Indígena Ogie. © Survival

En medio de la fiebre por la búsqueda de soluciones desatada tras la cumbre, llama la atención el mensaje que lanza la organización Survival International a través de su informe “La verdad más incómoda de todas: los pueblos indígenas, quienes menos han contribuido al efecto invernadero, son los más afectados por él”. Y no sólo eso. Además ven mermados sus derechos y su tierra destruida en nombre de la lucha contra el calentamiento global.

Survival cuestiona en su informe algunas de las medidas que los gobiernos dicen adoptar en nombre de la lucha contra el cambio climático por el impacto y las graves consecuencias que tienen para los pueblos indígenas.

Una de las medidas en tela de juicio son los biocombustibles, que a menudo se presentan como la alternativa “verde” a los combustibles fósiles, culpables del efecto invernadero. Sin embargo, resulta chocante el uso de dicha etiqueta ecológica si se tiene en cuenta que para su cultivo se talan ingentes cantidades de bosques y selvas vírgenes, lo que contribuye a la deforestación, otra de las causas que agravan el cambio climático.

Además, mucho territorio destinado a las plantaciones de biocombustibles es la tierra ancestral de los pueblos indígenas. Se estima que si la expansión de los biocombustibles continúa según está planeada, 60 millones de indígenas de todo el mundo se verán amenazados con la pérdida de su tierra y de sus medios de subsistencia.

En Brasil, una de las principales víctimas de la locura de los biocombustibles es el pueblo indígena guaraní, que antiguamente ocupaba 350.000 km² de tierra en el estado de Mato Grosso do Sul. Ahora, muchos viven acampados al lado de carreteras o en minúsculas parcelas de tierra rodeadas de plantaciones. Al menos 80 niños han muerto de hambre en los últimos seis años.

“Las lluvias llegan tarde. El sol se comporta de una forma extraña. El mundo está enfermo. Los pulmones del cielo están contaminados (…) no se puede seguir destruyendo la naturaleza” . Davi Kopenawa, líder y chamán yanomami, Brasil

Como los biocombustibles, también se señala la energía hidroeléctrica como una fuente principal de energía alternativa a los combustibles fósiles. Pero la construcción de grandes presas hidroeléctricas en nombre de la lucha contra el cambio climático está destruyendo las tierras indígenas y expulsando a la gente de sus hogares.

Por ejemplo en Borneo, el Gobierno de Malasia promovió la construcción de la presa gigante Bakun como una fuente de “energía verde” y parte del esfuerzo del país por detener el calentamiento global. La presa se terminará de construir este año e inundará un área de 700 km². Unos 10.000 indígenas tendrán que abandonar su tierra.

Muchos indígenas penan que ya fueron realojados no pueden cazar ni recolectar, y tienen grandes dificultades para obtener su sustento en las pequeñas parcelas de tierra que se les han concedido, algunas con ciénagas y escombros.

La conservación de bosques es otra de las polémicas medidas. Numerosos gobiernos comienzan a preocuparse por las consecuencias que ya afectan a sus naciones por la pérdida de enormes extensiones de bosques y selvas vírgenes. Por ello, muchos optan por expulsar a quienes los destruyen: madereros, cazadores, etc. Desgraciadamente, también se quiere expulsar a los indígenas que llevan conviviendo de forma sostenible con su tierra desde tiempos ancestrales.

Recientemente el primer ministro de Kenia, Raila Odinga, hizo un llamamiento internacional para salvar el bosque de Mau: años de asentamientos ilegales han destruido buena parte de esta fuente fundamental de agua para millones de keniatas.

Los planes del Gobierno incluyen la expulsión de cualquiera que resida allí, incluidos los indígenas ogiek, que han vivido en el bosque de forma sostenible durante cientos de años. En su llamamiento a la comunidad internacional en busca de financiación para salvar el bosque, el Gobierno de Kenia menciona el cambio climático.

Survival también analiza las consecuencias que la innovadora medida de compensación de las emisiones de carbono puede acarrear a los pueblos indígenas de todo el mundo.

Los penan organizan bloqueos periódicamente para detener la destrucción de su bosque. ©Survival

En los esfuerzos por detener la deforestación se han propuesto varios programas conocidos como Reducción de Emisiones Derivadas de la Deforestación y la Degradación Forestal (REDD). El principio básico de REDD consiste en animar a los países “en vías de desarrollo” a que protejan sus bosques a cambio de que los países “desarrollados” les paguen. Una forma de hacerlo es que el carbono almacenado en estos bosques genere “créditos” que los países “desarrollados” puedan comprar para compensar sus emisiones de carbono.

Sin embargo, una gran proporción de los bosques del mundo susceptibles de ser incluidos en los planes REDD son territorios tradicionales indígenas. Estos planes podrían otorgar un gran valor monetario sobre las tierras de los pueblos indígenas, lo que dificultaría mucho más el reconocimiento de sus derechos territoriales o facilitar que sus derechos sean menoscabados o ignorados donde ya estaban reconocidos. Si no conduce a expulsiones, puede restringir el uso tradicional de la tierra o el acceso a los recursos naturales.

El informe concluye que cualquier medida para mitigar el impacto del cambio climático que afecte a los pueblos indígenas debe implicarlos por completo. De hecho, muy posiblemente una de las mejores medidas que se puedan adoptar para frenar el calentamiento global pasa por el respeto del derecho a la propiedad territorial de los pueblos indígenas y hacer uso de su inigualable conocimiento sobre su medio ambiente. Por algo se les conoce como los guardianes de la tierra.

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