A principios de siglo XXIII, el mundo había cambiado por completo. Ya casi no había vegetación y, por culpa de la contaminación, el aire era imposible de respirar, por lo que la gente utilizaba mascarillas todo el día.
Quedaba un poco de agua potable para regar la Tierra y obtener alimento, aunque la tecnología había avanzado tanto que las personas se alimentaban de otras cosas. Los niños no salían a la calle y estudiaban es casa; y los adultos, mientras tanto, trabajaban como robots. En general, la vida en la Tierra se estaba extinguiendo. A la mayoría de la gente no le importaba mucho, pero aun así, había unos pocos que todavía intentaban plantar árboles y proteger a los animales.
Así, el día en el que empezó el nuevo siglo, los dioses eligieron juzgar al planeta y saber si debía seguir existiendo.
Para eso, decidieron interrogar a una persona inocente y de buen corazón, y eligieron a un niño de ocho años procedente de Europa. Le preguntaron cómo era y cómo se sentía en la Tierra y él se lo explicó exactamente. Finalmente le hicieron una última pregunta:
«¿Crees que la Tierra se merece seguir existiendo?». A esto el niño respondió:«Sí».
Así pues, los dioses aceptaron y dieron a la Tierra otra oportunidad, pero encomendaron al chico una misión muy importante.
Le dijeron que dentro de tres mil quinientos años volverían a juzgar al planeta y otra vez volverían a elegir y que su misión era hacer de la Tierra un mundo mejor. No sabemos cuál será el final pero sí que el destino de nuestro querido planeta está en nuestras manos y que para salvarlo debemos colaborar entre todos.
Cristina Molinero Gallego 3º ESO. Instituto Ramón y Cajal (Madrid) España
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