombres para su manejo, robusta y segura como ninguna otra en aquel tiempo frente a temporales y situaciones belicosas y con gran capacidad para poder pasarse meses en mar abierto.
Debían de llevar alimentos para unos nueve meses, ya que aparte de la travesía que constaba de unos 60 días, su actividad de pesca, caza y transformación de los productos en el Labrador duraba otros cinco y no había forma de conseguir provisiones, estas eran las mismas que cargaban el resto de naves castellanas para sus viajes de ultramar: trigo, tocino, habas, guisantes, aceite, mostaza, ajos, vinagre, sal (para la correcta conservación de las vituallas), bacalao, sardinas y bizcocho o galleta (tortas duras de harina de trigo, doblemente cocidas y sin levadura que duraban mucho tiempo), diferenciándose solamente en que hacían más hincapié en el pescado que en la carne, abundantes cantidades de sidra, la particularidad de la sidra (elaborada de la manzana) era que gracias al proceso natural de la fermentación de la fruta, mantenía las propiedades de las vitaminas alejando de este modo el fantasma de la enfermedad más temida por los marineros, el escorbuto, también llevaban vino, el famoso (txakoli, chacolí) y en ocasiones jerez, junto con los alimentos se adquiría el utillaje doméstico como platos escudillas, cucharas, morteros, caldera de cocina, lámparas, piedras de afilar etc, a esto había que sumar los instrumentos de pesca: chalupas, remos, arpones, sangraderas, cuchillos, barricas etc, así como material para los arreglos de la nave y la construcción de las cabañas donde derretían la grasa y las de habitación.
Partían en primavera y tras una travesía sorteando tormentas y corsarios llegaban a Terranova instalándose en el estuario del río San Lorenzo (Canadá), montando sus factorías para salar el bacalao y procesar la grasa de ballena transformándola en saín. El trabajo era duro y agotador pudiendo morir en el mar mientras cazaban las ballenas, conviviendo con una naturaleza adversa que tenía una temperatura media de -15º C, a lo que se sumaban las enfermedades y la falta de alimentos siendo esto la mayor causa de muertes,
Juan de Echeveste, nos narra que en el invierno de 1576-77 «…murieron entre quinientos y quarenta hombres de los más reforzados en el puerto de Bulttus, Sembrero y Chatteo…» (congelados al quedar sus barcos atrapados entre el hielo de la banquisa).
La relación de los marineros vascos con las sociedades indígenas del lugar en general fue positiva considerando a los indígenas del golfo de San Lorenzo amistosos e inteligentes, su relación con los indígenas Mi’kmaq, los Innu o los Inuit, tuvo un trato comercial para lo cual crearon un idioma franco en el que entenderse un “pidgin”, el “vasco-algonquino”, mezcla de parte micmac-montagnais y euskera, el historiador Lope Martinez de Isasti escribió en 1625: «…en region tan remota como Terranova han aprendido los salvages montañeses con la comunicación que tienen con los marineros bascongados, que van cada año por el pescado bacalao, que entre otras cosas preguntándoles en bascuence: nola zaude, como estás: responden graciosamente: Apaizac obeto, los clérigos mejor: sin saber ellos, qué cosa es clérigo, sino por haberlo oido. Hablan y tratan con los nuestros, y ayudan á beneficiar el pescado en la ribera á trueque de algun pan bizcocho y sidra que allá no tienen ellos». No obstante hubo algunos incidentes, como el de un muchacho que dejaron para que aprendiera el idioma y que fue sacrificado por los indígenas durante un duro invierno.
Burgos a fines del siglo XV era el principal centro del comercio castellano, por lo que la ciudad fue elegida sede del primer Consulado de la Corona de Castilla, los castellanos fueron una de las cinco “naciones” de mercaderes españoles establecidos en Brujas, junto con catalanes, vizcaínos, aragoneses y navarros, en 1428. El Conde de Flandes, Felipe el Bueno, accedió a la petición del embajador de Castilla, Sancho Ezquerra, y otorgó a Juan II el privilegio de nombrar los primeros cónsules de la nación castellana en Brujas. Sin embargo, los mercaderes castellanos y vizcaínos no querían cónsules nombrados por el Rey sino elegidos por ellos mismos, profesionales de su clase.
