Que nadie piense que la invasión de Rusia a Ucrania ha sido un gesto espontáneo de Putin o tan solo una demostración de fuerza para seguir siendo una potencia mundial. La guerra ha sido planeada con sumo cuidado hace ya mucho tiempo y midiendo las consecuencias. Putin, al margen del indudable desprecio a las libertades y autonomía de otros países, es un viejo oso formado en los servicios secretos de la KGB y como tal ha probado la carne humana y ya no parará porque sus instintos son devoradores.
Ante el acercamiento de Ucrania a la órbita de la Europa occidental y a la OTAN ha decidido dar el zarpazo definitivo que empezó en el 2014 en las dos provincias ucranianas secesionistas. Lo ha planificado con mimo, sabedor de que el ataque provocaría un severo castigo financiero y económico. Previó una economía basada en la autarquía y un acercamiento a China y ha medido el momento con precisión, tanto que su ataque coincide con el Año del Tigre, el de las acciones rápidas y felinas y antes de que Ucrania y Georgia estuvieran dentro de la Alianza Atlántica.
Putin sabedor de la debilidad actual de la OTAN, de la dependencia europea al gas ruso, de las veleidades del capital, del miedo a la crisis energética, de la subordinación occidental a los semiconductores asiáticos, se ha lanzado a una aventura en busca del prestigio perdido. Lo malo es que para él ya no hay paso atrás y no se detendrá en Kiev.
Occidente debe ver la situación como –nunca mejor dicho– un asunto de supervivencia, después de Ucrania pueden venir Polonia o un país Báltico. La respuesta no puede ser medrosa porque el oso huele el miedo, tampoco militar porque acarrearía consecuencias terribles. A la paralización del Nord Stream II, al ahogo financiero al régimen de Putin, a la desconexión total de Rusia del SWIFT, a la prohibición de que sobrevuele los espacios aéreos europeos, al apagado de sus cadenas televisivas y al rechazo generalizado, deben añadirse las advertencias a China y otros proveedores asiáticos para que sepan elegir entre Rusia y Occidente para su proyección comercial.
Sin embargo, y sea como fuese, prepárense para las graves consecuencias. Subida de los carburantes, escasez de semiconductores, pérdida del turismo y de las inversiones rusas, aumento de los gastos militares y la obligada acogida de la diáspora ucraniana. Como en toda guerra las víctimas somos los inocentes y nunca hay claros vencedores, ni siquiera los osos hambrientos.
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