Estaban Roberto Parra y Andrés Pérez. Y por ahí, la Negra Ester, la chiquilla del Luces del Puerto, un local del ambiente en San Antonio. En octosílabos Roberto cantaba:

«Un día por la mañana

Anteh que rayara el sol

Mah linda que un arrebol

Fresquita como manzana

Muy alegre muy afana

Venía la Negra Ester»

Llegaba, en seguida, Diamela Eltit. Y nos releía, muy seria (como es ella), un párrafo de su Padre Mío:

«Esa exterioridad se construía desde la acumulación del desecho y la disposición para articular una corporalidad barroca temible en exceso. La saturación de prendas era correspondiente a la carnalidad maquillada de tierra, formando la costra de una asentada suciedad, contraviniendo así el estereotipo del cuerpo higienizado y vestido según la lógica de la composición oficial».

Entonces me ocurría intervenir. “Por estos días bajo el sol, que son casi todos los días, dije, podemos partir de cerca o de muy lejos. ¿Es acaso arbitrariedad de estas páginas poner juntas estas obras, la Negra literaria-teatral y el Padre Mío, nueva-novela-verbal, a partir del hecho concreto que, para l@s chilenos, aparecieron el mismo año de 1989? Como a menudo, ¿pura coincidencia? Miremos mejor hacia el lado que las reúne en el sentido de ejercicios de lo que, un siglo antes, las habrían llamado vanguardias”.

Ahora puedo hacer a Andrés Pérez añadiendo: “Había estado ya con el teatro en las calles y en la Plaza de Armas de Santiago por algunos años, abriendo esos escenarios y esos públicos callejeros a un nuevo arte contra la dictadura. No descuidé, ahora con la Negra, mis aprendizajes de vanguardias teatrales que florecían en el Theatre du Soleil (sol), en la Francia de la década de los 80 —donde hace poco había llegado a roles protagónicos con mi “Gandhi”. Por tanto, intenté enriquecer la experiencia de la escena con nuevos sentidos de la performance actoral, de construcción de personajes, con los maquillajes, los vestuarios, la música como otro actor más. Con ciertos tipos de parlamentos e improvisaciones (refranes y chistes populares).  Y logré, me dicen, una obra que acomodó muy bien con el gusto –el juicio sensible/teórico chileno masivo–, lo que entonces decía: el gusto de las clases sociales y los barrios más disímiles de Santiago mismo. El montaje de “La Negra Ester” a platea completa”.

Diamela Eltit entonces decía: “El mismo año 1989, apareció esa novela, “El Padre Mío”. Un texto que me gusta llamar: «un prólogo y tres hablas». Había estado, varios años, en una investigación/documentación yendo a la comuna popular–periférica de Conchalí, de la capital de Chile.  Algunos me llamaron «neo-vanguardista», y yo solamente continuaba mi destino vital de esos años que también se llamaban Lumpérica. Del lumpen de la patria y los márgenes”.

“Pero, la interrumpí yo, esa obra de novela parecía del gusto de gentes afectas a la experimentación con una «teoría y bordes del lenguaje». Un poco del arte como teoría en un sentido moderno. Y cómo las categorías de la semejanza y la diferencia se determinan mutuamente, así la obra de la Negra Ester se hizo, en cambio, de audiencias multitudinarias. Se aplaudía el final en una fiesta de alegrías compartidas de los actores, los músicos, el director, el dramaturgo y los espectadores por montones, que acogían esa novedad de lenguajes en la celebración de su mezcla. Mientras, los lectores del Padre Mío leían pálidos, parecían seleccionados entre cierta intelectualidad de artistas y teóricos o filósofos. Notablemente menos, recibían tus obras, Diamela, más bien para conversaciones de iniciados”.

“Y tod@s los que ahí estábamos, continué, habíamos pasado los mismos años con la misma dictadura y la misma miseria del PEM y el POJ. Y el mismo sol.” Sin quererlo, a esta altura, me había tomado la palabra del juego de la conversación.

¿A cuál de esas formas se encuentra más próximo esta introducción a unos estudios del sol? Tal vez sólo plantearlo resulta desubicado, y tal vez a ninguna.

Pues hay aquí, como en el Padre Mío, unos alcances más bien filosóficos —y yo los puedo nombrar, quizá, una variante de fenomenología hermenéutica, y menos inclinadas a unas teorías contemporáneas del lenguaje (verbal). No para nada, los poemas que todavía esperan en este libro, “Estudio del sol”, se quieren leer un poco mejor después de estas introducciones.

Por otro lado, el verso —porque es verso— de este sol, nada tiene que ver con las décimas (o con las muy formales improvisaciones en lengua popular, “de la tribu” traduciría Parra) de la Negra. Ya no es verso tradicional, asentado en un pasado rural y en la crianza campesina. Es urbano, más bien de la ciudad globalizada. Aunque también «llano», como refería Humberto Giannini —el único filósofo chileno de la academia que conozco como una figura pública.

Publicado inicialmente en elquintopoder.cl