KING KONG
Me parece oportuno escribir sobre arquitectura y cine, pues se acaba de estrenar una nueva versión de “King Kong” bajo la dirección de Peter Jackson. Quisiera mencionar, por su peculiaridad e interés, el curso que sobre arquitectura y espectáculo imparte en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid el arquitecto Luis Antonio Gutiérrez Cabrero. Hecho este inciso, en este film aparece de nuevo la colosal visión de la cúspide del Empire State Building, liberada digitalmente de las transformaciones realizadas desde su inauguración en 1931 como obra monumental del progreso de la época, y la bestia con su fuerza descomunal y primitiva. Es más que probable que este edificio le deba en gran medida su condición de icono de la ciudad de New York, reafirmado lamentablemente por la destrucción de las dos torres gemelas, a la primera versión de 1933, obra maestra de Cooper y Schedsak. Rodada en blanco y negro, las tomas aéreas definen el “skyline” de la ciudad de los rascacielos. La ciudad de acero y hormigón se sublima como metáfora del espacio natural de las altas montañas donde habita la bestia. “La bella y la bestia”: la bestia que destruye y ama, que se deja morir por la belleza. Manhattan, la ciudad soñada y materializada, como segunda naturaleza o artificial se contrapone a la primera naturaleza u originaria allá en las montañas. Es la bestia del terror y la ternura en la ciudad sublimada.
METRÓPOLIS
En 1927 Fritz Lang había rodado “Metrópolis”, empleando nuevas técnicas fotográficas y escénicas, momento culminante en cuanto al despliegue de capacidades económicas, técnicas y humanas. Antecesora a “King Kong , the eigth wonder of the world”, recorre los paisajes del maquinismo y del mundo tecnológico. Sobre esta película escribiría Eduardo Subirats: “ Desde sus primeras imágenes, “Metrópolis” eleva un canto vertiginoso de la ciudad industrial moderna. Los dibujos de Erich Kettelhut que se utilizaron para los escenarios muestran las sucesivas panorámicas, interrumpidas sin solución de continuidad como en los collages dadaístas de Citroën, Hearfield o Höch, de superbos rascacielos, torres infinitas, calles colgantes, y el bullicio tormentoso de automóviles, aeroplanos y masas humanas, agrupados en planos, niveles y líneas de fuerza expresivamente contrastadas”. La megalópolis industrial, universal y fascinada estéticamente por los símbolos de grandeza, esplendor y violencia de las metrópolis industriales del futuro, que arrastra al ser humano al trabajo- centrismo, automatizado, sin espacio para lo lúdico en lo laboral. La velocidad desenfrenada subyace en las escenas con puentes colgantes sobre el ruido tumultuoso del agua de los ríos; en las locomotoras enfurecidas que hacen trepidar los rieles sobre los que avanzan sin rumbo definido; las grandes masas humanas que trabajan bajo el rigor y el ritmo de la máquina… Es la visión utópica de la ciudad industrial, una poética maquinista, que se aproxima al urbanismo que propugnó Le Corbusier o Hilbersheimer. En “Metrópolis” aparece por un lado la ciudad de la luz, con algo de celestial y sublime, representada por el hormigón y el acero que nos recuerdan los dibujos de Hugh Ferris donde aparecen edificios sin principio y fin atravesados por grandes avenidas que vuelan por encima de la misma. Ésta, simbolizada por el movimiento Art Decó (estilo que empleará el edificio Empire State), es la depositaria del poder económico y político. Y la otra ciudad, que se contrapone a la anterior, es la de los trabajadores, representada por una factoría eléctrica situada en lo profundo y subterráneo, donde todo es intrincado y laberíntico, sumida al ritmo del compás de la maquinaria. El mito pesimista de Babel aparece reflejado en el conflicto entre las dos ciudades: elevarse a lo celestial, patrimonio sólo de los dioses, y a la par el desorden de lo humano que se halla en permanente desequilibrio.
Construir y destruir parece un binomio consustancial al progreso tecnológico e industrial. Bruegel utilizó en su lienzo de 1563 el símbolo de la ciudad bíblica, la torre de Babel, para reflejar la ausencia de tolerancia y comprensión en la sociedad multicultural de Amberes en la que se hostigaban las múltiples etnias durante una época en la que tuvo un destacado desarrollo comercial.
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BLADE RUNNER
Película épica rodada en 1983 y dirigida por Ridley Scott que desarrolla la acción en la ciudad de Los Angeles en el año 2019 en una sociedad de condición posmoderna donde la mezcla y la diversidad se entrecruzan. Un mundo poblado de cyborg, androides y robots que habitan una ciudad del futuro un tanto ecléctica, donde aparecen arquitecturas de influencia oriental en una ciudad de trazado europeo, con calles porticadas colmatadas de locales de entretenimiento y comercios, conformadas con inmensos edificios que desafían la gravedad como grandes torres de Babel. Film influenciado por la imaginería de Moebius y Dan O´Bannon. El argumento principal de la trama se refiere a la rebelión de los seres creados como criaturas, los replicantes, contra su creador. En la ciudad, donde no existe el amanecer, llueve permanentemente, tiene una atmósfera densa donde persisten incesantemente las sombras y las transparencias. La música de Vangelis, en ocasiones con una clara influencia del mundo oriental, nos acompaña junto a una arquitectura que recorre desde un paisaje monumental de futuristas torres infinitas hasta fachadas neogóticas. Se contraponen interiores barrocos con esculturas y recargadas barandillas. La Ennis House, con sus paredes en monoblock, la torre de oficinas de la fábrica Jonhson&Jonson, ambas obras de Frank Lloyd Wright, la Union Station y los dibujos de Sant Elia aparecen en esta cinta. Una arquitectura del maquinismo que representaría un nuevo orden espiritual, la distopía como la negación de la utopía. Priman los edificios en forma de pirámide truncada con ascensores cremallera que representan al mito civilizatorio de Babel como símbolo del poder humano de elevarse hacia lo cósmico. Esta arquitectura está muy próxima a la de las ciudades del oriente, como es el caso de las ciudades japonesas de Tokio y Osaka o de Shangai. La variopinta iluminación de los rótulos publicitarios de una sociedad mercantilizada, los claros oscuros y las luces esteroscópicas inundan un mundo de transparencias. La artificialidad invade un mundo lleno de animales robotizados, existe una referencia clara de los mismos en la papiroflexia de uno de los personajes, de cyborgs o androides que acaban en un discurso donde las preguntas no tienen respuestas.
“King Kong”, “Metrópolis” y “Blade Runner” tienen en común la estampa de la cuidad vertical con sus espectaculares arquitecturas y con el rascacielos como paradigma de una modernidad que siempre aparece inconclusa. Con la búsqueda proyectual de la verticalidad infinita, desafío a la gravedad o osadía a la deidad, existe un optimismo científico-tecnológico en el proyecto del edificio alto que se contrapone con un pesimismo cultural hacia nuestra civilización moderna, hoy contemporánea. Sobre este aspecto dual debíamos reflexionar, y el cine no es ajeno de ningún modo a lo anterior, más bien, anticipa lo que se muestra apenas y nos debe servir de referencia para buscar caminos o nuevas aventuras que sean solución al conflicto que hemos anunciado.