En 1441 los castellanos tomaron la decisión de adoptar el nombre de “nación de España”, y redactar unos estatutos, eligiendo por su cuenta a los cónsules. El 20 de noviembre de 1447, Juan II renunció a su derecho y privilegio de hacer el nombramiento de cónsules; el 29 de octubre de 1455, Enrique IV separó la nación de España en dos la de Castilla y la de Vizcaya,
La de Castilla, agrupó a los mercaderes de Burgos, Sevilla, Toledo, Segovia, Soria, Valladolid, Medina del Campo, Logroño y Nájera; la de Vizcaya, agrupó a Asturias, Galicia e incluso Navarra que no tuvieron Consulado propio y nación aparte hasta 1530. Bilbao durante el siglo XIII, concurría en las empresas de la Liga, Hermandad y Hansa (Liga Hanseática) con quienes comerciaba, sus tratos se extendían a los puertos de Francia, Inglaterra, y Flandes, permitiendo a los vascos a comercializar los productos procedentes de la caza de ballenas. Un convenio establecido en 1493 entre el Magisterio de Brujas y los cónsules de la nación de Vizcaya, estableció el derecho de los vascos a establecer su Casa de Contratación, donando dos casas a los mercaderes vascos que las derribaron edificando la Casa de Vizcaya o “Proetorium Cantabricum”.
Según la historiadora Selma Huxley, en las décadas de 1560 y 1570 llegaban de 20 a 40 naos a las estaciones balleneras de Red Bay y Chateau Bay, en la península de Labrador, donde una población de unas 2.000 personas pasaba ocho o nueve meses dedicados a cazar y procesar unas 400 ballenas cada temporada. Cada barrica tenía una capacidad regulada por ordenanza de cuatro quintales centenales, equivalente a 200 litros y su precio alcanzaba el equivalente a 5.000 euros de hoy. Selma Huxley, calcula en 20.000 el número de barricas que los balleneros traían a Europa, lo que equivalía a 4.000.000 anuales de litros de aceite, no es de extrañar la importancia de tal actividad siendo una fuente de ingresos sustanciosa.
Los arqueólogos de Parks Canada (organización gubernamental para la protección del patrimonio cultural) han descubierto al menos 15 asentamientos del siglo XVI en Red Bay Basque Whaling Station (Base ballenera vasca de Red Bay – Bahía Roja), situada en Labrador, en el noreste de Canadá, a orillas del Estrecho de Belle Isle,
Red Bay llamada por los marineros vascos Butus o Buytes, fue una de las bases donde los marineros vascos se instalaron en el siglo XVI, diseminados por esta zona, todavía pueden verse restos de los hornos que utilizaban para fundir la preciada grasa de las ballenas, partes de cabañas donde se elaboraban los barriles y tejas que tenían doble función pues servían de lastre en el viaje de ida, para cubrir después los tejados de los edificios que allí construían y que se dañaban por el duro invierno, también se han encontrado otros restos relacionados con la caza de la ballena como arpones y barbas de ballena, además de 140 tumbas en Saddle Island frente a Red Bay, constituyéndose en el emplazamiento arqueológico más importante en donde también se han encontrado varias naves hundidas una de las cuales el “San Juan”, perfectamente conservada en las frías aguas de la bahía, era una nao de mediano tamaño unos 250 a 300 toneles.
Una tormenta al final de la temporada de 1565, rompió sus amarras arrastrándola y haciéndola encallar, estaba cargada con unas 900 o 1.000 barricas de grasa de ballena, su tripulación sobrevivió pues así consta en los documentos de la época, rescataron todo lo que pudieron del naufragio incluida parte de la carga que trasladaron a otras naves regresando a casa.
A partir del siglo XVII debido a la disminución de las presas, la caza se extendió a Islandia y a las islas de Spitzbergen, al norte de Noruega, en Islandia se instalaron en la región de los Fiordos del Oeste, entablando relaciones con la población local, llegando a crear al igual que hicieron con los indios una lengua franca para entenderse y comerciar el Vasco-Islandés.
Aunque la mayoría de relaciones fueron pacificas pues entre ambos había un acuerdo para cazar ballenas, el siglo se caracterizó por continuos conflictos entre los islandeses y los vascos, se decía que algunos islandeses robaban a los vizcaínos y luego aducían problemas de comprensión cuando tocaba resolver el caso, por otro lado los balleneros invitaban a los granjeros a acudir al trinchado de las ballenas y llevarse tanta carne como pudieran acarrear a cambio de ovejas o ganado, pero muchas veces solo recibían negativas por lo que optaban por tomarlo ellos mismos.
En 1615 comenzaron a enturbiarse las buenas relaciones, una ley islandesa prohibía a los comerciantes extranjeros pasar el invierno en Islandia para así evitar posibles altercados al quedar la gente ociosa, por otro lado el rey danés Cristián IV, envió una carta al Parlamento en la que proclamó que los islandeses y los mercaderes daneses tenían derecho a defenderse de los vizcaínos y demás extranjeros, matarlos y tomar sus barcos y saquearlos, si se sentían amenazados.
Al final del verano, el 21 septiembre, tres naves que regresaban a Castilla al mando de los capitanes Pedro de Aguirre, Esteban de Tellería y Martín de Villafranca, naufragaron por un temporal en el fiordo de Reykjarfjörður en la provincia de Strandir, una banquisa de hielo a la deriva penetro en el fiordo destrozando las naves, sobrevivieron 82 u 83 balleneros. Tras salvar lo que pudieron de la carga y varias chalupas, los náufragos decidieron que debían buscar un lugar para pasar el invierno y regresar a casa el verano siguiente, se dividieron en dos grupos uno de 51 hombres con los capitanes Aguirre y Tellería, en Vatneyri (Patreksfjörður), robaron un Queche (velero de dos palos), y tras varios incidentes con los granjeros locales a los que robaron ganado para poder sobrevivir ante la negativa de estos a comerciar con ellos, acabaron regresando al año siguiente.
Los 32 hombres del capitán Villafranca también se dividieron en dos grupos dispersándose en varias chalupas, el alguacil Ari Magnússon de Ögur, Ísafjarðardjúp, dicto dos sentencias considerando a los vizcaínos culpables y decidió cumplir la ley eliminándolos a todos. Los náufragos se habían dividido en varios asentamientos diferentes, el alguacil atacó dos de estos emplazamientos acabando con la vida de 17 balleneros en uno y de 13 en otro. Fueron “mutilados, deshonrados y hundidos en el mar, como si fueran paganos de la peor especie y no pobres e inocentes cristianos”, escribió el cronista Jón lærði Guðmundsson, the Learned (el Sabio), en su obra Sönn frásaga af spanskra manna skipbrotum og slagi (Un relato verdadero de los naufragios y luchas de los españoles), en donde afirma que fueron asesinados injustamente y al no querer tomar parte se marchó a Snæfellsnes.
Los hombres de Magnússon, fueron matando a los demás balleneros vejando sus cadáveres que luego lanzaban al mar, el último fue Villafranca que refugiado en una cabaña con dos de sus hombres fue atrapado, de rodillas ante Magnússon y el cura Grímsson, pidió perdón y clemencia en latín, pero uno de los islandeses le ataco dándole un hachazo en el pecho, Villafranca herido corrió hacia la orilla y ante el asombro de los islandeses se lanzó al agua comenzando a nadar, (los islandeses no sabían nadar, nadie nadaba en esas aguas heladas), se lanzaron tras de él en una de las chalupas y lo atacaron a pedradas hasta que una le acertó en la cabeza, moribundo lo trasladaron a la playa donde le remataron. Guðmundsson, cuenta en su crónica que lo que verdaderamente ocurrió fue ciertas discrepancias sobre unas deudas de los islandeses con los españoles, encontrándose entre los deudores el alguacil que se aferró a la ley y abusando de su poder decidió matar a todos, en total murieron 32 balleneros, fue la mayor masacre ocurrida en Islandia.
Hoy día este acontecimiento se recuerda como “Spánverjavíngin – La matanza de los españoles”, curiosamente la ley que permitió esta matanza estuvo vigente hasta el 22 de abril de 2015 en que fue derogada.
Hubo un pequeño intento de llevar la caza de Ballenas a Brasil a principios del siglo XVI, Felipe III, Rey de la monarquía hispánica concedió el derecho de pesca en Brasil durante 10 años a dos armadores balleneros bilbaínos construyendo su factoría al norte de la isla de Itaparica, para proporcionar a la incipiente industria azucarera el combustible y lubricante que necesitaba, todo termino cuando en 1610 un capitán intento pasar madera de contrabando, descubierto fue encarcelado junto con su tripulación, ese mismo año la Corona declaró monopolio real la caza de ballenas.
La hegemonía de los balleneros vascos fue total durante el siglo XVI y parte del XVII, pero la hostilidad de los esquimales, la competencia francesa primero e inglesa después, venida de la mano de la colonización de Norte América, unido a la necesidad hispana de barcos para sus flotas, hizo que bajaran las capturas desplazándose hacia otras aguas como hemos visto, el descenso de ballenas en los mares del norte y la suma a la caza de los cetáceos por parte de holandeses y nórdicos declinaron la actividad ballenera vasca. Finalmente a comienzos del siglo XVIII, por el tratado de Utrecht, los balleneros españoles perdieron la posibilidad de acceder a Terranova.
Si bien es cierto que la importancia de la actividad comercial de los balleneros no puede compararse con el papel que el oro y la plata tuvieron en la economía europea del siglo XVI, no es menos cierto que la aventura de los vascos mantuvo abierto un canal muy importante con el norte de Europa, generando una riqueza adicional que proporcionó a Castilla pingües beneficios además de un control indirecto sobre un territorio desconocido hasta ese momento.
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